El silencio me envolvía, y yo seguía con la frente apoyada en la mano de mi madre. No sé cuánto tiempo había pasado, pero sentí que por fin mi respiración se acompasaba con el ritmo de las máquinas.
Tomi mi IPhone y busque el numero de Zoey, le di marcar, esperando que contestara.
—¡Leonie! Jesús bendito ¿estas bien? —la voz preocupada de Zoey me hizo sentir calida.
—Hola Zoey, todo está bien.
—Entonces por que degastes de contestar las llamadas y prácticamente desaparecer.
—Ocurrió un pequeño problema, pero ya está solucionado.
—¿estas segura?
—Si Zoey, gracia por preocuparte de mí.
—Simplemente, no quiero que estes mal. Pero dime ¿necesitas algo?
—No te han llamado del hospital.
—No, desde ese día no tengo muchas noticias de ella, estoy trabajando por aquí y casi no tengo tiempo de ir a visitarla.
Por que no la han llamado, será porque no la tienen registrada. Pero la doctora Alvares sabe de nosotras tres, aunque solo a mi me dice las cosas, que raro esta todo esto.
—Has tenido noticias de Amber—Pregunte por mi segunda hermana.
—Lamentablemente no, pero supongo que ella siempre va a verla, tengo una corazonada que ella es del tipo rudo pero bondadosa.
—Entonces quizás a ella le dijeron algo.
—¿Por qué? que sucede Leonie
—Es mamá—respire hondo— tuvo un infarto.
—Estas segura ¿Por qué no me avisaron a mí? —pregunto ella agitada.
—Si, muy segura. Ahora estoy en el hospital con ella, hable con la doctora Alvares esta noche, no se el motivo del porque no te avisaron.
—Bien, iré enseguida.
—Te esperare.
Colgué, y me quedé mirando a mi madre. Solté un suspiro y me fui a mirar por la ventana de la habitación, observando el cielo nocturno, se miraba oscuro, más oscuro sin ninguna estrella ahí.
Solo queda esperar que despierte, ese es lo único que queda.
Si la doctora Jennifer no hubiera podido salvarla, hubiera regresado solo para su funeral.
Volví hacia la silla y tomé la mano de mi madre, esperando alguna reacción. Fue entonces cuando escuché pasos en el pasillo.
La puerta se abrió despacio, y las voces llegaron antes que las miradas.
—¿Leonie? —la voz suave de Zoey, llenó la habitación.
Levanté la cabeza y ahí estaban: Zoey, con su porte sereno, aunque sus ojos rojos delataban que estuvo llorando y Amber, con el cabello rubio despeinado y un temblor en la mandíbula que no sabía disimular.
—Zoey, Amber— susurre.
Volvimos a ser tres hermanas, Zoey tenia razón, Amber de seguro viene a visitarla más.
—Sabes sobre lo de mamá Amber—pregunte con curiosidad.
—Si, lo sabía.
Zoey parecía querer decir algo, pero guardo silencio.
Por un instante, ninguna habló. Amber se alejo de nosotras y se coloco en el otro lado de la camilla, Zoey se acerco a mi colocando su mano en mi hombro, consolándome.
—No podía quedarme en el hotel… —murmuro Amber a la nada, su voz apenas un hilo—. Tenía que verla.
Zoey dio un paso adelante, con una mezcla de reproche y ternura en sus ojos.
—¿Y qué sentiste?
Pareció como no quería hablar, pero al final giro la vista hacia nuestra madre.
—Que me dolió… pero que aún la necesito.
—Todas la necesitamos, Aunque nos haya dejado, aunque no quiera nuestro amor. —murmure.
Amber negó con la cabeza, acercándose al otro lado de la cama y tomando la otra mano de mamá. Su voz se quebró al hablar:
—No, puede que no la necesite, no lo sé … pero la quiero. La sigo queriendo. Y eso me da rabia.
Me quedé callada, la entendía demasiado. El amor mezclado con rencor era un veneno dulce que nos unía a las tres.
Porque se en el fondo de mi corazón, que amo a James, pero su deber esta por encima de los sentimientos, lo necesito, pero a la vez no, porque mirando a Amber y a Zoey, se que las tres podemos confiar, aunque tenemos pasados distintos y lo que nos une en común sea nuestra madre, somos personas, y las personas socializamos.
—No podemos huir de esto —dije al fin, sorprendida de lo segura que sonaba mi voz—. Por más que ella nos rechace, ya no estamos solas. Nos tenemos.
Las tres permanecimos en silencio. Yo sostenía su mano derecha, Amber la izquierda, y Zoey se mantenía erguida detrás de mí, con una fuerza callada. Éramos tres pedazos de una historia rota, reunidos al fin frente a la mujer que nos había dado la vida… y quitado tantas cosas a la vez.
Por primera vez, no sentí el cuarto tan frío, por primera vez podía decir que no estaba sola.
Ninguna de nosotras.
Paso un tiempo mientras nosotras estábamos pasando la noche en el hospital, las tres rodeando la cama como si nuestro silencio pudiera mantenerla con vida. El hospital parecía detenido en un eterno respiro.
Entonces ocurrió.
No lo sentí a la primera, ni ninguna de las otras, pero ocurrió.
Un leve movimiento en sus párpados, un estremecimiento en los dedos que sostenía entre mis manos. Mi corazón saltó en el pecho.
—¡Mamá! —susurré, con un temblor en la voz.
Amber contuvo el aire, y Zoey se inclinó, con los ojos muy abiertos, la respiración de mamá cambió, más rápida, más consciente. Y entonces, lentamente, sus párpados se abrieron.
La vi, vi sus ojos y esos ojos me atravesaron como un cuchillo.
No había ternura, no había alivio, ni siquiera confusión o curiosidad, solo un abismo de dolor, de una culpa tan densa que casi podía tocarla.
—Mamá… —intenté acercarme, pero ella apartó la mirada como si no pudiera sostener la nuestra, como si cada rostro fuese un recordatorio.
Amber rompió en llanto. —Estamos aquí… ¿por qué no nos miras?
Zoey intentó mantener la calma, aunque le temblaba la voz.
—Mamá, quizás estas confundida, no tienes que cargar esto sola. Somos tus hijas, ¿nos recuerdas?
Pero mamá cerró los ojos otra vez, girando apenas la cabeza hacia un lado, una lágrima se escapó de la comisura de sus párpados.