PRÓLOGO

En la preparatoria Liberi, la mayoría lograba sobrevivir. Todos éramos conscientes de cómo funcionaba. Algunos flotaban en la cima. Otros solo intentaban llegar al final del día sin ser pisoteados física y emocionalmente.

¿Recuerdan cómo se dividía la escuela? Exacto: los populares, deportistas crueles y porristas que podían destruirnos con tan solo una mirada. Parecía que tenían un reflector siguiendo cada uno de sus movimientos. Reían demasiado fuerte y cualquier rumor procedente de sus bocas se convertía en verdad.

Luego estaban los aspirantes: no pertenecían exactamente a la realeza, pero permanecían bastante cerca de los que sí. Los encontrabas en las gradas, en las fiestas, riendo en el momento en que se suponía que debían hacerlo. Jamás cuestionaban nada.

Los invisibles vivían en las sombras. Tenían el talento de no estar. Nadie los notaba. Eran como fantasmas con una mochila. Y ya que no molestaban a nadie, nadie los molestaba. Parecía un trato justo porque vivían tranquilos, pero, ¿acaso eso era vivir?

Los raros. Bueno, eran los que no encajaban en ningún molde o encajaban en demasiados. Tan solo su existencia incomodaba. A veces eran brillantes, o creativos, o intensos, o simplemente estaban perdidos. No importaba, siempre eran observados.

¿Y los nerds? Esos eran la base de la pirámide. Tenían que estar ahí. Y no porque lo merecieran, sino porque alguien tenía que estar ahí para que el resto pudiera sentirse superior.

Así se vivía allí. Entre risas forzadas, verdades a medias y etiquetas que te acosaban hasta que decidías arrancarlas.

Pero eran los últimos meses. Y aunque dijéramos que lo peor ya había pasado y que todo se solucionaría antes de irnos, no sería así. Ocurrirían cosas que nadie olvidaría tan fácilmente. Estallarían verdades y se romperían vínculos. Los secretos no se guardarían tan bien y las máscaras caerían. Las decisiones importarían, aunque juráramos que no.

Y yo estaría allí para contarlo todo.