En el momento que dijo eso mi corazón se aceleró en inexplicables dimensiones de vida.
Su pulgar rozó mi barbilla y mi piel se erizó al instante, y él lo sintió; y lo vio, y sus pupilas se agrandaron.
Me observó fijamente y a tan solo unos centímetros de distancia, sentí su respiración también, acelerada.
Entonces desvió su mirada, y me bajó de su regazo para dejarme en el mueble.
— Debería ir a buscarle una manta...— Dijo aclarándose la garganta.— Busque ropa cómoda para usted y despeje esos pensamientos, ya está a salvo.
Y sin dejarme responder, subió las escaleras.
Desconcertada y con el corazón acelerado, me puse de pie, aún temblorosa, y le hice caso.
Necesitaba quitarme esto.
(...)
Cuando estaba terminando de colocarme el calcetín, un suave toque en la puerta de mi habitación me hizo salir de los pensamientos.
— Adelante.— Dije terminando de acomodar mis pies.
La puerta se abrió lentamente, dejando ver a Edmond.
Seguía vestido de traje, aunque su cabello caía despeinado.
Traía en sus manos una manta.
Como lo había prometido.
Y yo le regalé una sonrisa.
— Ya casi termino.— Y con mi conjunto de chándal, mil veces más cómoda y abrigada, recogí mi cabello rápidamente en una coleta, sin cuidado alguno de que quedase perfecta.
Y habían mechones cayendo por mis mejillas, sabía que era imperfecta.
Caminé hasta él, que me observaba con el cejo fruncido.
Curiosidad.
— ¿Por qué me mira así? — Dije sin pensarlo.
Y yo también observándome de arriba abajo, a ver qué tanto veía.
— Nada, solo que...— Negó rápidamente.— Su forma de vestir es muy diferente.
Yo alcé mis cejas y entonces lo miré curiosa.
— Digo lo mismo, aunque no está nada mal.— Solté refiriéndome a su traje.
Entonces él observó lo que llevaba puesto.
— Hace muchos siglos, llevar esto era lo único que estaba bien.— Murmuró más para él que para mí.
Aún así, erizó mi piel.
— ¿Hace cuánto estás en este lugar? — Y la curiosidad salió corriendo de mí.
Su mirada se tensó, y fue entonces cuando supe, que lo había jodido todo nuevamente.
Pero no querría que se marchara así que me aproximé a tomar la manta y a bajar las escaleras.
Sabía que se había quedado allí analizando mis palabras.
Fue entonces cuando luego de unos minutos bajó detrás de mí.
Me acurruqué en el mueble, y me tapé con la manta, y cinco segundos más tarde, se hundió a mí lado.
En una considerable distancia.
Y así pasamos más de diez minutos.
Observando la alfombra, sin decir nada.
Hasta que él se removió incómodo.
— ¿Está segura de querer entenderlo? — Preguntó de pronto, y me giré inmediatamente hacia él.
Mis ojos estaban muy abiertos, sorprendida la verdad.
— Sí, lo estoy Edmond.— Y cuando de mis labios salió su nombre, su perfil se desvaneció para observarme fijamente.
Lo sentí tan herido, que simplemente murmuré lo que debía ser.
Me arrodillé en el mueble.
Así acercándome más a él, tomé su mano, que reposaba sobre su pierna, tensa.
— Esperaré, cuando estés listo, aquí estaré, escucharé tu historia, no juzgaré; no soy así, por algo estoy aquí.— Dije con toda la sinceridad de mi vida.
Y él relajó su cuerpo.
Me regaló una media sonrisa, que jamás creí ver, y me atrapó, fue la misma sensación de cuando observé su retrato por primera vez.
— Gracias.— Dijo acariciando mi mano con su pulgar.
Una caricia tan simple movió todo mi mundo.
Y luego así, observándonos en silencio, y acariciando mi mano, rompió el silencio.
— ¿Por qué no ha cambiado nada de este lugar? — Dijo dudoso e impresionado.
Yo sonreí.
— Me gustan las cosas tal y como vienen, es un lugar con mucha historia, yo amo la historia, ¿Quién soy yo para borrar momentos porque no me gusten? Me encanta cada retrato, adorno y detalle de este lugar, creo que es lo que lo hace, de cierto modo, especial.— Dije observando a mí alrededor como si de una obra se tratase.
Cuando volví mis ojos hacia él, me observaba entre fascinado y pensativo.
— ¿Qué? — Le pregunté analizando si lo que dije pudo sonar mal.
Él negó y apretó mi mano.
— Te busqué por tanto tiempo, que pensé que jamás te encontraría.— Dijo en un susurro.
Yo me tensé.
Mi respiración se aceleró al instante.
Y sus ojos con los míos, se fundieron en un mar profundo.
— Qué hice para merecerte, si todo lo que he hecho me ha condenado.— Preguntó nuevamente más para él.— Ha de ser como la misericordia por un ser maldito.— Dijo cargado de tanta melancolía que una lágrima se deslizó por mí mejilla.
Y él con dulzura, la apartó.
— Como la misericordia que llora por mí, cuando yo he de hacerlo.— Y quedándose en mi mejilla, acariciándola, y con su otra mano apretando mi mano, sentí nuevamente, que me faltaba el aire.
Yo suspiré.
Y eso lo sacó de sus pensamientos.
El cansancio invadió mi cuerpo, y justo cuando se alejó un poco, yo aproveché para recostarme.
Y por unos segundos, unas manos me tomaron por los hombros, hasta dejar mi cabeza en sus piernas, así quedando más cómoda, y teniendo en cuenta, que no se iría de aquí.
Soltó entonces mi coleta algo dudoso, y comenzó a acariciar mi cabello, mientras su otra mano se mantenía a un lado, con miedo de moverla.
— No estás maldito, Edmond.— Fue lo último que logré articular antes de caer en un profundo sueño.— Jamás lo estarás...
Y antes de que mis ojos se cerraran por completo, logré vislumbrar un sentimiento de esperanza en su mirada.
Luego murmuró algo, pero ya me encontraba lo suficiente dormida como para entenderlo.
(...)
Había pasado una semana...
Desde que él la estaba evitando.
Ella no merecía conocerlo, no merecía llenarse de tanta soledad y agonía.
Ya él tenía suficiente tiempo meditando; su realidad, para saber entonces que a ningún ser condenaría a vivir atado a un surrealismo eterno.
Editado: 29.04.2023