Somos una Mentira

Capítulo 2

Cuando Elinda, mi mucama o como yo la llamo; mi compañera de juegos, me estaba peinando, miraba mi reflejo por el espejo, maquillada con tonos suaves resaltando mis ojos, a pesar de tener una apariencia hermosa, desde mis largas pestañas, hasta mis labios en forma de arco de cupido pintados de un rosa suave, estaba hermosa hay que admitirlo, pero el hecho de que la Señora Maier viniera a avisarme de una imprevista reunión me hizo apretar el estómago.

Hoy era mi cumpleaños y lo convirtieron en una reunión.

Elinda me estaba haciendo una delicada trenza francesa, no quería dar una mala presentación al público y tenerlo suelto solo lo dejo en la comodidad de mi habitación. No tenía ninguna emoción al verme al espejo, porque si de repente mi madrastra entro para dar aviso de esta fiesta improvisada, esto significaba una cosa.

Mi mentira se volvió realidad, esa mentira piadosa que le di a James, y rezo para que no sea verdad, porque si no será mi propia culpa.

Elinda me acaricio una última vez el cabello y me sonrió, alejándose con una reverencia, contuve las ganas de llorar mientras me levantaba y dejaba que mi vestido color granate que moldeaba mi cuerpo a la perfección se arrastrara, busque unos tacones plateados de tacón algo alto para luego colocármelos y mirarme al espejo, aunque no quisiera admitirlo esta noche estoy… hermosa.

Escuche unos leves toques en mi puerta, sabía quién era, la única persona que se atrevería a venir a mi habitación aparte de James; Katerina Maeir, mi dulce hermanastra menor.

Esa niña de quince años que se esmera por estar a mi lado, que se resiste a las reglas de mi padre de acercarse a mí, su “heredera” la que siempre intenta ser mi amiga, mi hermana. La aceptaría de nuevo, porque antes de los siete años, yo la conocí, yo la ame, yo la cuide, pero todo eso se olvidó cuando descubrí que Helene no era mi verdadera madre, que esa mujer tan increíble que siempre me contaba cuentos, me cocinaba mi comida favorita, no era mi sangre.

Tal vez fui muy estúpida el alejarme, en crear problemas, en exigir a mi verdadera madre, pensando que esa mujer que convive conmigo era una impostora, una cualquiera que se interpuso entre mi padre y madre.

Ignore los llamados a mi puerta y me acerque a mi escritorio, revelando una caja pequeña que contenía un collar, un regalo de mi padre y el cual siempre debo usar como marca de la familia Brandt, un collar de plata con piedras cuadradas, simple, sencillo pero brillante.

Espere a que alguien viniera por mí, ese alguien era James. No dejaba que nadie aparte de él se encargara de mí, un castigo quizás para él, pero no podía confiar en nadie, no después de que todos me dieran la espalda solo para halagar a Katerina.

Debía haberme dado cuenta que no era normal que mi hermana tuviera un cabello rizado y castaño, muy diferente al mío que es negro cual carbón. Pero una niña no podría haber adivinado las diferencias, pero al final esa niña que una vez quise, se volvió mi mayor tormento en esta gran casa.

—Señorita Maier, mis disculpas, pero su guarda la está buscando, tengo que llevar a la señorita Brandt al salón.

Escuche la voz de James fuera de mi habitación y el susurro de Katerina al disculparse y por fin, irse de ahí, con una última revisión a mi persona, espere que el abriera la puerta. Y cuando lo hizo ambos tuvimos la mirada sobre el otro, y sentí que mis mejillas se sonrojaban, esperé algún halago de parte de él, pero a pesar de que sus ojos estaban viéndome, realmente no me miraba, cuando lo vi hacer una reverencia leve hacia mí, sentí que todo el esfuerzo que puso Elinda para hacerme la más bonita, había fracasado.

Ignore esta sensación de rechazo y con la mirada en alto simplemente salí de mi habitación, sin esperar a que me ofreciera su brazo, lo ignore y seguí adelante antes que el tomara mi brazo con algo de fuerza haciendo que lo volteara a ver con una ceja arqueada.

—Señorita Brandt, debe tener más cuidado— Reprendió él, y solo ahí me di cuenta que casi salgo rodando por las escaleras.

Me solté de golpe y solo lo volví a ignorar, esta vez caminando bien hasta el salón de fiestas, entrando con una sonrisa mecánica acercándome a mi padre que alegré me pasaba una copa de vino, pude oler el breve aroma de uvas en la copa.

—Hija mía, estas esplendida, —dijo mientras me abrazaba levemente, antes de guiarme hacia dos personas que no apartaban la vista sobre nosotros— ven cariño te quiero presentar a Richard Davis y su hijo Adrián Davis.

Mire a las personas frente a mi quienes me sonrieron cuando ambos llegamos a su lado y se volvieron a presentar, el chico Adrián se acercó y extendió su mano a la cual coloque recibiendo un beso leve en ella.

—Los halagos se quedan cortos ante tan brillante dama— dijo Adrián guiñando un ojo, a lo cual mi padre ríe.

—Gracias joven Davis— le dije con voz suave, y vi como Adrián miraba mis labios.

Idiota, me dije a mi misma. Parece que quedo encantado por la amabilidad que le brindo, ya puedo ver como su mirada recorre mi cuerpo sin reparo alguno, algo que me causa repulsión, pero manteniendo mi sonrisa, bebo un gran trago de vino mientras mi padre habla con ellos dos, manteniéndome a su lado.

Miro a mi alrededor mientras ignoro lo que Adrián dice, puedo ver a Helene hablar con otras mujeres, con ese vestido azul que combina con su corto cabello castaño, y a lo lejos puedo ver a Katerina con dos chicas, riendo y murmurando. También puede ver a James, que inesperadamente me estaba viendo, parpadee dos veces pensando que estaba soñando o porque James inclinaba la cabeza hacia el lado.




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