Había pasado una semana.
Una semana en la que el malestar de cuerpo continuaba.
Tuve tos, y la garganta seca.
Y todo era por el drástico cambio del clima, aunque parecía mentira, Ghöstery era mucho más frío de lo que se veía.
Los días fueron cada vez más tensos.
Me limitaba a levantarme y vestirme, preparar el desayuno, llamar a papá, encerrarme en la biblioteca hasta que me daba hambre, saludar a Vicent y volver a cocinar para así escribir un poco.
Ya luego, Edmond me evitaba.
Lo sabía.
Sólo lo había visto dos veces en toda la semana, luego de nuestra última...
Bueno, ya fue todo.
Lo escuchaba tocar la misma pieza cada noche, a la misma hora, y la melancolía abarcaba mi alma.
No me atreví a decirle más nada.
Aunque la mitad de mi cuerpo quisiera salir corriendo y buscarle, me mantenía con la cabeza fría, algo orgullosa, pero justa.
Si él tanto insistía en huir de mí, le haría el camino más fácil, hasta saber qué razones tiene, o de qué huye.
Sólo decidí no comentarle nada a nadie, me tragaba todo lo que sentía, y aparentaba que todo seguía tal cual como si él no existiera.
La garganta me dolía de las veces que me mordía la lengua para no hablar.
Mientras tanto Manig fue mi fiel compañero, el cual estaba muy gordito y se había comido una de mis plantas...
Mis lágrimas se ahogaban con frustración, y mi cansancio aumentaba con la ansiedad, de lo que quería realmente hacer y de lo realmente debía hacer.
Y esa tarde cuando Elizabeth me llamó para quedar en el café, no lo dudé, y salí corriendo.
Bueno, corriendo no era exactamente lo que estaba haciendo...
Pero sí estaba ansiosa y necesitaba despejar mi mente.
Estando tan cerca, pero a la vez tan lejos.
Eso carcomía todo mi ser.
Y no sabía siquiera qué pensaba él.
Sólo...
Terminé de colocarme la chaqueta sobre mi suéter de lana, había suficiente nieve como para no salir, pero aún así, quería hacerlo, tardaría quince minutos, sí eso no era poco, en llegar.
Al tomar mi cartera observé hacia las escaleras con un ápice de esperanza.
Pero nada.
Así que salí, y sin querer que sonara así, cerré la puerta lo suficientemente fuerte como para que se escuchase en toda la casa.
El frío invierno me recibió y entre correr y morir congelada, me aproximé a mí camioneta, la cual no estaba tan cubierta de nieve porque Vicent se encargaba de mantenerla limpia.
Y fue justo cuando iba a subirme, que una sensación muy conocida caló en mí.
Su mirada.
Y no hizo falta buscarla, porque cuando levanté la vista, allí estaba, y como si la distancia fuese inexistente, mi piel se erizó, mis labios se secaron.
No parpadeé en ningún momento.
Porque en una semana, era la primera vez que me miraba, y yo a él.
Y tragando saliva me subí en el coche y ahogué un grito.
Cerré los ojos e intenté tranquilizarme.
Imposible.
Mi corazón iba a salirse del pecho.
Hice respiraciones calmadas varias veces seguidas y fue entonces cuando abrí los ojos y encendí la música.
Necesito ese café, urgente.
Y sin dirigirle una mirada más, los portones se abrieron ante mí, y al haber salido, se volvieron a cerrar.
Quedando Baumgärtner en su profunda soledad.
Y traté de concentrarme, lo hice en serio, pero de eso no logré nada.
Las calles llenas de niños me recibieron.
Se encontraban haciendo muñecos de nieve y corriendo mientras se lanzaban bolas.
Las personas como siempre, observantes, seguían dando algo de miedo, como si no tuviesen nada más que hacer.
Aparqué el auto junto a la cafetería, y bajé de este rápidamente.
Las personas que estaban en la calle, se fijaron en mí inmediatamente, y comenzaron a hablar entre ellos, como si yo era un ser superior, o una peste.
Algún día me acostumbraré a este lugar.
La campanilla sonó en lo que abrí la puerta, no había mucha gente, todos estaban en lo suyo.
Un chico alzó su mirada hacia mí, y pude reconocerlo como el que nos había atendido la primera vez.
Su cabello era rubio, y su piel tiraba a rosada.
— Hola, ¿En qué puedo ayudarte? — Me regaló una sonrisa de labios cerrados y yo se la devolví.
— Espero a una amiga, sino es mucha molestia, ¿No la ha visto por acá, a Elizabeth? — Él alzó sus cejas, ya sabía que se conocían.
Y asintió señalándome una mesa pegada al ventanal.
— Elizabeth dijo que regresaba en un instante, fue al lavabo, estaba sentada justo allí.— Asentí agradecida y me dirigí hacia donde me indicó.
En lo que me senté esperé ansiosa.
Y en lo que escuché unos botines muy peculiares, giré para observarla.
Traía flequillo, y en su cabello castaño se veía espectacular.
— ¡Pero mira a quién me encontré! — Dijo cuando estuvo junto a mí, y dándome un repentino abrazo, se sentó en la silla sobrante, al frente.
— Hola para tí también Eli.— Dije sonriente.
Ella soltó un suspiro cuando se sentó.
Y cruzando sus manos me observó con los ojos entrecerrados, yo alcé una ceja.
— ¿Qué me estás tratando de decir? — Dije.
Ella resopló.
— ¿En serio? Una semana, una semana sin verte, sin saber nada de tí, y vienes con eso.— Dijo mientras me seguía interrogando con su mirada.
Solté una risa nerviosa.
— ¿Y Camille? — Dije sonriendo.
— No pudo venir, está en clases.— Dijo relajándose un poco.— Pero venga ya, que no te salvas de mí, ¿En dónde has estado? — Moví mis dedos sobre la mesa.
— Me he enfermado, ese mismo día que se marcharon, me ha dado fiebre, aunque los cambios me pegaron puedo decir que ya estoy bien.— Elizabeth alzó sus cejas oscuras.
Y luego hizo un puchero tomándome la mano.
— Lo siento Cass, ¿Por qué no nos dijiste nada? — Dijo casi reclamándome como una mamá preocupada.
— Ha sido una semana complicada, lo menos que quería era molestarlas.— Y en lo que dije eso ella abrió sus ojos.
Editado: 29.04.2023