Las voces se unían en un solo coro celestial.
La dulce melodía del cello apenas rasgaba, y las voces cantaban en diferentes tonos siendo arte.
Allí fue cuando analicé la vida.
Entre voces altas y bajas, todos terminan en un mismo lugar, formando un hermoso coro, siendo la humanidad.
Algunos cuesta abajo, otros intentándolo, y varios en lo más alto, pero a fin de cuentas, todos en un mismo camino, con miles de caídas, infinitos tropezones, grandes experiencias e incontables enseñanzas.
El camino de la vida, que va en el mismo rumbo, todos al mismo destino, todos con diferentes perspectivas, algunos ayudando por el camino, otros impulsando al que se levanta, y otros en la cima, sin mirar hacia atrás en ningún momento.
A veces, los caminos, son muchos, siendo el mismo, cinco personas en una montaña, cada una buscará por donde más fácil es su caminar, algunos seguirán al otro; confiando, otros serán traicionados, y otros habrán perseverado.
Lo más increíble de todo esto, es que la vida, siendo el mismo camino para todos, tiene de una acción distintas enseñanzas, porque lo que tú ves, tal vez no lo nota el que tienes al lado, o viceversa.
La vida misma, siendo de altos y bajos.
Como aquella canción que escuchaba, como aquél viejo disco que se reproducía una y otra vez con un gran coro de voces celestiales.
La vida era de aprendizajes.
La vida era de pensamientos.
La vida es de acuerdo a como tú la lleves.
A tu ritmo, a tu paso, y en el mismo caminar.
La pequeña bola de pelos se acurrucó a un lado de mi libreta, en la cual escribía sin parar.
Escuchar música melancólica siempre me ayudaba a escribir.
Por ejemplo, es este momento, de un coro de voces decidí contemplar la vida.
Luego de que las chicas se fueran y me quedara sola, bueno, con Manig, decidí comer alguna cosa ligera y darme un baño caliente, luego de eso me vestí con la ropa más caliente y cómoda para dormir, pero en vez de dormir, mi padre me llamó, conversamos un buen rato y luego ya me senté en el sofá de abajo, puse algo de música y me dediqué a escribir.
No sé qué tenía el arte, que lograba ser tan poético.
Pero el arte inspiraba a otro; arte, que inspiraba al otro...
Un ciclo sin fin.
Un lugar donde estar y expresarse.
Inspirarse de una dulce melodía o incluso de la más fuerte, y luego simplemente dejar volar a la imaginación...
Como un lindo búho, que estuvo por mucho tiempo en un viejo árbol, hasta que de pronto, la luna brilla y sus alas deciden abrirse y volar bajo la agradable vista de las estrellas.
Como el Búho y la Luna.
Y las estrellas alumbrando todo su alrededor...
Solté un suspiro de solo imaginarlo.
— ¿Qué lindo sería...? — Murmuré de pronto mientras observaba a Manig dormir.
Mis ojos recorrieron el lugar y de pronto se detuvieron en un lugar muy importante, el reloj.
Y sin analizarlo dos segundos mi corazón se aceleró rápidamente.
Sentía como mi respiración aumentaba al ritmo del Hungarian Dance No. 5 y como si fuera una coincidencia simplemente faltaban veinte minutos para la media noche.
Me puse de pie bruscamente y me encerré en el lugar más lejano de las escaleras en la planta baja.
Y la grandiosa biblioteca me recibió.
Creo que no había tenido mucho tiempo de entrar a este lugar.
Tratando de encontrar calma me recosté en la puerta ya cerrada de este lugar lleno de libros.
— ¿Cómo lo haré? — Cerré los ojos y mordí mi labio por los nervios que recorrían mi ser.
Tan solo faltaban veinte minutos.
Debía enfrentar, debía enfrentar cada situación de la vida.
Yo podía.
Y para el colmo, dejé mi celular afuera, así que encendiendo las pequeñas lámparas de luz ubicadas en cada punto estratégico de la habitación, me sentí más segura.
Acaricié los libros con mis dedos y miles de títulos abundaban.
Hasta que de pronto uno solo llamó mi atención.
Entre dos libros había un sobre, una carta, y por el color y aspecto parecía de hace muchos años...
La tomé con sumo cuidado observando a mí alrededor como si estaba robando algo que no me pertenecía.
No tenía nada más que una vieja firma.
— Para el legítimo heredero Baumgärtner
Una sensación se apoderó de mí piel, ya que estaba con los pelos de punta.
Caminé hacia el banquillo más cercano y me dejé caer.
Las manos me temblaban, pero aún así, abrí aquel sobre, el cual parecía no haber sido leído, o simplemente haber sido escondido.
"Querido Ed. O debería decir, ¿Legítimo heredero Baumgärtner?
Cuánto tiempo sin recibir respuesta alguna ante mí petición.
Han pasado seis meses desde la última carta que recibí de tu parte.
¿Ya no le interesa saber de su condena?
¿Ya no le importa su destino?
Sabía que era tan patán como toda su familia, pero no sabía que lo era tanto.
Pero cumpliendo la parte de mi pacto.
Revelaré tu destino en las siguientes palabras.
No tengo mucho tiempo, las campanadas están cercas, y una vez que sean tocadas en una noche tan maldita y sangrienta el legítimo será condenado a la eternidad, a una eterna miseria sin consuelo, en las sombras de su maldita luna llena, en las sombras de sus malditas noches, velando un alma en desvelo, la muerte se acerca, abraza a los tuyos y recuérdales por siempre, en esta agonía de muerte solo puedo ahogar mi último aliento en viejas palabras de un viejo pacto bajo la luna llena.
Maldito sea el hijo de la luna y que brille su condena eterna.
Querrás haber tenido la solución a tu eternidad.
Lastima que ya muerta me he de encontrar.
Y recuerda con mucha atención, la última campanada bajo la luna llena y sangrienta, derramará la trágica historia que joven de.."
Las palabras se habían borrado.
Editado: 29.04.2023