Decidida, la princesa sirena se internó en lo más profundo del océano, si, al
lugar donde nadie se acerca si quiere seguir con vida. Pero Ania era valiente y
decidida, nada la asustaría, o bueno, casi nada, se dijo mientras observaba
escondida a los tiburones que rondaban por allí.
Tras pasar por un claro lleno de tiburones, escondiéndose y esperando el
momento oportuno, para seguir avanzando, Ania logró entrar a la cueva del
pulpo, escondida esperó y esperó hasta que el viejo pulpo se durmió
profundamente. Cogió las algas con mucho cuidado y salió nadando muy
rápido. En el camino de regreso tuvo que nadar lo suficientemente rápido como
para dejar atrás un tiburón que estaba decidido a que ella fuera su cena. Menos
mal que cerca estaban sus amigos los delfines que fueron a su rescate y la
ayudaron.
Después de una hablar con sus padres, y explicarles, logró convencerlos de
que quería ser un hada, y que no cambiaría de opinión.
Aunque fue difícil Ania logró convencer a todos de que debería tener una
oportunidad de luchar por sus sueños, de defender lo que amaba y lo que creía.
Así que sus padres, decidieron apoyar a su hija en poder lograr alcanzar su
meta, y le dijeron que pasara lo que pasara ella siempre podría regresar a su
hogar, junto a su familia. Así que todos la abrazaron y Ania emprendió su
camino.
Después de salir a la playa, Ania tuvo que acostumbrarse a las piernas, a su
nueva ropa, que se trataba de un hermoso y sencillo vestido, unos zapatos que
encontró algo incómodos y a caminar. El unicornio le enseñó el camino del
bosque encantado y Ania entró sola en él.
Al principio todo era normal, arboles, enredaderas pero después comenzaron
a llegar sonidos raros, y diferentes. Las enredaderas comenzaron a cobrar vida
y a tratar de atraparla. Estaba desesperada por zafarse cuando vio un cristal que
brillaba en el suelo y lo utilizó para cortar las ramas que la lograban alcanzar, al
hacerlo, las enredaderas la soltaban de inmediato.
Siguió avanzando por el camino, y de pronto se encontró con un río muy
profundo, con corrientes muy fuertes. Cómo ya no contaba con su cola de
sirena, tuvo que pensar cómo cruzar el río sin caer.
Mirando por todos lados encontró un árbol muy alto. Pero tendría que tumbarlo para pasar por él.
Ania, se puso triste, pero entonces, apareció vio un pájaro carpintero.
Recordó que su amigo el unicornio le había dicho que los pájaros carpinteros
eran capaces de perforar los árboles con el pico, para así sacar larvas e insectos
que viven bajo las cortezas o en los troncos.
- Buenos días pájaro carpintero, ¿puedes ayudarme?- le dijo Ania
- ¿Necesitas ayuda?- le preguntó él.
- Pues sí. Tengo que cruzar el río y para lograrlo debo tirar este árbol, pero
no tengo fuerza para hacerlo sola.
- Si me cantas una canción te tumbaré ese árbol.
Así que Ania le cantó una canción muy hermosa, su voz era dulce y la
melodía, tan hermosa que el pájaro carpintero se poso en la rama de un árbol a
escucharla, y varias criaturas del bosque salieron de sus escondites solo para oír
su voz. Cuando terminó el pájaro carpintero se puso manos a la obra junto a
otros más, y entre picoteo y picoteo el árbol se cayó, y la princesa le dio las
gracias y pasó por encima extendiendo a lo largo las manos para buscar
equilibrio y continuó su camino.
Pronto llego el anochecer, así que Ania busco un lugar donde dormir, como
estaba tan oscuro ella tenia un poco de miedo, sin embargo, se sintió muy feliz
y aliviada, porque entre los arboles apareció, su fiel amigo, el unicornio. El se
tumbo en la hierva y Ania se acostó a su lado sintiéndose protegida y muy
calentita.
A la mañana siguiente, Ania despertó sola, su amigo se había marchado,
dejándole algunas manzanas a su lado. Pronto estuvo preparada para volver al
camino, y así lo hizo. Ya cuando estaba muy cansada, llegó a un árbol inmenso
y muy ancho, que interrumpía el camino. En el había una gran puerta, Ania
tocó y tocó la puerta hasta que de pronto el árbol despertó. Tenía una cara de un
anciano y este le dijo.
- Ania, querida, que gustó conocerte, eres muy hermosa. Pero dime, ¿por qué
tocas mi puerta?
- Quisiera pasar , para ver al príncipe y pedirle un favor.
- Ah, quieres verlo. Si me contestas una pregunta te dejaré pasar. Dime,
querida:
Con mis hojas muy unidas,
que no me las lleva el viento,
no doy sombra ni cobijo,
pero enseño y entretengo.
¿Qué será?
Ania se quedó pensando un momento y de pronto recordó cómo había
aprendido tantas cosas de su mundo y el de las hadas.
- La respuesta son Los Libros abuelo árbol.
Y así él viejo árbol abrió sus puertas y la dejó pasar.
Lo que vio la dejó encantada, un paraíso lleno de árboles, plantas y flores de
colores, animales y cientos de hadas caminando y volando por todos lados.
Mientras caminaba hacia el castillo muchas de las hadas que pasaban a su
lado la saludaban, y cuando por fin estuvo frente al príncipe en su hermoso
palacio se quedó sorprendida por su figura.
Él era muy guapo con unos ojos
verdes alargados y sus orejas eran puntiagudas, su pelo largo le caía sobre la
frente, y tenía unas alas enormes, de colores brillantes. Ania sintió como
mariposas revoloteando por su estómago.
- Veo que has logrado llegar hasta mí, princesa. Eres muy valiente y muy
inteligente.
- Gracias alteza.
- Dime, Ania, ¿ todavía quieres ser un hada? - le preguntó el príncipe.
- Por supuesto que sí, es lo que más deseo.
- Entonces dime, ¿te casarías conmigo, princesa ?
- Pero, si no me conoces, ni yo lo conozco, alteza.
- Yo si te conozco y por eso sé que te amo. Tú también me conoces, porque
he estado contigo en muchas ocasiones, piensa y recuerda Ania, me conoces
muy bien, hasta me has llamado amigo.
- ¿A caso eres tú mi querido amigo el unicornio? - dijo ella después de
pensarlo un momento.
- Ya veo que me recuerdas, ¿y que me dices del carpintero?
- Creo que empiezo a conocerte. Y mi respuesta es sí. ¡ Sí, me casaré contigo
príncipe!
- Me haces muy feliz, mi princesa. Te haré muy feliz. Mi nombre es Iván, el príncipe de las Hadas.