Somos una Mentira

Capítulo 14

Cuando los enfermeros entraron para revisión, no se si se sorprendieron de ver a tres chicas llorando como magdalena o ver a nuestra madre despierta después de entrar en coma y casi morir por un infarto, nos pidieron salir de la habitación.

La puerta se cerró detrás de nosotras con un clic metálico que me sonó como una condena.

Me quedé en el pasillo, con las manos temblando y la sensación de haber perdido algo que apenas había comenzado a recuperar. Amber se desplomó en una de las sillas, tapándose el rostro con las manos. Zoey se quedó de pie, rígida, sin lágrimas, pero con los ojos vidriosos.

Y yo… yo solo sentí un vacío enorme, ella no quería vernos, ella no nos quiere, ella quería mantener cerrado su corazón, pero joder, ella no entiende que a pesar de su abandono nosotras seguimos aquí, somos tan lamentables por querer a una mujer que no dudo en dejarnos.

Somos estúpidas o simplemente somos humanos.

Miré a mis hermanas, y decidí dejarlas en paz. Empecé a caminar hacia afuera, en busca de un taxi para regresar a mi casa en Brooklyn.

Mis cajas estaban apiladas contra la pared, sin abrir, como si mi nueva vida se negara a comenzar, caminaba por la sala en silencio, acariciando con la punta de los dedos los bordes de los muebles que había elegido sola, tratando de convencerme de que ese espacio vacío realmente me pertenecía.

El golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos.

No esperaba a nadie.

Las únicas personas que saben mi ubicación, son Katerina, Helene y Gaby. Miré la puerta como si fuera demasiado peligroso, solté un suspiro y abrí despacio, pero al hacerlo, mi corazón se detuvo

—James…

Estaba ahí, de pie frente a mí con la misma seriedad que lo había definido siempre. Sus ojos, más hermosos como los recordaba, esos ojos avellanos me recorrieron con esa mezcla de distancia y cuidado que me partía en dos.

—Solo vine a verte antes de irme —dijo, como si fueran palabras mecánicas.

Sentí que me hervía la sangre. ¿Eso era todo? ¿Después de todo lo que habíamos pasado, después de todo lo que habíamos sido?

Lo dejé entrar sin pensarlo, pero en cuanto cerré la puerta detrás de él, exploté.

—¿Eso es lo único que tienes que decirme? —mi voz temblaba, cargada de rabia contenida— ¿Qué viniste a verme antes de irte, como si yo fuera un trámite más en tu agenda?

Él se quedó callado, clavando los ojos en el suelo, esa indiferencia suya, ese muro impenetrable, me destrozaba más que cualquier palabra cruel.

—¡Ya basta, James! —seguí, la garganta ardiendo—. ¿Cuánto tiempo más vas a esconderte detrás de ese uniforme invisible? ¡Ya no eres mi guardaespaldas, no tienes que obedecer a mi padre!

Me acerqué a él, con las manos temblando, al borde de empujarlo contra la pared.

—Ahora podemos estar juntos… si dejas de trabajar para él, si dejas de ponerle cadenas a tu vida.

Al fin levantó la vista, y en sus ojos vi algo que me desarmó: dolor. No frialdad, no distancia, sino un sufrimiento contenido que él se negaba a soltar.

—Leonie… —susurró, con esa voz grave que siempre me envolvía—, no es tan simple.

Yo sentí que las lágrimas se me agolpaban, pero no las detuve.

—¿Por qué estás aquí James? Si es por ordenes de mi padre, debes saber que el ya no tiene control de mi vida. Yo tomo mis decisiones ahora.

—Me ordenaron-

—¡No hables de órdenes! —grite enojada, avanzando hacia él—. ¿Y qué hay de lo que yo quiero? ¿Qué hay de mis decisiones? ¡Toda mi vida he hecho lo que otros esperan! ¡Y ahora que la encontré, que sé la verdad, pretendes arrancarme de nuevo?

James apretó la mandíbula, desviando apenas la mirada.

—No entiendes. Tu padre... tu familia... yo... todos sabemos que aquí no estás a salvo.

Lo interrumpí, sintiendo las lágrimas encendiéndose en sus ojos.

—¡No estoy a salvo en ninguna parte, James! —mi voz se quebró—. Pero aquí, al menos, tengo algo real, tengo respuestas, tengo a mis hermanas, tengo a mi madre, aunque no me quiera.

El silencio nos envolvió como un hilo tenso a punto de romperse. James se acercó, lo bastante como para que sintiera el calor de su presencia, sus manos temblaban a su costado, como si quisiera tomarme en sus brazos, pero se contuvo.

—No sabes lo que estás pidiendo —murmuró él, con la voz cargada de un dolor que intentaba disimular—. Si eliges quedarte, lo pierdes todo. Y yo... —tragó saliva, apartando la mirada— yo perderé mi lugar a tu lado.

Sentí que algo en mi interior se desgarraba.

Lo amaba, lo necesitaba, pero no estaba dispuesta a volver a ser una sombra que vivía bajo las decisiones de otros.

—Entonces piérdelo —susurró, con el rostro húmedo de lágrimas, pero los ojos firmes—. Porque yo no pienso irme de aquí. Ahora este es mi hogar.

—Todavia estas comprometida Leonie.

Quise reír en su cara, más la rabia se apodero de mí.

—No James, no lo estoy, mi padre no pude decidir por mí, ya no. Y deberías saber que es lo que quiero.

—No puedo.

—Dime una razón.

—Tu hermana.

Aprete los dientes—¡Eso es una vil farsa! ¡Es mentira!

—Leonie.

—¡No! ¡Cállate James! Yo tengo diecinueve años y ella, ¿Cuántos años tiene ella James? ¡Tiene quince años!

—Leonie por dios, baja la voz.

—¡Y tres cuarto!, si tanto querías casarte con una menor lo hubieras hecho conmigo hace cuatro años

Me tomo de los brazos y jadee de dolor al sentir mi espalda golpear la pared.

—Solo cierra la boca.

Lo mire desafiante— ciérramela tú

Nos miramos fijamente, verde y avellana mirándose fijamente con sentimientos ocultos, quise que me callara con sus labios, quise retenerlo a mi lado, pero James dio un paso atrás, como si la distancia pudiera ahogar lo que sentía.

—No me conoces realmente Leonie.

—No sabes cuánto me duele escucharte decir eso... —murmuró con la voz rota.

Lo miro, sin pestañear, como quien se niega a retroceder, aunque el corazón se parta en dos, el silencio era tan denso que se podía cortar con un cuchillo, tenia el pecho agitado, las lagrimas marcando mi rostro, y él, el solo permanecía parado frente a mí, con la mandíbula tensa con los ojos llenos de un torbellino de emociones.




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