Somos irrompibles

Prólogo

No despierto con gritos, llantos, súplicas o ruidos de vidrios estallando contra la pared. Eso es lo extraño. Mi madre está sentada junto a mí acariciándome el cabello.

—Es hora de levantarse cariño.

Miro el reloj dudando de su afirmación y efectivamente, son las dos y media de la mañana.

—¿Mamá que sucede? ¿Ya volvió? —pregunto alarmada.

—No Emma, levántate y empaca tus cosas —la observo sin creer que esto al fin está sucediendo—. Nos largamos de aquí.

Me levanto sin pensármelo dos veces. Cambio mi penoso pijama por un pantalón largo de yoga, una camiseta mangas largas y mis deportivas negras, y comienzo a guardar rápidamente mis pertenencias en un bolso que mamá dejó al pie de mi cama.

—¡Mamá! ¡Rápido, ha vuelto!

Mierda. Sabía que esto era demasiado bueno para ser verdad. Aún así, me aferro a la gota de esperanza que me queda y me apresuro cerrar el bolso. Ya me las arreglaré luego. Bajo las escaleras corriendo y me dirijo a la cocina donde Liam me espera con los boletos en mano.

—¿Dónde está mamá?

—Creí que estaba contigo. Voy a bus... —el sonido de la puerta de entrada lo interrumpe. Ya está aquí. Creí que podríamos lograrlo y escapar, pero a parecer jamás saldremos de esta prisión— Quédate aquí. Voy a buscar a mamá y todo saldrá bien. Si no vuelvo en quince minutos, vete —susurra dejando un boleto en mi mano—. Cuando llegues allá, toma un taxi y ve a la dirección que tienes anotada en tu celular.

—Liam yo no tengo nad...

—Sí que lo tienes, yo lo anoté hace unos días por precaución. Y Emma... ten esto también.

Me entrega un papel doblado varias veces que supongo que es una carta.

—No Liam, no me iré sin ti y mamá.

—Tú te quedas aquí y si se ponen las cosas feas te vas. Es mi última palabra.

Desaparece por la puerta dejándome sola allí.
Puedo escuchar los pasos de Liam en en piso de arriba. De repente siento como me toman con fuerza del cabello y me arrastran a la sala.

—Por favor no, lo siento, lo siento, lo siento —repito lloriqueando.

Pero es inútil. Desde mi posición puedo oler el alcohol que emana.

—Así que pensabas escapar. Eres una maldita zorra desagradecida. Ya verás lo que te espera mocosa malcriada.

—Lo siento, por favor no me hagas nada —al final lo único que siempre queda es esperanza. Tal vez por eso seguía implorando que no me hiciera nada. Porque me aferraba a la idea de que cambie de opinión, de que sólo me insulte y ya, sin heridas físicas-. Prometo que no volveré a hacerlo.

—Eres una maldita zorra al igual que tu madre —dice dándome una bofetada que me deja tendida en el suelo. Está mucho más agresivo y enojado que otras veces. Eso es malo. Muy malo. Me golpea hasta dejarme al borde de la inconsciencia.

Con los años aprendes a proteger al menos los órganos vitales. Si te colocas en posición fetal, con la espalda hacia la pared, proteges el abdomen, la columna y tu rostro ocultándolo entre tus brazos. Eso habría hecho otro día. Pero cedí y extendí mis brazos y piernas, y cerré los ojos. Quería que todo acabara. Solo esperaba que fuera rápido. Pero la espera se hizo eterna.

No sentí nada. Hasta que unos brazos me levantaron suavemente como si pudiera romperme con solo un toque. Intenté abrir los ojos y comencé a escuchar una sirena que hacía retumbar mi cabeza. Duele. Por más que intento no puedo mantenerme despierta. Puedo ver apenas cuando apresan a ese monstruo, aunque no por mucho. Lo sé. Pero lo último que veo antes de desmayarme es su rostro. Su bello rostro llevándome a un lugar seguro, con personas de batas blancas que me alejan de él para colocarme en una camilla. Tomo su mano. Tomo su mano porque no quiero que me deje sola, porque no quiero dejarlo solo, porque sé que nuestros caminos no volverán a cruzarse. Ese último contacto es lo único que me queda antes de perder la conciencia por completo.

 




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