¡son tus hijos! Nueva versión (editando)

Fabiola y su esposo

El coche de Raíza salió del estacionamiento del edificio de oficinas, ella estaba nerviosa, no sabía si su hermano realmente podía ayudarla o terminar de hundirla con las pruebas de ADN. De todas formas debía intentarlo, Esteban y Junior eran los hijos de su esposo y el destino le estaba jugando una cruel broma. Le ordenó al coche que llamara a su cuñada, y cuando confirmó, el teléfono comenzó a repicar. Una voz femenina contestó:

Aló

—Hola Fabiola, soy Raíza.

Hola amiga, tanto tiempo sin saber de ti. ¿Cómo están los niños?

—Muy bien, gracias. ¿Mi hermano está en casa?

Sí, está durmiendo, le tocó el turno nocturno esta semana.

—¿Puedo ir a hablar con ustedes un rato? Necesito hablar con Rodrigo, es urgente.

Tú sabes mejor que nadie que no existen las urgencias para él cuando está durmiendo.

—Esto no puede esperar Fabiola, no me importa si canta una ópera a gritos, tiene que ayudarme.

Está bien, ven a la casa y charlemos un rato antes de despertarlo.

—Gracias.

Fabiola colgó el teléfono. La llamada de su cuñada la intrigaba, hacía más de un año que no sabía nada de ella ni de su familia. Por mucho que lo pensaba, no llegaba a imaginar para que quería hablar con su esposo, sobre todo desde el último cumpleaños de Esteban, donde le pidió que no regresara jamás, a Raíza no le había gustado para nada que se presentara con su arma de reglamento y se la enseñara a los amigos de su hijo. Fabiola no notó en la voz de su cuñada alguna señal de preocupación, al menos un timbre de voz que demostrara que Freddy o ella estaban en problemas serios.

Un coche se estacionó a las afueras de la casa de Rodrigo y Fabiola salió a recibir a su cuñada.

—Hola Raíza –dijo recibiéndola con un toque de mejillas.

—Hola Fabiola, ¿se despertó mi hermano? –preguntó preocupada.

—Aún no, pero pronto debe hacerlo, está cerca la hora que baja a comer algo. Pasa adelante para que me cuentes.

Fabiola llevó a su cuñada a la sala donde tenía preparado unas galletas con queso y un servicio de té. Se sirvieron las tazas, comieron una galleta y Raíza le contó toda la historia a Fabiola que no cerraba la boca impresionada.

—No puedo creer todo lo que me has contado, ¿Rodrigo lo sabe?

—Claro que no, solo pocas personas saben de nuestra separación, y todos creen que fue por culpa de Freddy.

—¿Me juras que son los hijos de Freddy? –dijo viéndola fijamente a los ojos.

—¿Cómo te atreves a decirme eso? –preguntó mientras se levantaba del sofá–. Sabía que no debía contarte nada.

—Tranquila amiga, necesitaba ver tu reacción para poder describírsela a tu hermano, él sabe leer las expresiones de las personas, lo que lo hace bastante insoportable, ya lo conoces.

—Es cierto, disculpa mi arrebato –dijo sentándose en el sofá.

Raíza se sirvió un poco más de té y tomó una galletita con queso para comerla. Un leve ruido se escuchó a lo lejos, era Rodrigo que había bajado a comer algo. Fabiola lo escuchó y empezó a gritar:

—¡Rodrigo! ¡Rodrigo! ¡Ven acá!

Un hombre trigueño muy alto y muy fornido, vestido con un pantaloncillo de algodón y una bata de baño abierta salió desde la cocina. Raíza al ver a su hermano no pudo evitar ponerse a llorar, necesitaba de su ayuda, pero no quería que se enfureciera y le hiciera daño a su esposo.

—A ver, ¿Dónde está la cucaracha que debo matar ahora? –dijo algo adormilado.

Al ver a su hermana sentada en el sofá de su sala llorando, miró preocupado a su esposa y le preguntó:

—Fabiola, ¿Por qué mi hermana llora? ¿Les pasó algo a mis padres?

—No seas idiota, no se ha muerto nadie, si fuera así te hubieran llamado por teléfono. Ella vino a hablar algo muy importante contigo, así que escúchala.

—Si no hay más remedio, que hable entonces –dijo poniendo los ojos en blanco.

—Eres un cerdo –dijo Fabiola–, ¿no ves que está sufriendo? Freddy y ella se están divorciando, y ni te imaginas porqué.

—¿Para esto me llamaste? Tengo hambre, mujer –dijo muy molesto y giró su cuerpo para regresar a la cocina.

—¡No te atrevas a irte! Tu hermana te necesita más que nunca.

—Si es por el cuento de que él le es infiel, eso lo sabe media ciudad –dijo Rodrigo regresando a la sala.

—¿Por qué no me habías dicho?

—Disculpa, fue ella la que me dijo que no quería verme el resto de su vida, así que poco puede importarme su divorcio.

—Eres un cerdo malagradecido…

—Tiene razón –dijo Raíza interrumpiéndola–, fui yo la que lo saqué de mi vida, es mejor que me vaya.



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En el texto hay: divorcio, famila, adn

Editado: 15.11.2019

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