Somos una Mentira

Capítulo 11

La mañana siguiente, el sol se filtró tímidamente por las cortinas haciendo que parpadeara de cansancio, me sentía un poco diferente, me levante despacio mirando por toda la habitación, con el corazón acelerado, la habitación estaba vacía, intacta, mi maleta seguía en su sitio.

No había rastro de James.

Negue con la cabeza, no era posible que el entrara a mi habitación en la noche y me besara, diciéndome esas palabras que casi hicieron llorar.

Eres mi debilidad, Leonie, y también lo único que me da fuerza.

Llevó mis dedos a mis labios, donde aún sentía el eco del beso, y una sonrisa melancólica se dibujó en mi rostro.

—Fue un buen sueño… —susurró para mí misma.

Le di una caricia a la colcha como si aún lo tuviera a mi lado, esa parte del sueño en donde el me cubre con su cuerpo dándome esa sensación de seguridad, abrazándome fuertemente que aun podía sentir su aroma en mis sabanas.

Solté un suspiro, y me levanté de la cama.

Fui a darme una ducha rápido, para luego cambiarme a un vestido largo casual de flores de color lila claro, con unas zapatillas blancas de tacón pequeño. Esta vez iba vestida de acuerdo a lo que me gusta, porque saldré de la casa, no como una hija que huye de su casa, sino como una hija que se va sin problemas.

En mi cartera, llevaba mis dos celulares, mis tarjetas, tanto propias como las que me dio mi padre, mi billetera, mi monedero y unos ganchos para arreglar mi cabello, mis documentos y mi llave de mi Vorsteiner.

Gracias a Helene, pueden enviar mi carro hacia el lugar donde voy a vivir, me comprado una vivienda en Brooklyn Heights, en la calle 175 Clinton St, South Bound Brook, es una propiedad unifamiliar en la cual será mi casa para siempre, en donde construiré mi propio hogar, aunque tenia pensado alquilar una casa, no podre decorarla tan a mi gusto como si fuera de mi propiedad.

Cogí mis primeras maletas que había dejado abandonado con mi carro, miré a mi madrastra y hermanastra que estaban esperándome en el camino al garaje, sin señales de mi padre…o James.

No quise verme con los ánimos bajos, así que seguí mi camino.

—Déjame ayudarte. —Kate se acerco con mi primera maleta.

—Gracias.

—¿Llevas todo, cariño? —pregunto Helene a mi lado.

—Todo lo que considero esencial para mi nueva casa, sí.

—Eso esta bien, no olvides cuidarte ¿sí?

—Por supuesto Helen.

Cuando deje mi segunda maleta en el suelo, ella extendió sus brazos y con timidez la acepte, abrazándola. No podía creer que después de once años vuelva a abrazarla, contuve las lágrimas que querían salir, no podía llorar ahora, tenia que ser fuerte porque hay personas que me esperan en New York.

Me separe de ella y Katerina se acerco a abrazarme, casi grito por la fuerza con la que me abrazaba Kate, supongo que después de nuestra reconciliación ella no quería separarse de mí.

—Cuídate Kate.

—Tú también Leonie.

Nos separamos y ella me ayudo a meter la segunda maleta, la primera ella lo metió cuando abrace a Helene, las mire a las dos, y no sentí odio, no más.

Alcé la mano y con una sonrisa me despedí de ellas, me subí a mi Vorsteiner y partí hacia el aeropuerto.

Hacia mi nuevo hogar.

Mi pierna se movía erráticamente, con nerviosismo, la doctora Alvares al solo verme, me hizo entrar a su oficina, no más llegue a New York, deje mis maletas a mi casa y corri al hospital sin importarme la hora.

No tuve ni tiempo para avisar a mis hermanas o a Gaby, solo necesitaba saber si todo estaba bien.

La doctora entro con un expediente en manos, me hizo un leve gesto hacia la silla y no dude en sentarme ahí, tratando de controlar mis nervios.

Sentada frente al escritorio de la doctora Alvares con las manos apretadas sobre mi regazo, sentía que, si las soltaba, todo mi cuerpo se desmoronaría en pedazos. El hospital siempre me ha parecido un lugar frío, demasiado blanco, demasiado lleno de silencio. Pero ahí, en esa oficina pequeña, el silencio pesaba el doble.

La doctora abrió la carpeta médica y me miró con esos ojos pacientes, como si supiera que cualquier palabra suya podía quebrarme.

—Tu madre sufrió un pequeño infarto anoche. —Informo.

El aire se me atoró en la garganta, sentí que todo se me hundía dentro del pecho.

Por favor que no sea mala noticia, por favor…

—¿Un… infarto? —susurré, apenas capaz de escucharme a mí misma.

No se nada sobre la medicina general, pero si a mi madre le dio un infarto, eso signfica que ella podría…

Oh, dios.

Sentí mis ojos cristalizarse, preparando mi corazón para recibir la mala noticia, que ella no pudo salvarse y quedare ahí, destrozada.

Ella asintió, y en su gesto había una gravedad serena, pero también un alivio que me sostuvo en medio del abismo.

—Sí. Fue un episodio crítico, pero logramos estabilizarla a tiempo. Su corazón resistió. Está débil… muy frágil. Pero sigue viva.

Viva. Esa palabra me atravesó como un rayo. El llanto brotó de mis ojos antes de que pudiera detenerlo. Había pasado toda la noche imaginando que llegaría demasiado tarde, que solo la encontraría en silencio eterno… y ahora la esperanza me dolía y me sanaba al mismo tiempo.

—¿Qué pasará ahora? —logré preguntar, limpiándome las lágrimas con la manga.

—Ahora hay que esperar —respondió la doctora con calma—. Puede despertar en días, semanas… o más. No hay un pronóstico exacto. Pero el hecho de que haya sobrevivido significa que todavía lucha.

Esperar. Esa palabra me partió en dos. La incertidumbre me pesaba, pero también era un regalo. Significaba que aún tenía tiempo, que todavía podía estar junto a ella, aunque solo fuera mirándola dormir.

Tomé el pañuelo que me ofreció y asentí, con la voz temblorosa.

—Gracias… gracias por salvarla.

—Es mi deber hacerlo Meryl.

Casi desee tener ese nombre en mis documentos, Helene podría ayudarme, dudo que mi padre me considere su hija después de nuestra charla, pero da igual, nunca se comporto como mi padre, para el quizás fui el mismo reflejo de la mujer que lo abandono.




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