El fin de semana, antes de que se acabe el verano, las dos familias decidieron hacer una cena.
Y todo iba bien, discutían situaciones filosóficas e hipotéticas, Dylan a veces contestaba con palabras cortas o datos específicos. Lucius, estaba un poco desconcertado, había pasado bastante tiempo antes de volver a ver a Dylan, y no sabía qué hacer específicamente, por eso se veía tan distraído, pensando en el abismo entre ellos. Cuando la cena terminó, y el momento de ocio empezó, Lucius se había quedado en la mesa del patio de atrás, intentando no mirar en la dirección de Dylan, porque ni siquiera sabía qué decir.
A veces, lo miraba a lo lejos, viendo cómo Dylan estaba sentado leyendo. Lo que parecía ser un viejo diario.
—Te agrada ¿Verdad?—preguntó Malena sentándose frente él.
—No lo sé— fue lo único que pudo contestar
—Mi hijo, es alguien sensible y apasionado. Por eso debes tener cuidado—dijo y al ver su cara de desconcierto, ella solo sonrió—Así como lo ves, tiene una delgada cuerda que lo ata al mundo, y siento que cada vez, se hace más y más delgada. Y temo, que pronto se sienta tan ajeno del mundo, que nunca más podrá volver a conectarse... Por miedo— explicó, y él solo la miró—Por eso debes tener cuidado, él no tiene miedo a entregarse. Pero cada vez, tiene más miedo de salir herido. Así que, si no te crees capaz de llevar contigo semejante responsabilidad, te pido que solo lo dejes en una amistad superficial, porque será lo mejor para los dos—cuando terminó de decir eso. Aún con su mirada de pena, miro al chico—Lo dejo en tus manos.
Sin pensarlo él se acercó y tomó asiento frente a Dylan, en la mesa de piedra. Al principio quiso ignorarlo, pero no pudo. Así que decidió dirigirle una fugaz mirada. Era de noche, protegidos por el repelente e iluminados por una lámpara, ambos estaban leyendo. Hasta que, simplemente no pudo contenerse, y dijo aquello que le había rondado la cabeza desde que lo conoció.
—¿La amabas? —y Dylan, solo bajo su mirada por un segundo, pensando las palabras perfectas para explicarse. Pero al no encontrarlas, decidió decir lo que más se acercaba.
—Él tocó mi alma —contestó con una sonrisa lastimera, de esas que solo se producen después de una herida profunda, para aliviar el dolor y el ambiente—. Y me hizo tan feliz, que creí nunca podría superarlo... Pero con el tiempo, supe que lo único que debía hacer era aceptarlo e intentar disipar el dolor.
—¿Ya lo conseguiste? —y fue cuando se dio cuenta de la pequeña y solitaria lágrima que caía por su mejilla, aquella que parecía una advertencia de que vendrían más.
—Aun lloro cuando lo recuerdo —confesó, limpiando su rostro—, pero intento trabajar en ello. Todos los días lo hago, y aunque me levanté con su recuerdo fresco en mi mente, intento aceptarlo poco a poco, para que en algún momento, este dolor pueda fluir por mí cuerpo sin destruirlo —y esas fueron las últimas palabras que dijo durante toda esa noche.
Cuando la reunión terminó, y todos se fueron, Dylan abrazó de manera imprevista a Lucius, aunque ninguno dijo nada, ambos se sintieron un poco reconfortados. A todos les pareció sorpresivo, pero creyeron porque no se podrían volver a ver, ya que ambos entrarían en universidades diferentes.
Entonces, Lucius no pudo dormir esa noche, Dylan le había dicho algo que nunca esperó. «Así que eso» pensó, intentando no pensar en ello sin éxito. Todo lo que creía que les conectaba, era justo eso. Para él, era como una mala jugada del destino, una burla, una broma de mal gusto del mundo.
Luego se escuchó un sonido raro, como un toque suave en su ventana. Al principio creyó que era su imaginación, o que iba a empezar a llover. Luego lo volvió a escuchar, pero se enojó, le frustró el hecho de que arruinara su momento melancólico. Levantándose de su cama, se acercó a su ventana y ahí lo vio.
Dylan, sentía que no podía dejar esa conversación así, no después de haberse confesado así, y menos cuando ya no podrían volver a verse. Y quiso seguir, temía ser demasiado impulsivo, pero su familia siempre le dijo que lo mejor sería hacerlo de una vez.
Los dos se miraron, y antes de poder decir nada, Lucius entendió, bajó corriendo las escaleras, con cuidado de no hacer ruido. Cuando abrió la puerta principal, y camino hasta su patio, y cuando quedaron frente a frente, Lucius se sintió intimidado, y Dylan se quedó mirando indeciso.
—Creo que es un buen momento para hablar —dijo Dylan, estirando su mano, como invitándolo a tener esa conversación que ambos sentían que necesitaban.
—Tienes razón —comentó, tomando su mano.
Los dos empezaron a caminar, pero no porque querían postergar sus palabras, sino que querían buscar un lugar para hablar, como intentar hacer de eso un recuerdo memorable, algo que siempre recordarán.
Los dos llegaron al lago al final del camino, y tomaron asiento en el piso, sintiendo en sus rostros la brisa veraniega, algo fría, que intentaba avisarles que el tiempo apremiaba, y ellos ya no estarían juntos.
—Lo siento —dijo rápido—. Perdón Lucius, yo también lo sentí… Esa conexión, que tu y yo compartimos algo, pero deje que mis recuerdos me detengan.
—Tranquilo, yo lo entiendo. También me desconcertó un poco —murmuró Lucius.