MAYO
Somos nuestro propio demonio y hacemos de este mundo nuestro propio infierno.
Oscar Wilde
Aproximadamente diecinueve son las veces a la semana que me hago la misma pregunta. ¿Cuál es mi razón de existir en el mundo? las he contado, una por una y al menos a la semana existe esa constante: diecinueve, y las diecinueve veces nunca me he conseguido contestar. Sé muy bien que es una de esas preguntas que le llegan respuestas de la nada, como una especie de estrella fugaz.
Me invaden estos pensamientos porque estoy en la casa que me vio crecer, testigo de la manera en que fui creando un criterio y una manera de ser. Tal vez porque a temprana edad la deje junto a mis padres, ahora me reprocha mi abandono con tristes recuerdos y con la idea de no saber quién soy ahora.
Vine a empaparme de mis padres, de la voz de mi mamá preguntando cómo me ha ido y si estoy alimentándome bien porque me ve muy flaca. Y si es que lo alcanzó, de mi padre, que me mira con la sonrisa de un niño que se siente dichoso al tener cerca a la hija que más lo quiere, la única. Solo que antes de sentarme para mirarlos y guardar una imagen más reciente de ellos en el transcurso de mi vida, he subido al que una vez fue mi cuarto. Ahora luce vacío, casi tan pálido como yo y las paredes desnudas me invitan a sumergirme en mis pensamientos una vez más.
Se que en algún momento romántico de mi existencia seguramente tendré una razón por la cual hallarme en este mundo con ganas y sin esfuerzo. Mientras tanto…
No existo, simplemente no existo. Existo en los sobrantes del polvo de estrellas, en los estragos de un diente de león, en las partículas de un corazón roto; pero en el mundo real no existo, definitivamente no.
Escribo esto en una de las paredes que antes estuvo lleno de posters y fotografías ridículas de artistas que jamás sabrán de mi existencia, se me ocurre decorarla con lo primero que cruza en algún rincón de mi cerebro.
De esta manera se desencadena otra vez una maraña de ideas que de una incógnita me lleva a otras más. Me gusta alimentarlas, darles forma y en lugar de desbaratarlas, dejar que ellas me desmoronan a mí, como la muñeca de almidón que soy.
Que si estoy donde quiero estar, que si soy feliz, que si estudie la carrera correcta, que si esto, que si lo otro…Perder a Julio dos veces me ha hecho sentirme vulnerable, ante la muerte, ante el tiempo, pero sobre todo, conmigo misma. Sigo sin gastar mis lágrimas con él, pero he liberado nuevamente a monstruos que ahora rondan cerca de mí. Mis demonios me apretujan tanto que casi me asfixian…decido bajar nuevamente a la cocina con mi mamá.
Una de las grandes cuestiones de mi universo es sobre por qué nací. No tengo idea de cómo fui concebida, si con amor, con furia, con deseo o con una mezcla de todas esas posibilidades. Mi mamá prepara café sobre la barra y no me atrevo a preguntarle.
-Mamá, ¿por qué nací yo? - decido interrumpirla.
- Pues ¿por qué iba a ser? porque yo quise que nacieras.
-¿Solo tú?
-Tú padre también.
-Lo entiendo, pero ¿por qué decidieron tenerme?
-Yo siempre quise ser madre, tú fuiste harto deseada. Desde que supe que estaba embarazada, te quise como a nadie- concluye entre suspiros y con un brillo en la mirada que no le conocía.
-Con el simple deseo no basta- me contestan mis demonios.
Soy víctima de un deseo, de la locura de alguien que quiso ser madre. Pero eso no es suficiente para definir cuál es mi lugar en el planeta tierra. Las respuestas se me revuelven hasta provocarme un nudo en la garganta que acaba disipándose con uno de los cafés de mi mamá. Cuento hasta diez no sé cuántas veces y dejo que mis monstruos se dispersen lentamente.
Prefiero entregarme a los mimos de mi mamá quien después de un rato de platicar de la vecina, la colonia y hasta las noticias más relevantes de las redes sociales, me corre casi a la fuerza porque esta a punto de llover y como buena madre sobreprotectora, se encarga de enviarme a casa antes de que me arriesgue a pescar una pulmonía. Le insisto en que quiero esperar a mi papá pero me convence diciéndome que ya lo veré después.
Me regreso a casa con unos cuantos cafés encima y estoy tan inquieta -cortesía de la cafeína- que en cuanto llego a mi destino, pongo música a todo volumen, comienzo a bailar, brincotear, cantar, sentirme una artista en pleno auditorio nacional, como cuando fui niña.
Editado: 15.08.2019