¡son tus hijos! Nueva versión (editando)

Nuestra última pelea

La noche era hermosa, el cielo estaba lleno de estrellas inmensas, parecía que habían crecido desde la última vez que se dejaron ver en el firmamento, y apenas se lograba distinguir alguna nube entre ellas. Una mujer delgada, de piel trigueña con ojos grandes y almendrados, y de un precioso color verde, disfrutaba del bello espectáculo que Dios le obsequiaba, mientras conducía su coche de regreso a casa, luego de un agotador día de trabajo. Lo que Raíza quería era llegar para darle un beso de buenas noches a sus hijos, quienes seguramente estaban plácidamente dormidos en su cama, y después de una merecida ducha, caer rendida en los brazos de su príncipe azul, como ella llamaba a su esposo cada vez que él se desnudaba lentamente delante de ella, mirándola con el mismo deseo que sintió la primera vez que se amaron. A ella le encantaba ver como él la miraba, una mirada que le decía a gritos que quería hacerla suya una vez más. Raíza veía en esos ojos llenos de pasión y lujuria que era la única mujer que llenaba su vida, de la misma forma que él llenaba la de ella.

De pronto, un frío extraño entró al cuerpo de Raíza, un brusco frío que cruzó por sus venas e hizo que su piel se erizara, provocándole un escalofrío extremadamente desagradable. Era como si su sangre se helara de repente y corriera furiosamente por cada rincón de su cuerpo atormentándola. Con la voz casi imperceptible, le ordenó al coche que llamara a su casa, sentía dentro de ella una señal que le decía que algo malo estaba sucediendo, o peor aún, había sucedido. Sintió como su sangre se congeló dejando de circular por su cuerpo, al pensar que una desgracia había ocurrido con uno de sus hijos, o con ambos al mismo tiempo, no pudo evitar abrir tanto los ojos con el miedo que sentía, y casi perdió el control del coche por un momento.

Los parlantes del coche sonaron preguntándole si quería llamar a «Casa», y ella contestó «Sí.» El miedo seguía galopando por sus venas con cada repique del teléfono, hasta que un hombre dijo «Aló» por los parlantes.

—Freddy, ¿Pasó algo?

Con voz seca su esposo respondió:

¿A qué te refieres?

—No sé, tuve una sensación muy desagradable y llamé para saber si todo estaba bien –dijo muy nerviosa.

Todos estamos bien –dijo secamente–, los chicos ya se durmieron y la cena está esperándote.

—¿Qué pasa, amor? Te oigo muy raro.

Ya te dije, estamos bien, no tardes –dijo Freddy ásperamente y colgó.

Aunque la sangre ya empezaba a calentar la erizada piel de su cuerpo, la voz de Freddy la había dejado muy abrumada, ella sentía que algo estaba pasando, su instinto se lo decía, y su esposo con esa rara actitud al teléfono se lo había confirmado. Le volvió a ordenar al coche que llamara a casa, y cuando los parlantes le pidieron la confirmación de la llamada dijo «No.» Raíza tragó lentamente saliva y esperó a que la ansiedad la abandonara antes de bajar del coche, y luego de haberlo logrado, ésta ansiedad regresó en el momento que intentó introducir la llave en la puerta de la casa. La llave cayó de sus manos al piso al tratar de meterla en la cerradura, e hizo un estrepitoso ruido al llegar al suelo. Lanzó un suspiro nervioso y recogió el llavero del piso y al fin abrió la puerta. La casa estaba a oscuras, apenas lograba verse un pequeño hilo de luz desde la cocina, buscó en la pared el interruptor y encendió las luces. Vio con sorpresa dos grandes maletas al lado de la puerta de entrada, y con voz entrecortada comenzó a llamar a su esposo. Un hombre alto y fuerte con ojos color miel salió de la cocina y con el dedo índice en la boca dijo

—Shhh, vas a despertar a tus hijos.

Con los ojos llenos de desconcierto y miedo Raíza preguntó:

—¿Qué hacen esas maletas en la entrada de la casa?

—Tenemos que hablar –dijo Freddy con voz firme.

El hombre entró a la cocina seguido de su esposa, se sentó a la mesa del desayunador y Raíza se sentó frente a él. Con los ojos llenos de lágrimas contenidas, Freddy vio a su esposa a los ojos y dijo con la voz llena de dolor:

—Me voy Raíza, nuestro matrimonio se acabó.

Ella se quedó paralizada sin poder emitir palabra alguna, en su mente lo único que escuchaba era que su peor pesadilla podía hacerse realidad, era la voz de su esposo diciéndole «Me enamoré de otra mujer.» Negó una sola vez con la cabeza sin poder quitarle de encima la mirada a su esposo, a quién las lágrimas lograron escapar mojando sus mejillas. Raíza estaba confundida, ella si había notado algo raro en Freddy los últimos días, pero él había seguido igual de cariñoso con ella, e incluso la noche anterior se habían amado con una lujuria que no paraba de crecer cada día. Ella vio algo en las lágrimas de su esposo, una especie de dolor mezclado con rabia contenida, o quizás un odio injustificado, y pese a ese odio con el que la miraba, también veía en sus ojos la misma intensidad del amor que sentía por ella desde el primer día, y esto le decía que él no le era infiel, que debía haber algo más que ella no sabía ni lograba entender. Raíza deslizó sus manos sobre la mesa para agarrar las manos de su esposo, y él las quitó bruscamente mirándola con un odio que ella jamás había visto, así que con la voz entrecortada y con miedo en sus ojos, Raíza preguntó:



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En el texto hay: divorcio, famila, adn

Editado: 15.11.2019

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