Somos Este Momento

CAPÍTULO CINCO

La clase de Psicología se había vuelto eterna, como casi todos los lunes por la mañana. Lyla Wolfe apenas escuchaba vagamente lo que explicaba el profesor Boland sobre trastornos psicológicos. Porque toda su atención estaba en el cuaderno de dibujo que tenia delante de ella. Un rostro que conocía de memoria empezaba a tomar forma. Deslizaba el lápiz con tanta naturalidad, casi sin esfuerzo, mientras trazaba la curva de su mandíbula. Esa era su parte favorita. Y desde su lugar, tenia el ángulo perfecto para inmortalizarla en el papel.

—Cuando alguien experimenta el trastorno de despersonalización —decía Boland en el fondo— siente que observa todo de manera externa…

Max escribía algunos apuntes y miraba al pizarrón cada tanto, inconsciente de lo que ocurría varias filas atrás; del carbón del lápiz que se quedaba en sus dedos; de lo que sentía en el pecho cuando lo veía apoyar el mentón en la mano cuando se aburría; y de las miradas anhelantes que le dedicaba cada lunes durante cincuenta minutos.

Para Lyla, Max era el chico más guapo y decente que alguna vez había pisado esta escuela. Amable, gracioso, atento, simpático. Era probable que tuviera una lista con cien adjetivos más escondida en su habitación, pero no importaba, siempre permanecerían así, escondidos, porque estaba segura de que jamás reuniría el valor para confesarle lo que de verdad sentía. Dibujarlo era un refugio, sí, una manera de hacer que una parte de él fuera suya (al menos entre las páginas escondidas de su cuaderno). Pero también era un hábito peligroso. Si alguien llegara a hojear su cuaderno, ¿cómo explicaría los más de diez retratos que tenía de él? ¿Y si Max los viera? A veces pensaba en los posibles escenarios, donde se reía de ella, o donde le decía que era raro, o el idílico, en el que era correspondido y no resultaba mal.

—Creo que se te cayó algo.

Lyla se sobresaltó y cerró su cuaderno de golpe al escuchar la voz burlona de la chica de al lado. El sonido retumbó tan fuerte en sus oídos, como si todo el salón se hubiera enterado de su secreto. Justo en medio de sus respectivos pupitres una hoja arrugada yacía en el piso. Dudó un instante y luego la levantó de prisa. No era nada, solo el dibujo de un gato, pero igual sintió como si cargara una confesión y deseó que la tierra se la tragara porque, si Max era el cielo, su hermana, Stella Maguire, era el auténtico infierno. Y pudo confirmarlo cuando al fin la miró y su rostro tan idéntico al de su hermano, pero a la vez tan opuesto, estaba lleno de diversión maliciosa que la hizo estremecerse.

Apartó la vista. ¿Había alcanzado a ver el dibujo? Era muy probable. Stella podría ver su cabeza incendiarse y, aun así, no dirigirle la palabra. Avisarle de la hoja en el piso pareció haber sido intencional. Así le dejaría saber que lo sabía, que la había descubierto. O no… También era probable que la hubiera expuesto al instante si hubiera visto el dibujo. Eso sería cruel y totalmente al estilo de Stella. Lyla pensaba que no era posible que en este mundo dos personas completamente opuestas, tal como lo eran ellos dos, tuvieran relación sanguínea. O lo que era aun más espeluznante: que hubieran compartido el útero de la señora Maguire durante nueve meses.

—Y para finalizar, jóvenes —anunció el profesor, devolviendo la mente de Lyla a la clase— no olviden que deben escoger el tema de su proyecto a más tardar el miércoles. Los temas no pueden repetirse y no hay problema si deciden hacerlo en parejas.

La campana sonó al fin, y Lyla guardó sus cosas con urgencia. Se apresuró a salir de ahí, no cruzó palabra con nadie, ni esperó a Max. Sentía que la presencia de Stella la alcanzaba.

En el pasillo, el bullicio de estudiantes la envolvió y, por un Instante, sintió que podía ocultarse y pasar desapercibida entre mochilas y el sonido de puertas metálicas abriéndose y cerrándose. Para su sorpresa, Max apareció de inmediato para pelear con su casillero, que parecía siempre resistirse a él.

—Maldito candado —murmuró, girando la llave con brusquedad. Al verla, su expresión se suavizó—. Oye, ¿qué tema elegiremos para el proyecto?

El tono casual de su voz provocó una sonrisa tímida en el rostro de Lyla. Le encantaba que Max hablara como si fueran grandes cómplices en algo tan simple como un proyecto escolar.

—Podríamos hacerlo sobre psicópatas o sociópatas, o ambos —respondió, fingiendo naturalidad, aunque en su cabeza empezaba a florecer la idea de felicidad de pasar más tiempo a su lado.

Cuando un grupo de chicos que corrían y se empujaban pasó junto a ellos, Max se giró un poco para apartarse, y en ese movimiento sus hombros se rozaron. Lyla contuvo la respiración; fue un roce insignificante, pero en su mundo íntimo y secreto se sintió como una ínfima posibilidad.

Entonces una voz cristalina arruinó el momento. Stella hizo su aparición al fin, se recargó contra el casillero junto a Lyla, como si la escuela le perteneciera. Los observó con una sonrisa de complicidad.

—¿Por fin están saliendo?

Lyla sintió que sus piernas se volvían gelatina.

—¿Qué…? —murmuró.

Los labios de Max se curvaron en un diminuto gesto divertido, pero pareció no darle importancia.

—¿De qué hablas? —preguntó distraído, todavía tratando de abrir el candado.

Su hermana inclinó la cabeza.

—Pensé qué sí, después de lo que vi hoy.

—¿Qué cosa?

Lyla imploró al universo que Stella no actuara como Stella por una vez.

—Ay, es imposible que no lo sepas. Los dibujos de tu horrible cara. Aunque en realidad son tan… obsesivos —se dirigió a Lyla—. No te los has tatuado ¿o s?




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