Soñadora de imposibles

ANTONELLA

Abril 

No hay adiós más estruendoso, que aquel que no se dice. 


Me dan la noticia de golpe que casi acabo en el suelo. Simplemente no lo alcanzo a entender, ni creer, ni digerir. Necesito verlo con mis propios ojos, o escucharlo de primera fuente porque quién sabe quién diablos fue quien me dio el aviso. 


Un día estamos juntos y al año no somos nada. Un día estas y al siguiente quién sabe. Una parte de mi corazón ya no existe, sin embargo aquí sigo, tan viva como ayer, como hace un año, como antes. Elipsis. No hay ruido, no hay  nadie, no sé quién soy, ni dónde estoy, no sé nada. Tan solo se repiten sin cesar  esas palabras.  


Julio. 


Julio. 


Julio está muerto.  


Llego del velorio con el cuerpo casi dormido, con las ideas y mi mente apagada. Me quedo dormida sin saber cómo logro conciliar el sueño. Al día siguiente en lugar de ir a trabajar como cualquier otro, saco una libreta que hace años tengo, repleta de notas, fragmentos, trozos, partes de mí. 


A penas y encuentro espacios en blanco esparcidos entre hojas. Solo cuento con el bolígrafo y lo que ha rondado por mi mente. Empiezo a escribir:
 
 

 
Réquiem para Antonella 


Antonella es una chica vivida de aspecto grisáceo que apenas alborota sus labios ya sea para hablar o sonreír. No es que viva deprimida. Así es, quizá así nació y vive siempre con ese destino. Destino, cruel y bendito “destino”, Antonella saborea la palabra una y otra vez y se pregunta ¿por qué pasan algunas cosas? 


Ella es bonita, pero no lo sabe o nadie se lo ha querido decir. Es caprichosa pero al mismo tiempo deja volar sus sueños como aves en plena libertad, no se aferra. Simplemente deja pasar cada “tic-tac” del reloj como si de esos tuviera muchos.  Es una mujer que a ratos se desespera, llora, se aflige, se derrumba cuan montículo de arena fina y no hace nada al respecto. 


Antonella tenía novio. Una mañana, tras una llamada por teléfono se enteró de su repentina muerte. Silencio brutal. El teléfono quedo colgando en el escritorio después de soltarlo y llevarse las manos al rostro para llorar, o mejor dicho, tratar de llorar, porque por más que lo deseó, ni una lágrima viajó por su rosada mejilla. Se vistió adecuadamente y fue a esa casa que había visitado alrededor de tres o cuatro veces. 


Ella recuerda perfectamente los tres años de noviazgo. No como si tuviese memoria fotográfica, pero en su mente saltan de un lado a otro recuerdos claves que guarda con mucho cariño. El rompimiento. El dichoso rompimiento. Existen mil recuerdos más, pero ahora sólo se aferra a ese. 


Antonella ha llegado a la que fue su casa, los primeros en toparse son a sus abuelos con muecas hundidas en desconsuelo; recorre el lugar con la mirada y ahí está su papá más triste que nunca y al lado reposa la silueta de su madre quien tiene la mirada vacía y los ojos hinchados de tanto llorar. Ni así consigue derramar lágrimas y le duele. Le duele mucho. Por último sus ojos se quedan clavados como cuchillas en la caja de madera que guarda su cuerpo sin vida; ella no se mueve, tan solo palpita su corazón intensidad infinita, como bomba a tres segundos de explotar; decide no verlo, prefiere recordarlo tal como lo vio por última vez, con el corazón temblando con ritmo y cada parte de él lleno de vida. 


Ella lo dejó por una simple razón. Ya no lo quería lo suficiente. ¿Acaso el amor se mide en cantidades, o el amor es sólo amor y ya? En ese momento que cruzó la línea entre el “lo dejó” o “continuo con él” no lo entendió. Se percibió vacía del alma y regreso al color gris de su vida que le salía del todo natural. 


Antonella, congelada y con los pies pegados al suelo desde que entro a esa casa, no sabe a dónde ir a parar. Pero sus ojos se mueven estrepitosamente, de un  lado a otro que ya han sido muchas las veces que mira a la madre de él con esa pena que derrocha en todo el cuerpo, pero que ni así se atreve a ir y brindarle “consuelo” cuando ni siquiera comprende en qué consiste el significado de esa palabra. Entonces pasa, entre tanto voltear de un lado a otro, al fin sus ojos se topan con la otra. 


La mira con rencor. Se siente pequeñita a su lado, como una basura tirada al lado de donde está la otra. La otra, que llora a cantaros, y casi se rompe de tanto estrujarse, mientras Antonella no consigue asomar ni una gota salada de sus lagrimales por más que se esfuerza. La otra, en realidad ¿quién era la otra? Ella era la otra. La nueva no hace más que quebrarse de dolor. Y la odia, la odia como quizá jamás odiará a nadie más en su vida.  



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En el texto hay: fantasia, poesia, amor

Editado: 15.08.2019

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