Sonata

Páthetique

—Muy bien, vamos a empezar da capo, ¿Está bien? No te presiones a ti misma, sé que puedes hacerlo. 

Catallena asintió, y observó las teclas del piano. Podía distinguir, aunque de una forma muy sutil, la forma de sus rasgos en el reflejo de las teclas blancas y negras. Se notaba que su profesor había pulido el instrumento hace muy poco, quizás hace unos días antes. Arriba de las teclas, las partituras impresas en un prístino y blanco papel marcaban las notas de la Sonata Pathétique del compositor Ludwig van Beethoven, concretamente en el movimiento número 2. Además de lo impreso en los pentagramas, se encontraban pequeñas anotaciones hechas por su profesor en clases anteriores, en un lápiz de tinta color rojo.

Dejó de concentrarse en detalles como estos, y simplemente optó por cerrar los ojos y relajar la postura de las manos sobre las teclas que correspondía tocar en el primer compás. 

—Uno, dos, tres, y… —El profesor marcó el tempo con chasquidos de dedos, y la interpretación de la pieza comenzó inmediatamente. El sonido del piano llenó brevemente la habitación, mientras el hombre movía las manos, como dirigiendo una orquesta invisible, solo que dirigía a la muchacha al piano. Sin embargo, a media pieza la detuvo con un suave gesto—. Alto ahí. 
—¿Todavía no? —Preguntó Catallena, levantando la mirada. 
—Vas por buen camino, has mejorado mucho desde la última lección. Se nota que practicas con diligencia, y eso me pone sumamente contento —La chica estaba por sonreír, mas el hombre continuó hablando—. Pero algo le falta. Catallena, escucho música, escucho notas, como debería ser, pero no escucho a Beethoven, ¿Me entiendes?
—No mucho. 
— A lo que me refiero, es que le falta cuerpo, le falta sentimiento. El piano no es solo diligencia y disciplina, no es solo leer notas e interpretar. Falta, quizás, saber qué es lo que pensaba Beethoven en el momento de tocar, ¿No crees?
—Eso sería imposible, señor Brenner —Contestó Catallena—. Está muerto, lamentablemente, a menos que tenga una tabla de Ouija, no creo que pueda preguntarle al respecto.

El profesor rió suavemente, y agarró el libro de partituras, cerrándolo, dándole a entender a Catallena que la lección había terminado por el día. La joven se levantó del asiento del piano y fue a por su abrigo, sin quitarle la mirada al hombre mientras éste hablaba. 

—Una composición nos puede dar datos muy interesantes de su compositor. Mira, el arte es así, un puente de conexión entre un alma y una consciencia colectiva, es transmitir pensamientos personales al resto del mundo con la confianza de que serán entendidos y apreciados —El hombre le dio el libro a su alumna—. La tarea que te voy a dar, es que encuentres los pensamientos personales de Beethoven en esta Sonata. Quiero que los entiendas y los aprecies, y que una vez hecho eso, los traspases a tus dedos y seas capaz de comunicármelos. 
—… Esa es la tarea más difícil que me ha dado hasta ahora —Catallena sonrió con algo de amargura y guardó el libro en su bolso.
—Y es una de las más importantes. Confío en ti, y en que no me vas a defraudar. 
—Gracias por la lección de hoy, señor Brenner —Sonrió la joven con más cariño, e hizo una reverencia. Él le acarició la cabeza, desordenando sus cabellos. 
—No es nada. Cuídate mucho, y mándame un mensaje cuando llegues a tu casa, ¿Bien? 
—Lo haré —La chica tomó su paraguas del perchero, y abrió la puerta del estudio—. Hasta la próxima semana.

Catallena salió del estudio, y empezó a bajar las escaleras que la separaban de la planta baja del edificio. Una vez hubo bajado, observó la hora en su celular. Eran casi las ocho. Tenía tiempo para ir por algunas cosas que le faltaban en el apartamento para la cena, así que caminó hacia el otro lado. En la esquina se encontraba una tienda, así que entró ahí. 

