Julio
Me convertí en un loco con largos intervalos de horrible cordura.
Edgar Allan Poe
Tal parece que mi lista de imposibles me quiere mucho, la vuelvo a encontrar tirada debajo de mi cama. Me encuentro más animada que hasta a veces sonrío sin razón alguna. Cielo despejado, con nubes esparcidas y los rayos del sol de adorno. Sonreír, no me queda más que reírme ya no de mí, sino conmigo. Creo que es momento de cumplir otro de mis propósitos.
Me digno a dedicarme a nutrir el poco inglés que tengo en la cabeza. Mi editora no deja de pedirme que sea yo quien conteste las cartas que llegan desde los mismos EE.UU a la revista, como resultado, me ha convencido de que en verdad lo haga.
Comienzo con un maestro de unos sesenta años, tan amable y paciente que desde la primera clase particular, sé que estoy con el profesor correcto y que esto del inglés -bastante malo en mis labios- será pan comido. El ánimo no me dura ni dos semanas, porque a la tercera clase, me avisa que ya no podrá seguir con la enseñanza a causa de problemas personales por lo que ahora me impartirá las clases uno de sus colegas. Quedamos que lo voy a ver en la cafetería de siempre y a la misma hora.
Es jueves y llueve por pausas. Me entretengo pensando en todo lo que debo hacer y por dónde voy a empezar. Termino pensando en Víctor y que al acabar la clase, iré a su tienda para atiborrarme o atiborrarnos de helado si él acepta.
Cuando veo al maestro que ha sustituido al de siempre, casi se me va la pastilla de dulce que estoy degustando. Es alto, de ojos verde olivo y barba de candado, luce como una persona mala pero al final decido que no lo es. Esa sonrisa tan pura y genuina no puede pertenecer a alguien que se aprovecha de los demás.
El inglés nada más no se me pega en los labios. De verdad soy muy mala o mi nuevo profesor me distrae mucho. En lugar de poner atención a lo que me ocupa, mi imaginación alza el vuelo y decide perderse en sus manos, en su boca, en su voz, en la manera en que explica algo tan simple y pareciera que me está hablando del mismísimo caos del universo.
No me importan mis intervalos de tristeza, ya es otro mes, otro día, otra oportunidad. Me invade el descaro y la locura. Juego con mi profesor. En mi mente, saboreo sus labios y regreso al planeta tierra cuando me hace una pregunta y tengo que volver de la luna.
Al cabo de unas cuantas clases terminamos hablándonos de “tú” y con tanta confianza que a veces hasta juego con sus manos y me acerco mucho a su boca para entender bien la pronunciación del idioma. Un día después de terminar con las lecciones del día, me pide que me quede un poco más en el café de siempre.
-¿Y a qué te dedicas?- pregunta como quien pide un helado, con un gusto enorme entonado.
-Yo escribo-
-¿Escribes?- esos ojos bonitos se convierten en platos.
-Sí, escribo. Todos lo hacen, pero yo lo hago de un modo diferente.
-¿Diferente?- ¡que ridícula entrevista!, pienso.
Entonces me obliga a tomar una servilleta, saco de mi bolso el bolígrafo que papá me obsequió y hago lo que mejor se hacer.
Al término de mi acción, le paso la servilleta mal doblada. Por un momento pienso en clavarle un beso para imprimir en ella mis rojos labios pero creo que ya es mucho el ridículo por lo que solo así de simple, deposito el papel en su mano.
Escribo. Esto soy y de eso vivo. Un bolígrafo y una hoja de papel son una extensión de mi existencia.
¿Por cierto, te mencioné que me gustas? y mucho además.
¿Qué otras preguntas tienes para mí?
Acabada de leer la escuálida servilleta, me mira a los ojos, se acerca sigilosamente y me contesta:
-¿Me das un beso?
¡Pass! ¡Pum! ¡Zas! se rompe el encanto. Tajantemente le respondo que NO.
Y no, no es su aliento que por el contrario, dan ganas de mezclarlo con el mío.
No son sus ojos que aún más cerca, mucho más vividos e intensos me parecen.
No son sus manos que al tocar las mías, su tacto me eriza la piel.
No es el tono que usa para pedirme un beso.
Es algo mucho más simple. Detrás de él, ahí está. Mi demonio más grande que volvía a aterrorizarme desde el fondo. El que un día fue mi novio y esa voz tan particular que nunca en mi vida olvidarían mis oídos.
Editado: 15.08.2019