"Sola, una palabra que denota vacío, como lo que se siente al ser un fantasma en tu propia casa.
Mi soledad y yo, juntas en la cocina. La puedo ver, la puedo tocar, pero más que nada sentirla. Somos una, una somos, compartimos una vida y un cuerpo; somos una, una somos.
El sol brilla y se cuela por la ventana, pero no lo puedo ver a pesar de darme cuenta de eso, solo veo la oscuridad y a ella; la veo atrapada en un espejo, el espejo de mis ojos y no, no brilla como el sol, quiero salvarla, liberarla, pero no sé como.
Todos los días le escribo una carta, pidiéndole perdón y que pronto buscaría la forma de liberarla; le escribo contando las ideas que tengo para hacerlo pero no puedo enviarlas, se quedan guardadas en mi cajón, tal vez ese es el destino de mis palabras. Abandonadas en papeles viejos, arrugados y amarillentos por culpa de la humedad de ese lugar encerrado, tal vez así se sienta ella, no lo sé nunca hablamos.
Aunque a veces la oigo murmurar, como ahora, diciendo cosas sin sentido alguno pero aún así da miedo lo que dice y de repente abro los ojos y ya no estoy en la solitaria cocina, sino que estoy en mi cuarto acostada en mi cama. ¿Cuánto tiempo pasó? No lo sé, pero se nota que es de noche porque ese brillo incandescente no está. Solo hay oscuridad, como en sus ojos, mis ojos. Somos una, una somos.
Me levanto y voy a mi escritorio, comenzando una nueva carta. Tomo una hoja en blanco, es nueva, agarro una lapicera y escribo. No sé lo que escribo, algunas cosas son sin sentido, pero para mí lo tiene y para ella también.
Jamás habrá alguien que me entienda como ella; nadie que no haya vivido en la soledad podrá entenderlo y ella vive en una soledad constante, en una oscuridad sin final, ella vive en el vacío de mi alma.
Inicio mi relato, plasmando en aquel papel mis pensamientos ajenos, son así gracias a ella, porque piensa por mí. Escribo, escribo lo que siento, lo que sentimos, el ser un fantasma en propia casa. Pero para ella no lo soy, para ella soy todo. Somos una, una somos."
Suelto un suspiro al terminar de leer aquella carta, era de mi abuela, sin duda era su letra. No tuve el placer de conocerla porque cuando mi madre era pequeña, mi abuela decidió arrojarse al mar y acabando con su vida, bueno su vida y la de ella.
En honor a su muerte mi madre al saber que yo crecía en su vientre decidió ponerme el nombre de mi abuela, ¿y sabes? Es difícil llevar el peso de un nombre de un muerto, porque no me siento yo, porque no soy yo. Yo soy ella, y duele, duele escucharla hablar de mí pero ambas somos una y una somos ambas.