Somos Uno

LA MUJER PARADA FRENTE A MÍ

Divagaba por las calles perdido en mis pensamientos, resignado por el sinsentido de la vida. Al volver en mí, frente a mí se encontraba una bella señorita, no sé cuánto tiempo estaría parada ahí, ni lo que significaría en mi vida más adelante.

Me pidió indicaciones, su voz era suave y sus ojos mostraban una inocencia única, por lo que amablemente accedí a llevarla a su destino. A pesar de ser un solitario toda mi vida, me sentía cómodo con su compañía, su aroma era agradable y sus cabellos largos hasta la cintura me causaba curiosidad.

Caminamos, poco a poco entre tímidas preguntas entramos en confianza, reíamos y no parábamos de hablar. Me preguntaba ¿De dónde saldría un ser tan risueño? Su personalidad me recuerda a las mujeres de antaño de las que mi abuelo solía hablarme cuando estaba con vida. Era pequeña, esbelta, de piel blanca, sus ojos ligeramente achinados de color claro como el caramelo, cabello castaño y de labios rosados.

Jugaba al caminar, reía y se confundía por ratos, era como tener una niña a mi lado, una niña que por alguna razón quería proteger. Llegamos a su destino preguntándome, agradeció y se alejó jugando como si fuera una niña. Me preguntaba si le iría bien, pues las calles están llenas de peligros, a pesar de hablar mucho nunca pregunté su nombre, es una pena.

Pasaron los meses, a veces la recordaba, creía nunca más volverla a ver, pero, ¿Quién puede ir contra los caprichos del destino? pasó algo de tres meses y la volví a encontrar, me la presentó una amiga en común.

Fingí no conocerla, aunque ella había quedado guardada en mi memoria, pues dudaba que se acordase de mí. Para mi sorpresa, me recordaba, y desde ese día combinábamos tan bien como el café en las mañanas en un día nublado, como el pan y la mantequilla.

Solía mirarla con atención, sus gestos, sus reacciones, pero entre tantos detalles quedé cautivado con su sonrisa. En ese momento sentí algo diferente, una necesidad, algo nuevo para mí, era una sonrisa que tal vez quería ver toda mi vida, era su sonrisa.

Los días pasaron y continuábamos frecuentándonos, cada vez aprendía más de ella, cada vez descubría nuevas cosas de ella que me dejaban fascinado. Sus manos eran pequeñas al lado de las mías, sus mejillas suaves como el algodón, sus rosados labios se resecaban y me preguntaba cómo sería su textura, su sabor.

A pesar de ser pequeña y de personalidad risueña, me sacaba algún que otro susto cuando se enojaba, no voy a negarlo, a veces soy muy torpe.

Un día, la encontré sentada en una banqueta, con las piernas cruzadas y la mano en su mentón, pensativa. En ese momento, la vi tan hermosa, tan curiosa…tan…sombría, era una nueva faceta que no conocía. Aunque su sonrisa me tenía encantado, verla así me generó un sentimiento indescriptible, mi corazón se aceleró una vez más después de muchos años. En aquel momento me percaté que quería seguir conociéndola, la quería conmigo, hasta que nuestros cabellos se vuelvan blancos por el tiempo.

Me acerqué a ella lentamente, me miró a los ojos, mi corazón se aceleró una vez más, tenía las palabras en mi cabeza, pero mis labios no podían pronunciarlas. Volvió a sonreír, en ese momento me decidí, quería proteger esa sonrisa, quería ser la razón de sus sonrisas, hoy, mañana y por toda la eternidad.

Mi cuerpo temblaba, empecé a sudar, sentía miedo, dudas, todo acabaría, sería el fin de una historia o comenzaría otra en este momento. Me llené de valor y le pedí ser mi novia con voz temblorosa, sus ojos se humedecieron y sus lágrimas recorrieron su hermoso rostro.

Verla así me desesperó, no sabía que hacer, me preguntaba si había preguntado algo malo, sentí miedo…Pero, de pronto volvió a sonreír y me dijo “sí, sí quiero serlo”

Me dio un beso, un beso que me llevó al cielo y respondió aquella pregunta que llevaba en mi cabeza hace mucho tiempo “¿Cómo se sentirá la textura de sus labios?” Recalcó que a partir de ese momento seriamos uno, que cuidaríamos uno del otro y que caminaríamos de la mano, presumiendo nuestro amor, por siempre.

Pasaron tres años para decidir vivir juntos, verla en mi casa, con el cabello suelto, jugando y riendo era todo un sueño para mí, definitivamente seguía perdidamente enamorado de ella. Desayunábamos juntos antes de ir a trabajar, nos escribíamos por ratos y al regresar nos dábamos un beso, un beso que siempre me llevaba al cielo como la primera vez.

Pasaron dos años más, ella estaba entre mis brazos, contándome todo lo que había pasado en su día mientras yo estaba perdido en mis pensamientos, preguntándome si era muy apresurado pedirle que se casara conmigo, que se quede a mi lado, por toda la eternidad. Me miró extrañada y me regañó por no prestarle atención, a lo que sonreí y toqué su mejilla, siempre tan suave, como la primera vez.

Un día, en una de nuestras cenas románticas, entre risas tomaba de su suave mano y apreciaba la belleza y textura de su piel. En mi bolsillo, un costoso y hermoso anillo esperaba a ser revelado, esperando a que ella terminara de hablar.

Ni bien terminó de hablar me puse de pie, ella quedó extrañada, me acerqué y arrodillé frente a ella diciendo:

“Esta vez soy quien aparece frente a ti y no para pedir indicaciones, estoy frente a ti para pedirte que compartas el resto de tu vida conmigo. No soy el más listo, fuerte o el mejor de todos, solo soy alguien que se enamoró sin darse cuenta desde la primera vez que te vio sonreír. Soy alguien que vio tu lado de niña y su instinto paternal apareció de la nada, jurando protegerte. Déjame ser la persona que te abrace en tus días de tristes, quien te guíe cuando no sepas a donde ir, déjame ser la persona que te acompañe por toda la eternidad. Quiero demostrarte amor todos los días, quiero compartir contigo todas mis alegrías, quiero ser a quien veas al despertar todos los días, por el resto de tu vida. Déjame ser tu secuaz de por vida, tu compañero, el hombre que secará tus lágrimas y priorizará tu felicidad sobre la mía. Déjame demostrarte que nadie te amará más que yo, porque desde aquel día que aceptaste ser mi novia somos UNO y quiero que lo sigamos siendo por toda la eternidad, ya no como mi novia, sino, como mi mujer, mi compañera, mi amada, la dueña total de mi ser”




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