—Bienvenida, Catallena —Saludó la mujer en el mostrador, una joven de treinta años, con el cabello color durazno y rizado atado en una coleta, usando una bandana roja en la cabeza, con unos pocos tatuajes visibles en su antebrazo. Tenía una camiseta negra de cuello de tortuga arremangada, y usaba un delantal azul.
—Lorna, buenas noches —Sonrió de vuelta Catallena—. ¿Todavía no termina tu turno?
—No. Tuve que relevar a Kevin, parece que le dio un resfrío muy malo —Lorna negó con la cabeza—. No me quejo, de todas maneras, ha sido muy tranquilo. ¿Cómo van las lecciones de piano con mi tío Félix?

Catallena se detuvo un momento, sacando una pequeña libreta y anotando los artículos que necesitaba en ella con una lapicera. Lorna la observó con atención, mientras la chica contestaba su pregunta con un suspiro. 

—No han sido malas clases, de verdad, pero… Estoy algo complicada con eso ahora, el señor Brenner me dio una tarea que no sé si pueda realizar. 
—¿Eh? ¿Qué te pidió, que hicieras la gran Mozart y tocaras el piano con los ojos vendados? —Lorna recibió el papel y lo revisó, caminando por su pequeño espacio para buscar los artículos allí listados. 
—¡Ojalá! Me dijo que tenía que analizar los pensamientos de Beethoven cuando escribió el Segundo Movimiento de la Pathétique, que es lo que estoy aprendiendo ahora —Catallena siguió a la otra mujer con los ojos, echada en el mostrador con frustración—. Dice que le falta sentimiento…
—¡Oh! Mi tío es muy sentimental —Respondió Lorna, poniendo los artículos uno a uno sobre el mostrador. Un paquete de arroz, dos tomates, un pepino, una barra de mantequilla y un queso para rallar—. No me sorprende que te pida eso. Es que quizás tu cabeza funciona en una forma demasiado analítica. 
—No lo entiendo, sinceramente. La música es sobre la lectura de partituras, sobre interpretarla, ¿No? Intento interpretarla como puedo, pero me dijo que no era suficiente. 
—Mira, Cat, algunas piezas requieren interpretar música, pero de una manera menos literal. Beethoven era un tipo complicado, y te aseguro que le gustaría bastante que apreciaran sus intenciones —Rió Lorna, tomando una calculadora—. Veamos, esto y esto… Doce euros. Por ser tú, te lo dejo a nueve. 
—Saber las intenciones de los muertos no es algo precisamente posible —La chica sacó su billetera y empezó a contar el dinero requerido—. ¿Tienes algún ritual de invocación por ahí guardado? —Bromeó.
—Quizás si te paras en frente de un espejo, repites su nombre tres veces, sujetas una vela y un crucifijo, a las tres de la mañana, mientras pones de fondo la Quinta Sinfonía, te salga Ludwig Van Beethoven y te grite que eres una incompetente —Devolvió la broma la otra mujer, buscando algo en el mostrador. Sacó una bolsa de tela de color negro, con elegantes diseños en dorado pintados a mano. Fabricación de la mujer, como parte de su espíritu ecológico.
—Ha, ha, muy graciosa —Rodó los ojos Catallena, que le pasó el dinero y tomó la bolsa—. En fin, debo irme. Si no tomo el tranvía ahora, probablemente me quede en este lado de Viena para siempre. 
—Ah, sí… Viena, ciudad de músicos —Suspiró la vendedora—. Espero que el viaje a casa te de alguna especie de inspiración para la tarea de mi tío.
—Ciudad de músicos… Para cualquiera menos yo —Negó con la cabeza la chica, ajustándose el bolso en el hombro—. Suerte con el turno, Lorna. Descansa. 
—Tú igual. Buenas noches, Cat. 



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En el texto hay: historia, musica clasica, compositor

Editado: 21.09.2018

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