Capítulo 12: comienzo de una nueva historia.

Los días siguientes transcurrieron entre ensayos, preparativos y un aire de despedida que flotaba en el ambiente. Las graduaciones se acercaban, y con ellas, el fin de una etapa. Los primeros en recibir su título fueron Elena y Lucas. Mael y yo estuvimos allí, celebrando ese gran logro junto a ellos. Pero mientras aplaudía y sonreía, una parte de mí se sentía inquieta. Mis amigos muy pronto partirían a perseguir sus sueños, y aunque habíamos prometido escribirnos y llamarnos siempre, el miedo de no volver a verlos me consumía.

Cuando la ceremonia terminó, corrí hacia Elena y la abracé con fuerza, sin poder contener las lágrimas.

—Te voy a extrañar tanto —susurré contra su hombro.

—No llores, tonta —respondíó ella con un nudo en la voz—. Siempre estaré aquí, no importa la distancia.

Lucas nos miraba con una sonrisa nostálgica, y Mael, a su lado, me pasó un brazo por los hombros. Entre él y yo habíamos preparado un regalo especial para ellos. A Elena le entregamos una caja musical grabada con su nombre, que al abrirse tocaba su música favorita: El Cascanueces. A Lucas, una cámara profesional para que pudiera capturar el mundo con su arte.

—Esto es increíble —murmuró Lucas emocionado.

—Espero que cuando captures momentos inolvidables, nos recuerdes —dije sonriendo.

Esa noche fue un torbellino de emociones. Celebramos, reímos y compartimos historias como si el tiempo no pudiera alcanzarnos. Pero sabía que, tarde o temprano, la despedida llegaría.
...

Poco después, llegó el día de la graduación de Mael. El auditorio estaba repleto de familias y amigos celebrando a los graduados. Me encontré con Elena y Lucas en el lugar, aunque mi hermano Zayron no pudo asistir; papá lo había necesitado en la empresa. Aun con rastros de la desconfianza sembrada por aquel video, yo había decidido estar presente. Sabía que Mael lo merecía.

Cuando su nombre fue llamado, subió al escenario con su porte seguro, su sonrisa iluminando el lugar. Recibió su diploma con orgullo, y cuando todo terminó, entre abrazos y felicitaciones, sus ojos recorrieron el auditorio hasta encontrarse con los míos. No dudó en avanzar rápidamente hacia mí, ignorando a todos los demás. Con una sonrisa sincera y su diploma en la mano, me envolvió en un abrazo cálido.

—Gracias por venir —susurró contra mi cabello.

Envolví mis brazos alrededor de él y sonreí.

—Te quiero, Mael.

En ese instante, todo tuvo sentido. Cada obstáculo, cada momento de duda, solo había fortalecido lo que sentíamos. Mael nunca había dejado de elegirme. Y yo, en el fondo, tampoco.

Más tarde, se celebró el último partido de fútbol de Mael, una tradición de la escuela para despedir a los graduados. Desde las gradas, lo observé jugar con una pasión arrolladora. En los últimos minutos, con el marcador empatado, el estadio entero contuvo la respiración cuando Mael recibió el balón. Con un movimiento preciso, eludó a sus oponentes y anotó el gol decisivo. La tribuna rugió de emoción.

Pero en lugar de celebrar con sus compañeros, Mael giró y me buscó entre la multitud. Cuando nuestros ojos se encontraron, se llevó la mano al corazón y luego me señaló, como si me dedicara ese momento.

Un nudo se formó en mi garganta.

Al salir de la cancha, lo encontré rodeado de amigos que lo felicitaban. Pero en cuanto me vio, corrió hacia mí y me tomó por la cintura.

—Qué golazo, estrella —dije riendo, tratando de ocultar mi emoción.

Mael sonrió y apoyó su frente contra la mía.

—Este gol fue para ti, Vaelis. Todo lo que hago, de alguna forma, siempre termina siendo para ti.

Mi corazón latía con fuerza. Antes de poder decir algo más, Mael cerró la distancia entre nosotros y me besó. Fue un beso dulce, lleno de promesas y certezas. No había dudas: él me amaba. Siempre lo había hecho.