Eunoia (griego): una hermosa manera de pensar.
Las reprimendas de mamá siempre me resultaron tan blandas como lo eran los almohadones rellenos con plumas de gansos, aunque claro, esa forma se usó hasta que el ingenio humano creo otra cosa y los pobres animales dejaron de ser despojados de sus suaves prendas. ¡Pobres gansos! Seguramente algunos continuaban siendo desnudados para que sus plumas se conviertan en relleno de almohadas.
—Señorita Vásquez —Llamó el profesor—, requiero de toda su atención en mi clase. Tomaré esta en particular para el examen —Notificó.
—Egipto es historia vieja. ¿Sabía usted que utilizaban látigos para castigar a los esclavos cansados de transportar piedras que los superaban en peso? —Comenté lo primero que recordé de un documental en Discovery Channel.
La mayor parte de los alumnos escondieron sus risas, excepto Dylan, quién se burló explotando en una carcajada que me hizo sentir absurda, diminuta y confusa.
—Señor Ulloa, no me haga recordar la empatía escolar o su historial para enviarlo a la oficina del director —Advirtió acomodando sus gafas en el puente robusto de su nariz ancha—. En cuanto a usted, Vásquez, necesito que ponga esfuerzo. Hemos dejado Egipto hace una semana y las preguntas referentes al examen son griegas. Escuche, por favor.
—Zeus fue un imbécil machista —Declaré, vacilando un ápice de sonrisa tímida.
El profesor Cruz intentó suavizar las arrugas en su ceño, deslizando dos dedos por su piel bronceada. Ciñó el agarre en el libro de historia y me observó pretendiendo mostrar la paciencia que le estaba quitando.
—Estamos muy lejos de los dioses, señorita Vásquez. Enviaré una nota a su correo para que pueda tomar apuntes con mejor calidad. Por esta tarde es todo para usted. Puede retirarse —Profirió sin quebrar su neutralidad de impartidor.
—Pero…
—Se está desviando del tema principal. Necesita un descanso. Puede ir a por una bebida y descansar en la oficina del director —Irrumpió.
—¿Puedo acompañarla? —Clara alzó una mano—. No me siento bien. He tenido una noche movilizada y siento que el cráneo se me partirá en dos en cualquier segundo. Eso sin mencionar que el almuerzo me está sentando fatal —Argumentó, su voz cálida y serena fue motivo para que los demás chicos bufaran protestas.
—A la enfermería, ambas —Cruz espetó dejando el libro sobre su escritorio de mala gana. Bajó la cabeza un segundo y luego me observó—. Espero que por su bien se ponga al corriente. El examen tendrá un treinta porciento de calificación general en todas sus notas. Ahora, pueden irse. No quiero más distracciones por hoy —Nuevamente estrechó los dedos en sus lentes de pasta gruesa.
Guardé mis bolígrafos en la cartuchera y la metí en el interior de mi mochila. Por último sujeté la libreta y mi carpeta contra mi pecho, lo mismo hice con el libro de la biblioteca. Zigzagueé entre las mesas recibiendo comentarios acerca de que era lenta e incluso un agradecimiento por romper la armonía en clase por parte de Cintia. Pero no me importó, tenía presente que esos chicos me detestaban porque los profesores se apiadaban de mi incomprensión mucho más que con la de ellos.
Esperé un segundo a Clara en el pasillo y cuando salió por fin, enganché mi brazo con el suyo, como si fuéramos amigas de toda la vida, cuando simplemente era la única chica que me apoyaba y evitaba burlarse de mis disparates. Resultaba ser tan benévola como simpática, y estaba segura de que si soltaba más que un «buenos días» o excusas para echarme una mano podríamos ser las mejores cotillas de todas las aulas. Pero no, en cambio, nos conformábamos con la existencia de la otra y nos buscábamos cuando requeríamos de apoyo sin escuchar prejuicios.
—Así que —Comencé— noche ajetreada. ¿Quién fue? ¿Tu hermanastro medio rebelde o el otro que se junta con los motociclistas?
—Ninguno, esos idiotas apenas están superando el último susto que les dio papá. Sucede que mi madrastra tuvo la genial idea de mover los muebles y tirar todo lo inservible porque encontró un artículo del feng shui en una revista. Una locura —Bufó.
No entendí eso del feng shui, pero no quise preguntar. Luego, si aún me quedaba la conversación en la cabeza, buscaría que era y abriría un debate con mis hermanos al respecto. Seguramente encontraría mucho de lo que hablar con ellos y quizá Izan explicaría el concepto sin buscarlo en Internet. Tal vez Aiden pusiera mala cara y diría que no es relevante, pero que no se lo dijéramos a mamá porque ella se apegaba mucho a eso de las nuevas tendencias.
Sus citas y las salidas al bar del pueblo eran una evidencia. También lo eran los juguetes que escondía en su closet, como si no tuviera una hija lo suficientemente fisgona. Tenía tres, uno era de un tamaño demencial y de un color tan negro que daba miedo, eso sin mencionar que poseía venas que ningún humano convencional tendría justo allí, y me preocupé —por un leve segundo— por la vagina de mi madre.
Nos metimos en la enfermería encontrando a Martina, la profesora de educación física, sentada en la silla frente a la camilla de la sala. Soraya, la enfermera escolar, se hallaba sentada sobre el escritorio, una de sus piernas se suspendía en el aire, balanceándose sin cesar, mientras mantenía las manos ocupadas con una taza que humeaba e impregnaba el aire con el aroma del café recién hecho.
—Nenas —Nos saludó ella—. ¿Alguna emergencia? —Consultó, dejando la taza a un costado, tomando una libreta antes de aproximarse—. Tú —Señaló a Clara —. Siéntate en la camilla, veré tus signos y me dices el motivo de tu palidez.
—Parece marfil —Espetó Martina, colocando las manos enlazadas sobre su rodilla.
—Gracias —Murmuró Clara, deslizando el trasero en el mueble mientras nuestra dulce enferma rodeaba su brazo con un tensiómetro—. Creo que es la comida de la cafetería, algo rancio seguramente. Tampoco pude dormir bien y me duele un poco la cabeza —Dijo a Soraya.