Somos Este Momento

CAPÍTULO TRES

La alfombra de la habitación de Jade no era exactamente cómoda, pero, ¿quién iba a notarlo? Todas seguían durmiendo profundamente cuando la luz del sol ya empezaba a filtrarse a través de las cortinas claras.

Jennifer despertó primero. Estaba acurrucada entre Stella y Kate, rodeada de cojines que se habían caído de la cama, ropa, zapatos, y botellas de agua a la mitad. Un dolor punzante en la sien se encargó de hacerle saber que esta mañana pagaría las consecuencias de anoche.

Se incorporó despacio, con la sensación de que la habitación estaba girando. Buscó su teléfono en el montón de ropa y lo encendió para comprobar la hora. Pero la hora dejó de importarle cuando vio los mensajes en la pantalla. Casi los había olvidado. Casi había pensado que solo habían sido parte de una pesadilla. Pero ahí estaban. Eran tan reales como las náuseas que empezaba a sentir.

Anoche, cuando se fue de la fiesta con sus amigas y alguna de ellas se encargó de subirla al auto de alguien, le pareció que era buena idea confrontar a Alex. Estaba ebria y sintió valor. Pero la respuesta inmediata fue brutal:

“Nunca esperé que fueras madura”

“¿Sabes que hay más chicas de tu edad a las que puedo llevar al asiento trasero de mi auto?”

“No pensaste que me gustaba estar contigo por tu asombrosa personalidad, ¿o si?”.

La crueldad había sido tan directa, que Jennifer se quedó sin reacción. No se defendió. Ni siquiera lloró otra vez. No se lo contó a nadie; se lo guardó todo y cerró los ojos, preguntándose cómo había terminado así.

—¿Alguien tiene una aspirina? —preguntó Michelle desde la cama, junto a Jade, cubriéndose los ojos con las manos—. ¡Maldita luz!

Stella se despertó alarmada, como si no supiera cómo había llegado a la habitación de su mejor amiga. Miró a Jennifer y luego a Kate, todavía dormida. No dijo nada, pero, al ponerse de pie, se tambaleó y pisó a Kate, haciéndola despertar bruscamente.

—¿Qué haces? —protestó Kate.

Stella alcanzó una botella de agua y la bebió rápidamente hasta terminarla.

Y ahí, todavía en el piso, Jennifer se debatía entre contarle a sus amigas acerca de los mensajes que Alex le envió. Tenía el teléfono en la mano. De pronto pesaba demasiado. Se imaginó a Stella arrebatándoselo, leyendo en voz alta esas frases crueles y reaccionando dramáticamente, igual que siempre. O a Michelle, siendo francamente cruel. Incluso Kate intentaría consolarla con sus palabras suaves y de motivación, pero, ¿qué caso tenía? Nada iba a llevarse la vergüenza que la consumía por dentro. Y Jade, bueno, ella no opinaría nada, a menos que se lo pidiera.

Bloqueó el teléfono y lo dejó a un lado, como si apagarlo pudiera borrar lo que pasó. Pero las palabras seguían ahí, haciendo un enorme eco en su cabeza. Más madura. Otras chicas. Asiento trasero. Personalidad. Todo se mezclaba en un nudo en el estómago y en inmensas ganas de llorar.

Jennifer se cubrió la cara con las manos. Apretó los párpados para contener las lágrimas. Lo último que quería era que la vieran llorar otra vez. Anoche fue débil y vulnerable, pero al menos podía culpar al vodka con soda. Esta mañana, nada la justificaba.

Respiró hondo y apartó las manos. Miró alrededor: Stella seguía bebiendo agua con desesperación, Michelle había vuelto a enterrar su cabeza en la almohada, Jade simplemente no despertaba aún, y Kate, todavía adormilada, se frotaba los ojos como si acabara de perder la vista. Era en esos momentos, en medio de todo el caos, cuando Jennifer sentía que la amistad de todas era lo único a lo que podía aferrarse.

Tuvo que esconder de su rostro todo lo que sentía cuando Stella se dejó caer en el sillón orejero que estaba frente a ella y la miró.

—¿Todas tenemos la cabeza explotando o soy la única? —preguntó Stella, con voz ronca.

Jennifer solo asintió, apretando el teléfono entre sus manos. Quizás, podía mantenerlo en secreto. Solo por un tiempo. Hasta que dejara de sentir vergüenza. Aunque, en el fondo, sabía que eso no duraría mucho.

🎓

Michelle no se movía de la cama. Permanecía boca abajo mientras intentaba descifrar qué le provocaba el mensaje que acababa de leer.

“¿Podemos hablar?”

La verdad era que le molestaba lo mucho que había tardado Mason en escribirle. Se vieron en la fiesta, y ella estaba segura de que para antes de la media noche ya habrían vuelto. Pero él no se acercó en toda la noche… hasta que justo antes de irse con Stella y Aaron, la llamó. Michelle casi se había sentido aliviada y triunfal cuando giró para mirarlo. Pero, en ese momento, Mason pareció cambiar de opinión:

—Olvídalo —dijo a secas.

O había sido una táctica muy infantil para llamar su atención, o realmente se había arrepentido. Daba igual, pero Michelle se sintió como una perdedora todo el camino a casa de Jade.

Y, al recibir este mensaje, no podía evitar sentir que volvía a tener el control. No de Mason, sino de la relación. Porque si él le había escrito tan temprano, seguramente era porque pasó toda la noche pensando en ella. Y eso, para Michelle, se traducía como un triunfo personal. Además, tomando en cuenta la razón por la que terminaron, ella esperaba que fuera él quien diera el primer paso. Así era siempre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.