Sonata de Luna Llena

Capítulo 4

Todo cambia.

Todo se transforma.

Todo evoluciona.

Con esas palabras en mente abrí mis ojos.

El sol acariciaba mi rostro, iluminaba toda la habitación, y el gran cuadro a mí lado.

Me puse de pie caminando somnolienta hacia el baño, donde pude admirar mi cabello desordenado, y mis labios más hinchados.

Algo que era muy normal en mi, era despertar con los labios hinchados.

No entendía que tenía que ver el sueño con ello, pero así era.

Sin dar más largas, caminé desnuda hacia la bañera donde me sumergí por un gran rato hasta renacer.

O así al menos se sentía salir del agua, sentirla caer lentamente, el cabello pegándose hacia un lugar inespecífico y la piel sintiendo el leve frío de la realidad.

En definitiva, mi punto de vista para ver las cosas era diferente.

Cubrí mi piel con una bata, y envolví mi cabello con otra toalla más pequeña.

De camino a vestirme mi piel se erizó.

La mañana estaba algo pesada.

Tomé unos pantalones y un suéter tejido color crema, calcé mis pies en las pantuflas y peiné mi cabello hasta dejarlo plano.

Tomé mi teléfono antes de bajar, y cuando estuve abajo y el gran reloj apareció frente a mí, un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Recordé las campanas en la noche anterior, anunciando la media noche, y fue entonces cuando la melodía eterna volvió a mí como un fantasma.

Resoplé y seguí caminando hacia la cocina, pero fue entonces cuando noté la tapa de aquel viejo piano levantada.

Un extraño presentimiento se instaló en mi corazón, el cual sin duda alguna comenzó a latir muy fuerte.

Observé en todas las direcciones como si alguien estuviese detrás de mí, y dejando la paranoia caminé hacia el piano, donde una vieja y arrugada partitura yacía sobre él.

Mis dedos acariciaron las desgastadas letras donde el título aún se entendía.

Sonata de...

Los golpes en la puerta me hicieron pegar un salto, haciendo que la tapa del piano donde tenía mis manos, se cerrara con gran fuerza.

Sin terminar de leer el nombre, y sin buscar respuestas, salí de allí temblando.

No podía ser siempre tan valiente.

Al abrir la gran puerta, allí estaba un sonriente Vicent.

— Buen día señorita, esta mañana busqué unas cerezas del huerto para usted, espero sean de su agrado, y disculpe si la interrumpí.— Una sonrisa hizo que todos mis nervios anteriores desaparecieran.

Y aceptando la gran cesta que me tendía en manos, le agradecí, y antes de que pudiera marcharse lo interrumpí.

— ¿En la noche entró usted a la casa? — Dije con clara curiosidad y sus cejas se alzaron, su boca se abrió y luego la cerró, hizo el ademán de mirar hacia todos lados, y luego negó rápidamente.

— No señorita, yo nunca entro a esta casa, y menos sin tocar antes y anunciarle antes.— Dijo con sinceridad y torpeza.

El estremecimiento volvió a mí.

Y mirándolo fijamente noté que decía la verdad, y él no sabía tocar piano.

Como para tal...

— ¿Ocurrió algo anoche? — Murmuró con temor.

Yo le regalé una sonrisa y negué, tratando de brindarle seguridad, aunque aún más que a él, quería brindarme seguridad a mí.

— No, nada, solo estaba soñando.— Y recibiendo un asentimiento no muy seguro se dio la vuelta.

Se detuvo en los escalones con indecisión, y luego siguió caminando.

Extraño.

Y para poder sobrevivir decidí ignorar todo lo que de seguro pudo ser una coincidencia, y coloqué la cesta en la barra, donde me encargué de encender la cafetera y hacerme una gran taza de café con leche espumante.

Tomé todo lo necesario, y cocinando con calma preparé panquecas, a las cuales las combiné con las cerezas frescas que Vincent había traído para mí, y las cuales debo decir, estaban extremadamente dulces y divinas.

Cerré mis ojos para saborearla.

Y fue inevitable soltar un suspiro.

De pronto se instaló un hormigueo en mi cuello, y abrí los ojos buscando la causa.

Me sentí observada.

Y para mi propia calma, el teléfono resonó indicándome una llamada de mi padre, la cual atendí gustosa mientras terminaba de comer.

Terminé de hablar con él una hora después, no sin antes haberme expresado unas diez mil veces cuánto me extrañaba y que me cuidara mucho.

Era muy protector, y lo entendía.

La vida lo había puesto a prueba muchas veces, y aún así decidió hacer cada una de las cosas por mí, y por el bienestar de ambos, y de un mejor futuro.

Y cuando llegó a su punto más alto del éxito, volé del nido de amor a construir mi propio destino, lejos de casa, lejos de las sombras, lejos de todo lo que algún día fue, y seguirá siendo en el pasado y en cada paso de mi vida como el presente mejorado.

Realmente, me habían pasado muchas cosas malas, pero apartando un poco toda la falsedad, todo el tiempo perdido en críticas, no me arrepentía de nada.

Aunque haya sido uno de los principales motivos de salir de aquella zona de confort, no me arrepentía.

Y fue entonces cuando las palabras de aquél hombre extraño resonaron en mi cabeza, pudiendo notar lo que creía ahora que era su significado.

Ninguna persona llega a un lugar, encuentra cosas, personas, y vive situaciones por nada.

Todo tiene un motivo, un significado, y una explicación, así sea a medias.

Si alguna voz o alguna persona me ha llamado para estar en este lugar, lo agradecía, aunque fueran un poco raros, y algo curiosos, no todo en la vida era pura coincidencia.

Y con ese pensamiento, continué hacia una de las habitaciones que convertiría en algo diferente.

Rara vez me gustaba pintar.

Y esa pared blanca en aquella habitación vieja y repleta de polvo me llamaba.

Realmente, no sabría qué hacer con tantas cosas, pero ya iría improvisando.

Al entrar el olor a guardado me sacó un estornudo, así que decidí ponerme cómoda.

Y diez minutos más tarde, descalza, con una franela de tirantes y el cabello recogido en un moño alto, entré con los utensilios de limpieza, dispuesta a arreglar este lugar.



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En el texto hay: pasion, amor, epoca

Editado: 29.04.2023

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