La noche estaba llena de estrellas, la luna casi terminaba de menguar, y en la estación de policía todo era normal. En su escritorio, Rodrigo no dejaba de pensar en lo que su hermana le había pedido, y trataba de recordar un caso de su época de novato, sabía que allí podía encontrar algo para ayudar a su hermana, algo que posiblemente le salvaría su matrimonio.
De pronto lo recordó, el número del caso era el 384‑FD-9. Lo recordaba claramente, había sido uno de los casos más extraños que tuvo como novato en sus inicios como detective. Rápidamente fue al departamento de archivo y solicitó el expediente 384-FD-9. El agente a cargo del archivo lo miró enfadado, pues el expediente se encontraba en el lugar más polvoriento del Departamento. El agente fue a buscarlo, y cuando venía de regreso, el detective vio cómo se limpiaba el polvo de su uniforme, y al mismo tiempo lanzaba algunos insultos. Rodrigo recibió el expediente y lo abrió bruscamente para buscar algo en él, el agente lo veía extrañado, aún con un poco de rabia, y no entendía porque no se había largado de una vez del Departamento. Una media sonrisa casi maliciosa se formó en el rostro de Rodrigo, cerró el expediente y se lo entregó al agente para que lo devolviera a su lugar. Salió casi corriendo y se dirigió al laboratorio de criminalística, habló con uno de los laboratoristas y regresó a su trabajo.
Rodrigo estaba contento, ya tenía una pista de cómo podía solucionar el matrimonio de su hermana, claro está, si ellos se perdonaban mutuamente los insultos que se habían dicho entre ellos. El tiempo comenzó a correr lentamente, parecía que el turno no acabaría jamás, y justo ese día los criminales se habían dado un descanso. Por fin al finalizar su turno se fue a su casa, habló inmediatamente con su esposa, y le pidió que llevara a sus sobrinos esa misma tarde a la estación de policía.
—¿Tú estás loco o qué? –preguntó furiosa Fabiola.
—¿Por qué dices eso?
—No recuerdas la última vez que mezclaste tu trabajo con la familia, Raíza nos botó de su vida.
—Debes confiar en mí, ¿de acuerdo?
—Y confío, pero tengo miedo que por tu culpa se alejen de nuevo, es la única familia que tenemos, aparte de tus ancianos padres.
—Tú lleva a los chicos esta tarde una hora antes de mi turno, ya todo está preparado.
—¿Qué le voy a decir a tu hermana?
—Tú sabes mentir muy bien, ya sé que inventarás algo.
—Cerdo, que mal concepto tienes de mí.
—Sabes qué, dile la verdad, convéncela de que voy a mostrarle a los chicos cómo funciona el laboratorio de criminalística.
—Les vas a enseñar esas cosas horribles de muertos, no creo que pueda convencerla.
—Qué poca imaginación tienes mujer, cómo se te ocurre que le haría eso a mis sobrinos, voy a mostrarles las cosas no monstruosas como el reconocimiento de huellas y caras. Seré tu cerdo pero no soy un monstruo.
—Lo siento amor, te llevaré a los chicos.
—Perfecto mi cerdita, vámonos a nuestro chiquero para que me acompañes hasta que me duerma.
—¿Cuál chiquero? La casa está impecable.
—Si soy un cerdo, donde crees que duermo, cariño.
—Vamos entonces, mi cerdito –dijo dándole un beso en los labios.
Cerca de la hora del mediodía, Rodrigo se levantó adormilado a almorzar. Su esposa le había preparado un filete grande con patatas a la francesa, acompañado de una gran ensalada césar y una cerveza negra. Como ya era costumbre, la pareja se peleó por la ensalada, y como siempre el esposo la comió quejándose en cada bocado. Rodrigo se levantó de la mesa, puso su enorme brazo sobre los hombros de su esposa y la arrastró de nuevo a la cama, pese a las quejas de ella que quería dejar limpia la cocina. Más tarde, aun durmiendo Rodrigo en la cama, Fabiola recogió y limpió la cocina, y salió a casa de su cuñada. Estaba muy nerviosa, no le gustaba tener que mentirle a Raíza, Freddy y ella eran la única familia que tenían y no quería perderla de nuevo.
Ya cerca de la casa de su cuñada, tomó aire y estacionó el coche. Resignada tocó la puerta y la recibió Raíza con el pelo lleno de ruleros, vestida con una bata ligera para estar en casa, y con solo una mano con las uñas pintadas. Fabiola tragó saliva, entró a la casa y habló directamente, le pidió permiso para llevar a los chicos al laboratorio de criminalística, pues su tío quería mostrarle como se hacía la búsqueda y análisis de huellas dactilares, y la computadora de reconocimiento facial, él quería recuperar el tiempo perdido y mostrarle a los chicos la parte menos desagradable de su trabajo. Al principio Raíza se negó rotundamente a que sus hijos tuvieran contacto alguno con la profesión de Rodrigo, sin embargo la habilidad de Fabiola para decir verdades a medias terminó por convencerla, aunque lo hizo de mala manera.
Ligeramente preocupada por la manera con la que convenció a Raíza, Fabiola lanzó un suspiro y salió a buscar a los chicos en la escuela. Ellos gritaron de emoción al verla, y se emocionaron más al decirles lo que harían. Al llegar a la estación, Rodrigo los recibió y los abrazó con fuerza, le pidió a uno de los agentes que los llevara adentro un momento, y miró a Fabiola fijamente: