Todo lo que ese pobre chico quería era meter sus libros de física cuántica y química orgánica en su casillero después del penúltimo periodo. Siempre llevaba más libros de los que necesitaba, o al menos esa era la impresión que yo tenia, como si necesitara ese peso extra para sentirse protegido, invisible.
Desafortunadamente, el universo tenía otros planes, pues su casillero estaba justo entre los de Mason y Jimmy.
Lo usual era que se asegurara de que no estuvieran por ahí. O que esperara desde una esquina hasta que se fueran. Pero aquel día pareció que olvidó las reglas de supervivencia.
Yo me quedé un poco más lejos, apoyado en un casillero que olía a metal viejo. La verdad era que quería ver qué pasaba. No es que no supiera qué iba a pasar. Todos sabíamos cómo funcionaban las jerarquías en ese pasillo. Pero no me quedé por costumbre, ni por lastima o por morbo. Lo que me hizo quedarme fue la estúpida expectativa de ver algo diferente por primera vez. Una excepción. Algo como que ese chico —que siempre caminaba mirando sus agujetas— se defendiera al fin. O que los depredadores decidieran que no valía la pena.
—¡Claro que no! —la voz ronca y arrogante de Jimmy resonó en todo el pasillo, acompañada de risas y pasos fuertes—. Todos sabemos quién es el mejor receptor.
El chico se congeló. Giró la cabeza hacia el sonido y supe que pensó exactamente lo mismo que pensé yo: no lo lograría. Jimmy ya estaba a menos de un metro. Pero, ¿y el otro lado? Todavía podría huir si… olvídenlo. Mason y el resto ya lo estaban rodeando cuando consiguió abrir su casillero y esconderse tras la puerta, como si ese pedazo de metal pudiera salvarlo.
—¿Por eso vives en la banca, Boyle? —con un tono burlón y todavía ignorando la presencia del chico, Mason respondió.
Al chico lo vi agachar la cabeza y quedarse inmóvil. Podría jurar que deseó ser invisible en ese momento. Y quizá olieron su miedo o simplemente llegó su tiempo, pero lo detectaron en el momento que intentó guardar el primer libro.
—¡Oye! —Mason lo abrazó del hombro, como si fuera su amigo de todo la vida—. ¿Qué haces por aquí, Harry?
—Es Henry —el chico lo corrigió con un murmullo, sin levantar la mirada.
—¿Es Henry? —repitió Jimmy, distorsionando la voz, como si imitara a un niño pequeño.
Sonó un coro de risas perfectamente sincronizadas. Luego Jimmy cerró la puerta de un golpe, haciendo caer los libros al suelo con un sonido hueco.
—Eso fue muy grosero, Jimmy —dijo Mason de repente, con una cara seria y de reflexión. Y tras tres segundos de expectación, lanzó su mochila al piso. Otro la pateó, y sus cosas se regaron por todas partes.
Soltaron más carcajadas que sonaron igual que un himno cruel, humillante e impune.
Henry se arrodilló. Nunca lo había notado tan de cerca, pero sus manos temblaban un poco mientras recogía lápices, hojas dobladas y libretas. Permanecer abajo fue como camuflarse, porque los otros dejaron de ponerle atención y volvieron a hablar de lo único que les importaba: fútbol. Henry aprovechó el hueco y se escabulló, todavía agachado.
Yo también estaba por irme, pero un portazo que retumbó a lo lejos me sobresaltó. Cuando levanté la vista y caí en la cuenta de que era Derek Steele quien estaba al otro extremo del pasillo, con la mirada fija en los deportistas, tuve el presentimiento de que algo ocurriría.
Derek era un tipo desafiante y obstinado, que raramente acataba órdenes. No solo era conocido por ser el hermano mayor de Jade, sino por estar repitiendo el último año. Los rumores iban desde que golpeó al director Meyer hasta que reprobó a propósito para no graduarse y permanecer en la preparatoria. Si me preguntan a mí, ya no se metía en problemas, ni provocaba, solo parecía esperar a que acabara el año. Lo cierto era que ahí estaba, con su guitarra al hombro, igual que siempre, y con esa mirada determinada que decía que le importaban un demonio las consecuencias de lo que sea que estuviera a punto de hacer.
Quizá el resto de los alumnos nunca hubiéramos pensado siquiera en confrontarlos, pero Derek sí. Caminó tranquilamente hacia ellos, sin intención de buscar un problema, pero tampoco de evitarlo. Al pasar junto a ellos, no los miró directamente, pero en cuanto estuvo a la altura de Mason lo empujó con el hombro. No fue un accidente. No fue sutil. No fue disimulado. Fue un mensaje.
Y lo recibió. Mason se tambaleó apenas un poco; medio divertido, medio irritado. Sus amigos soltaron risitas y exclamaciones de incredulidad. Jimmy podría estar a punto de reírse o de ir tras el.
Derek se detuvo. Giró la cabeza un poco, lo suficiente para que Mason pudiera ver su mirada fría. Nadie dijo nada. Duró tres segundos. Tal vez cuatro. Confieso que no respiré. Después, Derek siguió caminando con la vista enfocada al frente, como si nada hubiera pasado.
—Está loco —alguien más murmuró.
Ese era el tipo de acción de la que les hablé antes. Pero, aunque fue emocionante y satisfactorio, estaba lejos de haber terminado. Mason y sus amigos no dejaban pasar cosas como esas. Jamás lo hacían.
¿Es Derek Steele un caso perdido, como muchos dicen?
Anónimo 1: Yo diría que solo es muy explosivo. O mejor pregúntenle al director Meyer.
Anónimo 2: ¿Acaso no vieron lo que acaba de hacer?
Editado: 12.12.2025