— Hagamos un baile.— Abrí mis ojos de pronto y lo observé con atención.
El viento gélido nos rodeaba, aún así, quisimos recostarnos en la nieve para ver la luna llena.
— ¿Un baile? — Alcé mis cejas asombrada.— ¿Con gente? — No pude asumir su cara llena de ilusión.
Me senté en la nieve mientras lo observaba recostado, con los brazos reclinados detrás de cabeza, como si se encontrara tomando el sol en la arena.
— La Nochebuena está casi con nosotros, y esta me gustaría festejarla.— Negué con una sonrisa.
Y curiosa pregunté.
— ¿Qué dirá la gente al verte? — Una sonrisa cargada de ironía adornó sus labios rosados.
Su mirada me decía que esto lo tenía pensado desde hace mucho.
— Si llevas un antifaz nadie sabrá nada...— Su voz sonó ronca, y el simple hecho de un gran baile con antifaces al estilo victoriano me hacía temblar.
— Entonces me encanta.— Él se sentó junto a mí mucho más serio.
— ¿De verdad? — Sus ojos como la luna, plateada y brillante, vibraban en un solo sentimiento.
Saqué mi mano del caliente guante, y buscando la suya; tibia a pesar del frío, las entrelacé.
— De verdad.— De pronto una sonrisa traviesa apareció en sus labios.
Y fue inevitable pensar que el Edmond de hace una semana había cambiado.
Se abría como un libro, y se dejaba escuchar y expresar como una dulce melodía.
Los miedos se habían desaparecido.
Y el pasado lentamente se armaba como un rompecabezas.
Conocí realmente lo que era.
Era vivo y audaz, muy inteligente, ¡Demasiado! Diría yo... Le interesaba la historia, los idiomas y la política, al mismo tiempo y en mayor cantidad la cocina, la música y la lectura.
Era el hombre que todo padre querría para su hija, y del que toda madre desearía charlar por horas.
Y conmigo era simplemente...
Perfecto.
En cuestión de segundos, siendo de sus sentimientos me robó un beso corto que me hizo sonreír.
Se puso de pie y me tendió la mano.
Y así, bajo el cielo estrellado, con la nieve cayendo sobre nosotros y el viento susurrando, se veía como una invitación que estaba dispuesta a aceptar, siempre.
Al momento en el que acepté su mano, tiró de mi con delicadeza hacia él.
— ¿Alguna vez haz bailado bajo la nieve? — Solté una carcajada mientras las hebras de mi cabello se movían por la brisa.
— Creo que nunca en mi vida he bailado...— Y dejándome llevar por su cara de asombro y sus dedos apartando el cabello de mi cara sonrió.
— Pues tienes suerte de haber encontrado al mejor bailarín de toda tu vida.— Una sonrisa sarcástica salió de mis labios.
Puso su mano derecha en mi espalda baja, recorriendo toda mi espalda, y allí con su mano izquierda levantó mi mano derecha, y con sonrisas algo inocentes, nos desplazamos por la nieve.
Con una melodía imaginaria, y con muchas carcajadas.
Al final ese simple instante, quedó grabado para siempre en mi cabeza.
— Tengo dos pies izquierdos, ¿No lo crees? — Dije en un susurro sin salir de mi fascinación.
Él ladeó su cabeza.
— Eso se puede arreglar...— Y dejándome sin palabras me levantó y un grito de sorpresa salió de mis labios.
Corría por la nieve y mis risas se intensificaron, me dolía el estómago de tanto reír...
— ¡Qué haces! — Pero él no respondió.— ¡Edmond caeremos! — Él siguió subiendo los escalones apresurado, y sin dejarme hablar, me dejó sobre la alfombra, adentro de la casa.
Negó y me observó con cierta pasión.
— ¿Te gustaría improvisar? — Yo fruncí el cejo sin entender aún.
Lo observé quitarme la chaqueta y mirarme con anhelo.
— Te enseñaré algo que me hubiese gustado hacer...- Acarició mi mejilla.— Contigo, en aquel entonces.
Y dejándome sin palabras subió las escaleras, y luego de reaccionar entonces, yo también.
Le seguí con curiosidad.
Pero lo perdí de vista al llegar arriba.
Cuando iba a buscarle, apareció con una caja bordada con mucho encaje y pequeños brillantes.
— Esperaré a la dama en el salón principal a las veintidos, ni más, ni menos...— Dijo muy serio.
Yo mordí mi lengua para no derretirme.
Me tendió la caja y se volteó, dejándome sola en el pasillo.
Así que al entrar a mi habitación, abrí la caja con sumo cuidado, encontrando un vestido de telas color beige y muy elegantes...
Al sacarlo por completo era de capas, entallado a la cintura y con un corte muy victoriano, en la caja continuaba un corset, era de un tono rosa muy claro, casi perdido en el mismo beige, y con este un faldón blanco.
La tela con pequeñas lunas doradas bordadas, incluso parecía de hilo de oro... O tal vez sí lo eran.
Era un sueño en mis manos.
Y entonces comprendí que improvisamos un baile...
Mordí mi labio sin creerlo.
Es una fantasía tenerlo.
Edmond... ¿Qué haré contigo?
O... ¿Qué estás haciendo conmigo?
Y con las mejillas sonrojadas por mis pensamientos, me apresuré.
(...)
Al observar frente al espejo fue inevitable que mis ojos brillaran.
Había sido un dilema vestirme yo sola, pero lo había logrado.
Apenas podía respirar con el corset, lo bueno de tenerlo era que mis nervios debían disminuir de alguna manera u otra, porque sino me veía tan agitada como si corrí un maratón.
Había intentado ondular un poco más de lo natural mi cabello, y me había maquillado apenas, quería verme como una mujer de aquella época.
Una gargantilla perfecta fue la de encaje blanco con un gran diamante rosado que encontré en mis cosas.
Amaba lo antiguo.
Las medias cubrían mis piernas, pero no mis pies, los cuales dejé descalzos.
El faldón debajo de la tela beige dándole un aspecto más elaborado, y el corset hacía que mi cuerpo se viera mucho más esbelto.
Con un escote recto y las mangas abombadas sobre mis hombros hasta caer como una segunda piel por mis brazos.
Editado: 29.04.2023