Eran muchos mitos viejos los que en Ghöstery contaban...
Un pueblo que se fundó hace décadas y que a pocos enamoró.
Aquel fundado por una imponente familia que no dejó generación.
El misterio de la nieve blanca cayendo en el ocaso.
Cada campanada que anunciaba el reloj era el despertar de la luna llena que alumbraba al pueblo con fervor.
Ojos veían y pretendían ser ciegos, palabras se escuchaban y preferían ser sordos, bocas hablaban y parecían ser mudos.
Las paredes hablan, decía un viejo dicho.
Y si tanto hablaran, ¿Qué sería lo primero que contarían?
El frío abrazaba su piel pálida, desde lo lejos, alcanzado casi al final de aquel lugar, una joven dama fue apreciada desde su ventana.
Sus ojos observaban con tal añoranza y melancolía el horizonte, que algo en el oxidado corazón del acechante se retorció con fuerza.
¿Acaso observaban el mismo ocaso con el mismo vacío?
Miradas que dicen más que mil palabras.
Era muy bonita.
Tenía una belleza jamás vista.
Sus labios eran tan rosados como el pétalo de una de esas delicadas rosas que adornaban el jardín, su piel era tan pálida como la nieve que caía por montones, su cabello tan dorado como la escasa luz del sol que iluminaba hacia el ocaso, y sus ojos dos fuentes tan claras como manantiales.
Desde lo que la lejanía permitía, la vio correr las pesadas cortinas.
Era aquél el que hechizado su belleza lo tenía.
Ya sería la hora en el que ella lo sabría.
Por ahora solo existía el apreciarla en la lejanía.
No se hablaba de un acosador, ni mucho menos de un enfermizo corazón.
Se hablaba del mismo mito que a muchas almas desveló.
Por eso escuchaba el oído sordo, al que hablaba estando mudo, que pudo haber visto estando ciego.
Ojos vemos, palabras oiremos; y claramente, los mitos algún día sabremos...
(...)
Una molestia en el cuello me hizo abrir los ojos, de pronto pude darme cuenta que me encontraba en el sofá, y en la posición más incómoda que pudiera existir.
Me levanté con cuidado y estiré con pereza mi cuerpo, aunque se notaba el frío que hacía afuera, adentro era tan caliente como la hoguera.
Doblé la manta y admiré el retrato escondido en un rincón de la pared.
Me acerqué con sigilo como si alguien podría verme.
Al estar frente a él un escalofrío recorrió mi cuerpo, desde los pies, hasta el cuello.
Ante mí se encontraba un retrato a mano, pintado a mano, se notaba viejo, pero las personas se veían intactas.
En el medio se encontraba sentada una mujer con mirada amorosa, y a su lado quien parecía ser su esposo, él está de pie, y tiene su mano en el hombro de ésta, su gesto es más duro, y sus ropas son claramente de la década victoriana.
Luego los rodean por orden un joven hombre al lado de su padre y otro más pequeño, a éste último lo sigue una hermosa niña de rizos dorados.
Y por el lado de la madre la respiración se me cortó.
Había un hombre, no uno cualquiera, se le notaba alto, muy alto, y no solo eso, se veía tan...
La sensación de ser vista me hizo salir de mi ensueño, para voltearme bruscamente y no encontrar nada.
Solté la respiración y volví a observar aquel retrato, pero mi respiración se volvió a cortar de solo mirar a ése hombre con un aura intimidante.
Aunque sentir fuera en vano, me había acelerado el corazón un hombre que está muerto.
Ya por eso seguiría estando sola, y siendo un alma vieja.
Añoraba con el alma tiempos jamás vistos, y nunca vividos.
Ya estaría mi corazonada con que algún día viajé a través de las barreras del tiempo.
Subí las escaleras sin tanto ánimo y tomé mi teléfono.
Eran las siete de la mañana.
Decidí apagarlo y entré al baño, donde tomé velas con olor a coco, vainilla y chocolate y tomé las esencias para llenar la bañera.
Luego caminé hasta el cuarto y me quité toda lo ropa, quedando nada más como el creador me había traído al mundo a través de mi madre.
Arrugué la cara al imaginarlo.
Y de nuevo esa sensación de ser observada me acompañó, ahora más que nunca, me giré como si estuviera loca y al darme cuenta, había dejado la puerta abierta.
Sólo debo acostumbrarme a este lugar...
Caminé descalza hasta la bañera y me sumergí entre velas y esencias, mi cuerpo se sintió pleno y mi cabello flotó sobre el agua.
Aprovecharía cada momento como si fuera el último.
(...)
La tarde era colorida, había dejado de nevar con tanta fuerza, es decir, no había exceso.
Admirando mi reflejo por última vez en el espejo, estuve segura de mí, tomé mi boina y mis guantes y busqué las llaves.
Hoy conocería el lugar.
Al salir de la casa me encontré con la mirada de Vicent, el cual se encontraba arrastrando una pala.
— ¡Buenas tardes Cassandra! — Dijo con alegría.
— Buenas tardes.— Le contesté con una sonrisa de labios cerrados.— Saldré a conocer el pueblo.
Y con una sonrisa como respuesta, abrió las grandes puertas para mí y recorrí las calles bajo la atenta mirada de las personas que me rodeaban.
Me detuve en el parque principal, en dónde se encontraban exposiciones de arte y cultura del lugar, el parque con unas cuantas personas, la biblioteca comunitaria y una linda cafetería.
Al bajar del auto sentí todas las miradas sin discreción alguna sobre mí.
Estuve a punto de observar si algo estaba mal conmigo, pero luego noté que no era precisamente por eso.
Caminé con la cara en alto y sin hacerme ovillo alguno.
La poca nieve que hoy caía me acariciaba el rostro.
Y al momento que iba entrar al lugar principal, sentí unas pequeñas manos abrazadas a mis piernas.
Mis ojos se abrieron de pronto, y fue entonces cuando dirigí mi mirada a las pequeñas manos que se aferraban a mis rodillas, era una bebé, y cuando digo bebé me refiero a los ojos más hermosos que había visto en mi vida, y a los dientes que apenas crecían, más tiernos.
Editado: 29.04.2023