Me acerque a mi padre y a Helene, con el corazón retumbando.
La primera en acercarse fue Helene que tomo mi rostro con cuidado y solo ahí me di cuenta del porque me dolía bastante.
—Estas bien ¿Qué paso?
—Estoy bien, solo fue un golpe.
Golpe de la puerta y del suelo de tu habitación
—¡Qué demonios significa esto Leonie!
Suspire, y quite con delicadeza las manos de mi madrastra, mirado esta vez a mi padre.
—Necesito hablar contigo padre.
—Ni un…
—Christoph, porque hablas con ella.
El la miro, y vi como poco a poco se calmaba, y así fue. Helene tenía la capacidad de tranquilizar a mi padre, es así de grande su confianza entre ambos.
—Bien, vamos. —volteo a ver a Helene, preocupado—estarás bien sola.
—No te preocupes cariño, iré a descansar.
Mi padre se acercó y le dio un beso en la frente.
—Descansa.
—Anda, ve con Leonie.
Empezó a caminar sin ver si lo seguía o no, mire una ultima vez a Helene y susurre un breve: Lo siento.
Ella entenderá al ver su habitación destrozada.
Caminamos un buen rato hasta llegar a la oficina, Papá está de pie frente a mí con los brazos cruzados, esa mirada severa clavada en mí como una amenaza silenciosa. Siempre fue así: autoridad primero, emociones después... si es que alguna vez llegaban.
No le gusto verme fuera, y fue gracias a Helene que mi padre me acompaño a su oficina a hablar.
—Habla.
—Me iré a New York a vivir.
—No vas a irte —Su voz suena como una sentencia, como si aún tuviera ese poder absoluto sobre mí.
Pero ya no lo tiene.
Respiro hondo, sintiendo que todo lo que he aguantado durante años me arde en la garganta. Ya no soy esa niña que se tragaba las palabras para no causar problemas. Hoy no.
—No puedes atarme a este lugar, papá —digo, mirándolo a los ojos—. No puedes seguir fingiendo que esto es un hogar cuando hace tiempo dejó de serlo.
Frunce el ceño. No le gusta que lo contradiga. Nunca le gustó.
—Mientras vivas bajo este techo, obedeces mis reglas.
—Y ya no voy a vivir bajo este techo —respondo, sin dudar—. Tengo diecinueve años, soy mayor de edad. Tengo derecho a decidir y he decidido irme.
Hace un gesto con la mano, como si mis palabras no significaran nada.
—No seas ridícula, no tienes a dónde ir, no tienes trabajo. No sabes nada de la vida real.
—Tal vez no —respondo, más calmada ahora—. Pero prefiero enfrentar la vida sola que seguir aquí, sintiéndome atrapada, vigilada, y juzgada todos los días. ¿Sabes qué es lo peor? Que ni siquiera puedo llamarle a esto "hogar" sin sentirme hipócrita.
Su mandíbula se tensa. Lo conozco bien: no le molesta mi decisión... le molesta perder el control. Y, más que nada, le molesta que alguien como yo —una "niña" a sus ojos— le hable con la verdad.
—No te voy a permitir que te vayas así. No después de todo lo que hemos hecho por ti.
—No me lo vas a permitir —repito con incredulidad—. ¿Y cómo piensas impedírmelo? ¿Encerrándome? ¿Quitándome el celular? ¿Inventando alguna excusa para hacerme quedar? ¿casándome con un desconocido?
Doy un paso al frente, sin miedo, porque ya no tengo miedo.
—Si intentas retenerme, papá, voy a ir a la policía. A los medios, si hace falta y todos sabrán que intentaste mantener en tu casa por la fuerza a una hija mayor de edad, en contra de su voluntad.
Su rostro cambia.
Por fin, ahí está, el miedo, no a perderme... sino a que los demás se enteren. A que su imagen perfecta de "padre ejemplar" se agriete.
—No quieres eso, ¿verdad? —añado, con voz baja, pero firme—. No quieres que los vecinos, tus colegas, tu círculo sepan que el hombre de principios que tanto presumen es alguien que no sabe cuándo dejar ir.
Silencio.
El tipo de silencio que corta más que cualquier grito.
—Voy a irme, papá, mañana. No te estoy pidiendo permiso, solo estoy siendo educada al avisarte. Y tú puedes elegir: dejarme ir como una adulta que tomó su decisión... o convertir esto en un escándalo que, créeme, vas a perder.
Doy media vuelta. No necesito su bendición, solo necesitaba que entendiera.
Pero antes de irme vuelvo a verlo.
—Espero que canceles mi compromiso con Max, y el de Katerina también, no querrás que te vean como un abusivo al casarla con alguien más mayor que ella.
Sali de ahí, con la mirada al frente y por primera vez en mi vida, yo elijo, yo decido a dónde voy.
Y esta vez, ese lugar no es aquí.
Entre a mi habitación y sonreí de lado cuando vi mis tarjetas de banco, mis llaves de mi Vorsteiner GT3 rosa.
Por lo menos me hizo caso.
La puerta se abrió suavemente, era Katerina que asomó la cabeza. Al verme entro, no había necesidad de pedir permiso.
—¿De verdad te vas mañana? —preguntó en voz baja, como si aún esperara que dijiera que no.
Le dedicó una sonrisa triste.
—Sí, Kate… debo hacerlo. Mamá está en Nueva York, y aunque no sé qué me espera allá, necesito verla. Necesito encontrar respuestas, necesito saber que está bien.
Kate entró y se sentó en la cama, abrazando sus propias rodillas.
—Voy a extrañarte… tú eres mi hermana, Leonie.
Las palabras me llegaron al corazón como un golpe suave pero firme, deje lo que estaba haciendo y me siento a su lado, apoyando la frente en su hombro.
—Yo también voy a extrañarte. Pero no es un adiós para siempre, ¿sí? Solo… necesito este viaje.
—Lo sé —murmuró Kate, respirando hondo—. Y te apoyo. Siempre.
El silencio entre ambas se llenó de un cariño que no necesitaba palabras
—También quisiera que vinieras conmigo, pero eso sería mucho pedir.
—Ni que lo digas, papá se volvería loco.
—Así podrías conocer a mis hermanas.
Ella parpadeo confundida.
—¿Hermanas?
—Si, yo también me sorprendí al principio, pero tengo dos hermanas. Zoey y Amber.
—Entonces tu madre tiene otra familia.