Somos multitud

Izan

Ramé (balinés): algo caótico y hermoso al mismo tiempo.

 

Escuché la señal del despertador demasiado temprano para siquiera pensar en levantarme a lavarme los dientes y, al otro lado, en su cama, Aiden seguía disfrutando del calor bajo sus cobertores. No despertaría hasta que me acercara a llamarlo y le diera la bienvenida al nuevo día con gesticulaciones o se pusiera los audífonos para oírme decirle lo poco que normalmente estaba dispuesto a decir en las mañanas o simplemente se quedaría allí hasta que Kaia se metiera en la habitación haciendo tanto alboroto que las vibraciones lo despegaran del descanso, porque sí, a pesar de tener incapacidad auditiva, mi hermano menor tenía el sueño liviano y cualquier movimiento o vibración era captada por sus sentidos más desarrollados.

Pospuse la alarma quince valiosos minutos más y me cubrí la cabeza con la almohada. No era como Kaia, quien se levantaba con toda la energía y se ponía a contar cualquier cosa que hubiese mirado durante la noche. No, y carecía de entendimiento para explicar las razones inagotable de sus acciones revoltosas. Pero no importaba, al menos estando acostado y a punto de dormirme podía olvidarme por unos mini segundos de ser el hermano del medio de un grupo de tres.

Tal vez me quedé dormido antes de los quince minutos o quizá los mismos habían pasado y yo no había oído el ruido. Lo siguiente que sentí fue el peso de un cuerpo ciñéndose sobre el mío y la clara e infantil risa de una chica que balbuceaba palabras intangibles a través de sus carcajadas.

—Kaia —Reconocí en un bostezo.

Era la única chica que entraba al cuarto impoluto de dos chicos que mantenían el orden bajo control, y era la única figura femenina que conocía oliendo a rosa mosqueta. También tenía la exclusividad de toda mi tolerancia porque con las demás, sean amigas o compañeras de aula, no resultaba igual. Quizá por timidez o la rapidez con la que me encariñaba y luego terminaba sentado a un costado. No era como ella, que empatizaba con todo el género femenino sin dificultad, o como Aiden, quien podía coquetear e irse con el número de su conquista grabado en su teléfono.

Yo, más bien, era… Era alguien sin personalidad, que se dedicaba a ver las historias pasando frente a sus ojos y a sonreír como si aquello contribuyera a incrementar la felicidad ajena. Era lo más básico e insulso que ningún grupo pelearía por tener, aun así, tenía lo mío: dos amigos que odiaban el atletismo y una amiga que afortunadamente me conocía desde que gateaba con el culo envuelto en pañales. Mi círculo era reducido y en la cima, declarados como mejores amigos, estaban mis hermanos.

La escurridiza de mi hermana gateo parando en mis piernas y atestando golpes ligeros en mi estómago, repitiendo bajo insistencia que debía despertarme.

Estaba despierto, envidiando la pacífica cara de Aiden al otro lado del cuarto y muriendo por decirle a Primera que se callara un poquito para que el mal humor no me condenara a andar dando malas miradas. Estaba muy despierto, a dos puñetazos de bajarla sin suavidad y tomar toda el agua que cabía en la botella en la superficie de mi mesita.

—Despierta o te patearé las bolas —Chilló, dándome una bofetada.

—Venga, ya desperté —Dije, deteniendo su puño cerrado a centímetros de impactar en alguna parte de mi cuerpo que seguramente habría quedado dolorida por brutalidad—. Quítate —Bostece desplazándola con los pies.

—Hoy nos toca atender el mercado —Se sentó en sus talones, dando brincos como si tuviese dos años—. Seguramente habrá tarta de higo o ciruelas y muchas, muchas calabazas de temporada. Le pediré a Sasha un café y si puede una tarta o mejor... Preguntaré si me deja atender en la pastelería de la señora Clement. Y ustedes tendrán que…

Dejé de escucharla.

Kaia divagaba la mayor parte del tiempo. Sabía por qué lo hacía: su déficit de atención tenía lugar y un reconocimiento que los profesores tuvieron que sujetar con pinzas y paciencia. Era muy común un día verla haciendo todo tipo de acrobacias interactivas y al otro día encontrarla sola, sin ánimos de soltar una oración por más breve que fuera. También era habitual que su manera de memorizar párrafos de tarea fuera diferente: convirtiéndolo todo en canciones sin sentido y pasándose el día cantando porque ver calificaciones bajas también la afectaban más que a cualquier alumno.

Estaba progresado mucho desde la partida del abuelo y sabía que su dificultad no siempre resultaría tan duro para ella. Poco a poco avanzaba.

—Despertaré a Aiden —Tronó la oración cuando saltó sobre sus talones.

La detuve antes de que sus pies, apenas llevando calcetines de tela rosa con hojas otoñales, aterrizaran en el suelo alfombrado.

Sostuve su brazo, mientras continuaba absorbiendo sorbos grandes de la botella y cuando acabé de sentir la garganta seca la solté para mencionar:

—No le saltes encima. Anoche estaba de muy mal genio.

Noche difícil. Aiden odiaba la idea de rodearse con los granjeros del mercado, no por la pasión que todos parecían compartir al ser dueños de hectáreas o acres de tierra, sino porque trabajar allí implicaría socializar. Aiden detestaba eso. Solo compartía con personas que rodeaban los setenta u ochenta y sus mayores intereses resultaban ser las noches de bingo en compañía de Nana y sus amigos de décadas.

Kaia parpadeó sabiduría comprensiva. Se acercó a la cama de Aiden despojándolo de los dos cobertores y dándole dos palmadas carentes de tibieza en la mejilla, en tanto soltaba que se avecinaba una feroz tormenta.

Golpeé mi frente con la mano. No entendía lo que significaba ser sutil o ligera. Nació siendo intensa.

—¿Eh? —Aiden abrió un ojo en un intento por saber qué pasaba.

Viene un huracán. Debemos irnos —Kaia gesticuló las señales con prisa.

—Va a patearte el culo —Le avisé.



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En el texto hay: hermanos, trillizos, humor comedia diversion

Editado: 01.09.2023

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