Nunca antes se había experimentado esa clase de sentimiento...
Confusión... Enojo... Impresión...
¿Qué era realmente el amor?
Quién ama, no escoge a quién amar.
Simplemente pasa.
¿Tendría su amada la fuerza suficiente para soportar el peso de su alma perdida?
Ya estaba maldito, y no la querría llevar a ella por el mismo camino.
Los años pasarían, ella cada vez más débil, él sin cambiar en lo más mínimo.
¿Eso sería amar sin importar las consecuencias?
Y lo supo, en el instante en el que ella con sus ojos sumamente brillosos expresó que estaba enamorada, su sangre se congeló.
Porque para lo que muchos es bonito, para él era una eterna tortura.
El problema, que él también sentía algo, más fuerte de lo que se podría explicar e incluso de lo que él podría entender.
Porque por primera vez en toda su eterna vida, sentía algo verdadero, algo que lo despertó, algo que le dio vida, nuevamente...
Y cuando más pasaban los minutos, sin decir nada, el dulce brillo de su amada se iba apagando.
"No te puedo dejar ir, porque soy egoísta"
Suspirando sonoramente y alejándose de ella, vestida tan hermosa, con su corazón acelerado y sus labios enrojecidos.
Sino vivía esa pequeña y efímera eternidad con ella, de todas formas ella viviría en su mente por siempre hasta que todo se vaya apagando lentamente.
Y un mínimo hilo en su alma lo templó por dentro.
Ella era su única salvación, y dejarla ir sería lo más estúpido jamás hecho en la vida.
Así que peleando con su propios sentimientos, los cuales experimentaba tener como si fuera la primera vez, no pudo evitarlo.
— Edmond, no debes decir que me amas, ni que estás enamorado de mí, porque yo solo expresé lo que sentía, y no significa que por esa razón tú debas...— Y sin poder evitarlo la interrumpió.
Decidido a crear una efímera causa de vida.
— Debes saberlo todo.— Fue lo único que soltó para interrumpirla bruscamente.— Ahora estás conmigo y debes saberlo todo.— Su voz sonaba herida, pero finalmente completa.
Y ese brillo se encendió en los ojos de su dulce amada, y aceleró en él algo que creyó haber perdido para siempre.
Estaba nervioso.
— Vamos a hablar, Diebling.— Y tomándola de la mano caminaron juntos hasta aquel gran ventanal donde la luna daba de lleno en sus rostros.
(...)
Ghöstery, Alemania.
1800
Cuando el alba se asomó en el cielo y las dulces aves cantaron, la carroza se arrastraba por las no tan frías calles.
El invierno había disminuido por la temporada, y eso era sumamente agradable.
El sonido de la carroza alertó a Adeline Baumgärtner, quien lloraba desconsolada en la cama llena de sangre y sudor.
Había intentado dar a luz, por tercera vez...
Y sólo hubo sangre... Mucha sangre.
Hiemrick, al observar a su amada tan desconsolada y sufriendo su mismo dolor de diferentes formas buscó la ayuda que se les había ofrecido.
El hijo de sangre jamás nacería.
Adeline estaba echa un ovillo, pero aún así sabía lo que ocurriría esa noche.
Así que preparándose mentalmente se levantó al escuchar la carroza.
Su esposo la rodeó con sus brazos cargados de cariño y besó delicadamente su mejilla cubierta de lágrimas.
— Un nuevo comienzo nos espera, querida, ya pasará...— Y Adeline siendo fiel a su amado, asintió aún sin palabras.
La carroza se detuvo al frente de la gran propiedad, y de ella bajó una mujer con una gran capa que cubría hasta su rostro, de un color morado que resplandecía en todo el lugar.
La mujer se apartó la capa y sin tener que buscarla la observó fijamente a través del cristal.
Sus ojos eran blancos...
Y Adeline apretó fuertemente la mano de su amado.
— ¿Estás lista? — Susurró éste sintiendo su temor.
— Lo estoy.
La piel morena tenía un brillo peculiar...
Y su cabello era blanco como la luna; casi plateado, aquella mujer era intimidante pero sumamente poderosa.
Al estar lista, Adeline bajó a recibirla.
Y justo la observaba fijamente.
— Puedo sentir tu dolor.— Dijo sin estar lo suficientemente cerca.
Y alzando su mano hacia la jerarca una vena plateada le atravesó desde la punta de sus dedos hasta su cuello.
Magia.
Sin poder creer lo que sus ojos veían, caminó con paso firme y seguro hacia la mujer.
— La Luna llena nos está esperando.
Y sin saber en qué preciso instante ocurrió, Hiemrick había vestido a su esposa con la túnica blanca, y él por igual.
Iban descalzos, y Adeline internamente temblaba.
Quería un hijo.
Y debía tenerlo.
Al reunirse en el gran lugar, la nieve apenas cubría el suelo bajo sus pies.
Y allí en el centro se encontraba la mujer, quién tenía un gran libro en sus manos y al indicar a los recién llegados donde debían colocarse, habló.
— Un hijo maldito nacerá, después de días sangrientos la luz prevalecerá, no existirá lazo de sangre que lo rompa, ni penumbra que lo detenga, del vientre sagrado de la luna este niño nacerá...
La Luna brillaba cada vez con más fuerzas, y Adeline la observaba ensimismada.
La mujer tomó su mano.
— Una vez que esté hecho no habrá vuelta atrás, ¿Está segura de esto? — Adeline asintió rápidamente.— Que así sea.
La mujer elevó sus manos y al rededor de Adeline un círculo plateado se trazó.
— Luna que escuchas tú... Tú momento ha llegado, tendrás a tu hijo fiel humano...— Una fuente de energía envolvió el lugar.— Luna, que tú estás llena, menguante en tus brazos un niño, con tu luz potente lo concedas, y con tu fiel destino lo anheles...
Una luz potente comenzó a bajar muy lentamente, rodeaba a Adeline quién de pronto sintió una fuerte punzada.
— Un vientre manchado de sangre, por tres hijos perdidos nos das uno, y por tu gran sacrificio ofrecemos sus almas, concede tú gran dicha de amor, donde despierta del fuego un alma eterna, donde despierta en la noche tú hijo legítimo, y donde tú has de guiarlo hasta la eternidad.
Editado: 29.04.2023