La casa de Jimmy Boyle tenía un balcón perfecto para que cualquier imbécil ebrio con una valentía ridícula pudiera saltar directamente a la piscina. Hasta ahora, había algunos cuantos chicos interesados en calcular la distancia que había entre la barandilla y el agua. Era cuestión de tiempo y de más alcohol para que alguno se decidiera a hacerlo primero. Y cuando dos chicos del equipo de atletismo lanzaron una moneda al aire para decidir de una vez, Jade, Stella y Aaron honraron con su presencia a los mortales de Liberi.
—Esto se va a poner interesante —comentó Aaron, mirando hacia el balcón.
Stella puso cara de asco cuando vio que el chico se quitaba los pantalones como si estuviera a punto de hacer historia.
Por encima de la música, Jade escuchó a alguien llamándola.
—¡Jade! ¡Ven a ver esto!
Garrett Olsen estaba en el borde de la piscina, junto a otros miembros del equipo de fútbol y animadoras. Tenía una lata de Red Bull en la mano y llevaba una gorra hacia atrás. Él y el resto estaban fascinados, como si fueran a presenciar un acto legendario.
Jade sonrió cuando lo vio.
—¿Por qué a los hombres les divierte tanto estar cerca de la muerte? —Stella seguía disgustada.
Garrett volvió a gritar su nombre, esta vez más cerca. Estaba cruzando el patio con su despreocupado y muy seguro andar, y se abría paso entre la gente, como una persona que tiene designado un lugar en el área VIP.
—Tienes que ver esto —le dijo—. Está a punto de morir o hacer algo genial.
Salía con él desde hace casi año y medio. Y había una palabra que venía a su mente cada vez que pensaba en él: encantador. Garrett era el tipo de chico que irradiaba confianza. El que le agradaba a todos; a los profesores, a los padres, al entrenador. Siempre sabía qué decir o hacer en el momento adecuado.
La multitud comenzó a contar:
—¡Tres!
—¡Dos!
—¡Uno!
Un cuerpo salió volando desde el balcón. Hubo silencio colectivo durante unos segundos. Y luego, un chapoteo gigante. Un par de chicas se quejaron cuando el agua las salpicó. Cuando el chico sacó la cabeza al fin, la multitud lo ovacionó.
—Fue increíble.
—Pudo haber quedado parapléjico —murmuró Jade, sin emoción.
Garrett la escuchó, pero fingió que no. Puso un brazo alrededor de ella y la besó en la frente. El gesto fue tierno, público, lo habitual en Garrett.
—¿Quieres un trago?
La pregunta fue más por cortesía, porque antes de que Jade pudiera responder, la tomó de la mano y la llevó a la mesa de bebidas. Él le preparó algo con Sprite y vodka mientras conversaba con los demás chicos que estaban ahí. Garrett tenía la habilidad de hablar con cualquier persona, siempre, donde fuera. Eso, su linda cara y su talento como receptor le abrieron las puertas del lado más exclusivo de Liberi cuando llegó en el tercer año. Encajó de inmediato.
—¿Han visto a Michelle?
Jennifer apareció de pronto. Tenía un vaso de plástico en una mano y su teléfono en la otra. Sus ojos estaban vidriosos y sus mejillas se veían tan coloradas que Jade pensó que probablemente ya había bebido demasiado alcohol.
—Creo que no —respondió Garrett—. Pero quizás esté en una habitación, discutiendo con Mason.
—¿Ya volvieron? —preguntó Jade.
—Todavía no.
—¿No? —Garrett sonó falsamente sorprendido—. Es un nuevo récord.
—Creo que nunca había visto a Michelle tan enojada —les aseguró Jennifer—. Ni siquiera quiso contarme lo que dijo Mason.
—No quisiera ser él —Garrett le entregó a Jade su bebida—. No resistiría ni un solo día siendo él.
Jennifer alzó una ceja y desvió la mirada en otra dirección. Jade no entendió por qué, pero algo en ese gesto se sintió extraño.
—¿Vamos adentro, con los demás?
—Los alcanzo luego —Jennifer se dio la vuelta y se quedó sentada en una banca de madera.
Garrett ya había tomado a Jade de la mano y la guiaba hacia la entrada, caminando entre un césped húmedo y lleno de botellas, latas y vasos. El aire fresco de afuera fue reemplazado por el calor sofocante de la sala principal, saturada de perfume barato, cerveza y cuerpos moviéndose. Sonaban risas escandalosas y música alternativa mientras Garrett chocaba las manos con quien fuera que se apareciera frente a él.
Algunas miradas los recibieron de manera automática. Jade siempre se preguntaba si era por ella, por él o por la pareja que conformaban.
Aaron y Mason jugaban beer pong. La gente alrededor gritaba y festejaba cada vez que la pelota entraba o no en un vaso. Stella estaba sentada junto a la mesa, fingiendo entusiasmo por la increíble puntería de Aaron. Y cuando vio a Jade, le dio un golpecito al sofá para que se sentará junto a ella.
—¿Quién va ganando? —le preguntó Jade cuando se acomodo en el sofá de gamuza.
—No tengo la mínima idea —respondió en voz baja.
Jade se dio cuenta de que no había probado ni una sola vez la bebida que le preparó Garrett. Acercó el vaso a su nariz y el simple olor le revolvió el estómago. Se imaginó el líquido bajando por si esófago, quemándole. Lo apartó de su cara y lo dejó en la mesa. Y fue entonces cuando lo vio.
Editado: 29.08.2025