Eran las 14 horas cuando finalmente el viejo cartel de bienvenida anunciaba mi llegada al pueblo lleno de nieve.
Mis manos estaban enfundadas en guantes, al igual que vestía un abrigo con chaqueta encima.
Mi nuevo auto se desplazaba por las solitarias vías, hasta que las casas comenzaron a aparecer.
Era un pueblo poco colorido, algunas casas mantenían plantas, a pesar del invierno que en estos momentos habitaba.
Siguiendo al GPS recorrí todas las calles, llenas de niños pequeños haciendo travesuras bajo el frío y la nieve...
Se apartaban corriendo a sus casas donde sus padres observaban con inquietud mi auto de vidrios oscuros, los cuales impedían visión alguna hacia mí.
La clara idea de que no muchas personas transitaban por acá me acompañó.
Pero luego noté un grupo de personas que parecían turistas en algún lugar de un parque viejo.
Solté un suspiro y continué mi camino hacia el final de este pueblo.
No fue hasta que aquella indicación apareció que entendí que la que ahora era mi propiedad, Baumgärtner, era muy llamativa e importante.
Unos gigantes arcos se alzaban, haciéndome comprender las altas rejas que se unían con las iniciales B&F.
Estaban pintadas de un color dorado como el oro y el poco sol que pegaba las hacía brillar.
Detuve el auto para poder bajar.
Notaba la curiosa mirada desde lejos, nadie esperaba que la compradora anónima en gastar millones fuera una chica tan...
Tan yo...
Suspiré y tomando las pesadas llaves que se me fueron entregadas por el abogado de mi padre, el cual se encargó de realizar mi compra y de venir a inspeccionar todo.
Mi padre no me dejaría estar aquí a no ser por su abogado de confianza, sin que él haya revisado todo...
Abrí la majestuosa puerta que ante mí se imponían y con fuerza empujó las rejas.
Vaya, que son pesadas.
Regresé al auto y avancé para luego cerrar tras de mí las puertas.
La calefacción del auto me abrazaba para seguir mi camino dentro, donde un largo tramo se encuentra, lleno de arbustos y flores llenas de nieve, y una gran escalera que conduce hacia donde la gran casa me recibe.
Tenía ventanales, y era blanca con largas columnas en dorado y nada más que el estilo victoriano.
Cuando bajé del auto el reflejo de un hombre me hizo dar un salto, acelarando mi corazón a pulsaciones incontrolables.
— ¡Buenas tardes señorita Cassandra! Disculpe mi falta de cordialidad al no recibirla anteriormente, me habría evitado asustarle.
Apareció un hombre con un gesto amable y son notables las canas y la edad avanzada.
Abrí mis ojos sin saber qué decir.
— Permítame presentarme, soy Vicent, estaré a su cuidado y disposición, me encargo de velar por la seguridad de esta propiedad tan inigualable, y clara está, su nueva dueña.
Me sonrió con alegría como si fuera algo realmente impactante mi nuevo hogar.
Recuerdo que mi padre había comentado que se encargaría de proteger mi hogar con gente capaz.
— Un placer, aunque no del todo, ya que semejante susto me ha dejado casi fuera de sí.— Digo sonriendo tratando de calmar mi respiración.— Ya sabe mi nombre, pero me gusta presentarme, soy Cassandra Shlüter, y es un gusto tenerlo aquí, no me imaginé estar rodeada de tan...
Observo rápidamente todo mi alrededor para decir la palabra correcta.
— Imponentes cosas, pero he de confesar que amo este lugar.
Le regalé una sonrisa y sus ojos café se achicaron.
— Le puedo confirmar que lo es, pero no se deje intimidar, es su casa y su nuevo hogar, yo vivo justo allí.
Dijo señalando una especie de anexo a unos cuantos metros de la casa.
— Se ha de suponer que hace décadas era la casa de los sirvientes, ahora es mi hogar.
Sonreí nuevamente sin saber qué decir.
Mis manos se encontraban bajo mis axilas en busca de calor, y al notar mi gesto, Vicent alzó sus cejas.
— Vamos adentro señorita, necesita entrar en calor y conocer el interior...
Y sin negarle la palabra, tomé mi cartera del auto y le seguí los pasos subiendo las escaleras hasta la puerta.
— Abra usted.
Me concedió el paso y ansiosa por estar a punto de adentrarme al hogar del resto de mi vida abrí la puerta con temor.
A partir de este momento oficialmente viviré sola e independiente.
Alejada de todo lo que un día me lastimó.
Una larga alfombra es lo primero que logré ver.
Grandes candelabros, lámparas con diamantes colgantes, una escalera central que conduce hacia el segundo piso, y largos y espaciados corredores se abrieron paso ante mí.
Habían cuadros y pequeñas esculturas, todo indicaba antigüedad.
Divisé algunos objetos extraños pero sumamente valiosos y dignos de un museo, estantes llenos de libros y un enorme reloj de oro que me deja boquiabierta.
— Es impactante, ¿No lo cree?
Asentí admirando cada detalle del lugar.
— Es usted la primera propietaria luego de la muerte de la familia Baumgärtner...
Sus palabras de alegría me dieron una extraña opresión en el pecho.
Saber que nadie quiso vivir aquí antes por la posible historia trágica que acorraló a sus antecesores me entristeció.
— Me siento con una gran responsabilidad encima, pero solo espero saber honrar este apellido y lugar que tanta historia esconde.
Al notar la insistente mirada acompañada de un sentimiento indescifrable, continué.
— No quiero que nada sea quitado, solo me aseguraré de arreglar la que sea mi habitación, y de colgar un cuadro de madre en la entrada de este lugar.
Y diciendo lo último me encaminé al corredor que se encontraba justo al lado de la escalera.
Lo más sorprendente de todo no era la radiante sala llena de oro, plata y diamantes, si no el delicado piano de cola que se encontraba en medio de tal habitación.
Era completamente negro, a excepción de sus teclas blancas, y estaba tan impecable, casi como si todos los días fuese limpiado...
Editado: 29.04.2023