Skylar:
Cuando llegamos a la entrada de la mansión Rosen, estamos bastante exhaustos. Fue una noche intensa y ya está amaneciendo.
Por más que no están materializadas, es como si pudiera sentir el peso constante de esas alas en mi espalda. Lo detesto, me repugna. Pero el ritual era necesario, el poder que obtuve de ello le servirá a Silvain.
Keyler sigue tenso, a pesar de que se desahogó todo lo que pudo contra el enemigo, sigue enojado.
Lo que le hizo a la muchacha es horrible. No puedo defenderlo de ese acto, sobrepasó los límites y debe saberlo. Lilith está demente.
Planea algo esa mujer, lo sé.
— ¿Dónde lo hacemos? —pregunta mientras caminamos hacia la entrada.
—No lo sé, si grito todos vendrán y será un dolor de cabeza enorme —mascullo cruzándome de brazos—. Hagámoslo luego.
— ¿Segura?
—Sí, estoy muy cansada.
—Bien, nos vemos. —Me aprieta el hombro a modo de despedida y da media vuelta.
— ¿A dónde vas? —exclamo abriendo la puerta.
—Tengo cosas que hacer. —Solo dice.
«Como quieras».
Entro en la mansión y me siento bastante adormecida. Un dolor muscular posee mi espalda y me estiro un poco, buscando aminorar la sensación.
— ¿Sheridan? ¿Dónde has estado? —pregunta uno de los guardias que custodian también la entrada.
—No es asunto tuyo —digo de forma seca—. ¿Novedades de la gala Rosa?
—Será en la noche, están preparando el salón de baile desde hace diez minutos, los invitados importantes llegarán en la tarde y el jefe les dará hospedaje por tres días luego de la fiesta.
Frunzo el ceño, ¿hospedaje a esos salvajes? Silvain se está arriesgando.
Miro de arriba abajo al guardia, debe tener unos cuarenta años. Su cabello es blanco y trae su traje rojo oscuro. El arma descansa en sus manos y sus ojos grises me escanean con desaprobación.
—Bien hecho, viejo —digo tocando su hombro—. Vuelve a tu puesto.
Doy media vuelta y me encamino hacia las escaleras, pero una luz roja de francotirador apunta en medio de mis pechos y ruedo los ojos.
—Tom, no estoy de humor —digo posando mis manos en mi cintura—. Son las... Seis y dieciocho minutos de la maldita mañana —indico mirando mi celular—. ¿No tienes trabajo que hacer?
El punto desaparece y alguien salta desde el candelabro en el techo. Tom alza las cejas con incredulidad. Se ve que ha vuelto de París, tuvieron unos asuntos que atender allá, unas deudas que debían ser saldadas.
Siempre me gustó su sonrisa, de lado. Hay personas a las que ese tipo de sonrisa se ve falsa, fuera de lugar. Pero en Tom, es perfecta. Sus ojos son oscuros, pero profundos y su cabello es negro, con leves ondulaciones.
—Trabajo contigo —musita y lo hago a un lado.
—Trabajé toda la noche, iré a dormir —explico subiendo un escalón—, si quieres puedes acompañarme.
—Tengo veinte minutos libres, así que te sigo —dice pasando su brazo sobre mis hombros.
Creo que me he acostado con él unas siete u ocho veces. Lo asignaron como una especie de guardaespaldas para mí durante un tiempo. Más como alguien que verificara que hiciera mi trabajo, por más que Silvain lo disfrazara de guardaespaldas.
Nos llevamos demasiado bien al parecer.
— ¿Cómo te ha ido? —pregunto mientras él abre la puerta de su habitación.
—Bien, aunque te he extrañado un poco. Las francesas no me van.
Me arrojo en su cama, su habitación es mucho más pequeña que la mía. Su compañero debe estar trabajando, la cama de arriba está vacía.
Suspiro con cansancio y él se quita su chaqueta rojo oscuro antes de tumbarse a mi lado. Huele a chocolate. Tom siempre huele a eso.
—Van a regañarte por esto —murmuro dejando que me rodee la cintura con su fuerte brazo.
—Dije que tenía veinte minutos libres —musita y me acerco más a él—. En verdad te he extrañado.
— ¿Quieres que te diga lo mismo? —Sonrío contra sus labios.
—Nah, solo me gusta decirlo —dice y devora mi boca.
Tom es voraz, siempre lo fue. Siempre queriendo más, siempre sintiendo como si fuese la primera vez y la última.
—Veinte minutos no me bastarán para compensar el tiempo perdido —susurra en mi oído.
— ¿Por qué estás aquí, entonces?
—Para abrazarte, ¿no te agrada la idea? —dice y me acurruco contra su cuerpo.
—Has vuelto más cariñoso, ¿no es así? —comento cerrando los ojos.
—Si tú lo dices...
Dejo que el cansancio me lleve. Cuando despierte, deberé deshacerme de estas espantosas alas. Antes de la gala.
~•°•~
Zed:
— ¿Sean? —murmuro mientras abro los ojos con lentitud.
La sangre se escurre desde mis labios y el dolor se hace presente. No tardo en ver la enorme viga que atraviesa mi tórax y las cadenas que atan mis manos a la pared de la celda.
Lo último que recuerdo, es que Aqua y Wek nos perseguían a mi amigo y a mí. Querían que me uniera a ellos, que vuelva a ser uno de sus malditos esclavos.
— ¡Phanton! —grito tratando de liberarme de las cadenas, pero claro que no son normales, por lo que me es imposible—. ¡Sean!
El eco de unos tacones me hacen levantar la mirada y veo a Aqua acercándose.
—Tú, perra asquerosa —exclamo retorciéndome para intentar liberarme.
No puedo transformarme, por más que lo estoy intentando, no puedo.
— ¿Tan de mal humor estás por las mañanas, Kabock? —Sonríe y quisiera arrancar cada uno de sus dientes.
—No me uniré a ustedes —escupo—, jamás.
Arroja algo al suelo frente a mí, y las luces se encienden. Es una oreja animal, de pelaje castaño y algo ensangrentada.
«Sean». Aprieto mis puños y trato de liberarme, pero la viga en mi tórax y las cadenas me lo hacen imposible. No la amenazo, no muestro lo afectado que estoy, lo usará en mi contra.