Enero
La vida es eso que pasa mientras tú sólo te quejas.
Tengo que hablar a favor de una lista de deseos, debo tener una. Aurora ha tenido la estupenda idea de que todos publiquemos una lista de deseos personales para compartir con nuestros lectores, para que al final del año concluyamos si fue posible cumplirlas o no.
Mi seriedad este día es un desastre. No me concentro y no encuentro en ningún cajón de mi escritorio la lógica. Decido que voy a ser lo más irónica posible. Reto a mi imaginación, trato de que mis deseos sean los menos esperados y sean prácticamente inalcanzables –cómo casi ni se me da- tomo la pluma (me gusta el romanticismo de escribir a mano) y esto es lo que sale:
1.- Besar por lo menos a cinco chicos.
2.- Perdonar a Julio.
3.- Cocinar un pastel
4.- Aprender inglés.
5.- Escribir algo que no sea para la revista.
6.- Hacer el amor.
7.- Confesar que quiero irme.
Sé que la tradición es planear doce, uno por mes. Pero tan sólo se diseñan estos en mi mente. Doblo la hoja, la guardo en mi bolsa, (obviamente jamás la presentaría ante el mundo) así que también sambuto los deseos en una bóveda olvidadiza de mi cabeza y le cierro el paso a mi descontrolada imaginación.
Me acuerdo de los deseos que tuve en mi mente el año pasado, el que apenas nos abandono. Están muertos, disueltos en algún lugar del planeta, llorando porque no los perseguí y se me fueron de las manos. Uno de ellos fue dejar de habitar en el planeta tierra. Así tal cual. La idea se implanto un día en el interior de mi agonía y la saboreaba demasiadas veces.
Desde luego, me agrada la idea de que ese particular deseo no lo cumpliera y me da miedo que quiera volver, que me pueda encontrar. Todo fue gracias al año que hace dos días finalizo, casi me rompe por completo. No fue mi año, ni ninguna semana, ni tan solo un día, ni una hora, no fue mi vida. Fui un huracán de nostalgia, berrinches y estropeos. Deje de llorarle al dichoso año y lo maté de golpe. Cerré las puertas que tenía que cerrar y me vestí del coraje que me hacía falta.
Aún no soy yo, soy una que no conozco. Pero me alegra saber que ya no soy esa que quería dejar de existir. Hoy vivo y tengo una lista de cosas imposibles en mi bolso.
Porque desde luego son una lista de imposibilidades. ¿Yo besando a quien se me ocurra por ahí? Ridículo. Mejor me dedico a lo que me sale bien. Quejarme, como siempre. Así se me pasa el dos de enero, medio viva, medio muerta.
No tengo voz. No tengo pies. No tengo sueño. No tengo nada. Tan solo soy un alma viviente que se esclaviza como muchas más. Quiero llorar porque aún me quedan sentimientos. Entonces él me revive.
Salgo apresurada para que esta vez no me deje el transporte. Ni siquiera acabo la lista de propósitos que si voy a presentar y no pienso arrastrarla hasta casa para buscarle un final decente. En el elevador veo esos ojos. Coqueteo, sonrío, me pongo roja y él no deja de mirarme. Cuando voy a oprimir el botón que indica planta baja, su mano que tiene la misma intención provoca un roce con la mía. Escalofríos, una rayo de nerviosismo cae sobre mí y parezco lela, se que si me atrevo a decir palabra alguna, voy a tartamudear cual adolescente enamorada o como en aquellos tiempos que me tocaba exposición individual en clase.
Tan solo lo miro por última vez y me resigno a que no volveré a perderme en esa mirada tan extraña. Dicen que la curiosidad mató al gato, pero murió sabiendo, y yo quiero saber. Esta vez yo quiero saber, ¿Qué pasaría si saco de la bóveda mi lista de deseos y…
No me voy a la parada del bus, no tomo un taxi, no me voy a casa. Hago lo que nunca me atrevería a hacer, lo que dejaría pasar como se deja pasar esa clase de oportunidades inoportunas que siempre pienso que no se hicieron para mí. Voy y se lo pido de manera directa, mirando esos ojos que insisto, me matan de intriga y curiosidad.
Ato por todos lados mi miedo para que no se me escape, me detenga y de manera contundente se lo pido.
-Esta noche quiero pasar la noche entera contigo. ¿Se puede?- mi voz casi tiembla, pero hay dentro de mi garganta un impulso que no piensa detenerse.
Sonríe de una manera tan obvia que por un momento pienso que va soltar la carcajada, en lugar de eso me toma de la mano y nos vamos a cualquier rincón de la ciudad.
Cada parte de mí tiembla, sufre y celebra que estoy donde debo estar. Cada palabra que se despega de nuestros labios nos enmudece. Cada beso es un acto de romance desapegado con la dosis perfecta de complicidad. Cada segundo que sus manos están sobre mi piel tibia debajo de las sabanas rezo porque esto nunca termine. Cada sonrisa que nos regalamos queda tatuada sin amenaza de desvanecerse en mi mente. Cada detalle, vive, muere y renace en ese pequeño instante tan ridículo y afortunado de mi vida que transcurre en la habitación.
Editado: 15.08.2019