Habían escogido el pino más bonito de todo Ghöstery, y con mucho ánimo lo armaron al frente de la gran entrada, justo como cuando los fundadores estaban.
Incluso, Camille y Elizabeth acudieron a ayudarles a armarlo, no se había comentado nada aún de Edmond...
Pues ya era extraño para Cassandra explicarlo.
Las preguntas incómodas nunca fueron su fuerte.
Habían repartido tarjetas a todo el pueblo, y tal cual con el sello Baumgärtner que Edmond y Cassandra encontraron y desempolvaron.
Cassandra se atrevió a invitar a su padre, a la novia y a su dulce ternura.
Pues ya era momento de presentar a su amado.
En Ghöstery las familias decoraban, la alegría había inundado gran parte del lugar.
Hace mucho tiempo que no lo festejaban con tanta alegría.
Pues decían sus mitos y profecías que el alma renacería...
Para quien creía en las historias que los más viejos siempre decían.
La luz se veía de nuevo en su amado lugar, y las palabras sobraban para alabar.
Las razones del lugar se habían perdido con la muerte de los fundadores...
Aunque quedaba uno de ellos...
Eso no les hacía falta saberlo.
Ya los viejos tiempos decían...
Que el Hijo de la Luna jamás moriría.
Creían fielmente en ello, y aunque le temían, también muchas lo querían como esposo.
Por eso en aquellas fiestas al pobre Edmond siempre perseguían.
Pero siendo aún más interesante, a quien no pide, siempre querrán.
La naturaleza humana tiene un afán.
De amar lo imposible...
Aunque en esta historia tenía en gran parte razón; grandes posibilidades existen, en la eternidad.
La nieve cubría los árboles, las calles y las casas.
El viento bailaba al compás del fuego, y la Luna brillaba cada día más.
A lo lejos, aquel lugar se veía hermoso, parecía un castillo, siendo uno, pero a la vez no.
Los grandes ventanales brillaban.
La larga cabellera se mecía en el viento, a lo largo de la montaña de Ghöstery, donde unos ojos observaban.
El invierno hacía de los Baumgärtner personas completamente diferentes.
Y pues eso jamás se equivocaba.
Estaban en todas partes.
Así que continuando su camino, siguió andando, a lo largo de la montaña, cubierta de nieve.
Un extraño escalofrío recorrió la piel de Cassandra al llegar a la cima.
Ahogó un grito y los brazos de Edmond la rodearon.
Se reían a carcajadas y el viento gélido acariciaba con los escasos rayos del sol sus rostros.
Y al escucharles, sin hacer falta ver para saber quiénes eran, se escondió, inmediatamente.
Era real.
— ¡Esto es lo más hermoso que he visto en mi vida! — Exclamó Cassandra aún sin poder creer lo que sus grandes ojos observaban.
Y absortos a la realidad, donde ojos ocultos le observaban.
Edmond tiró de su amada, para besarle, delicadamente, saboreando con ello la nieve que se había acoplado en su piel.
Las mariposas se agitaron con fuerzas y una risa nerviosa brotó de sus rosados labios al sentir cosquillas.
Sin poder creerlo, y con el corazón acelerado, se volvió en sus pasos para verle más de cerca.
Era él, era real.
Y se besaban con tanto amor que algo en su sangre volvió a recordar todo.
No podría ser imposible.
Así que sin hacer ruido, en lo absoluto, observó como la piel tan blanca como siempre resplandecía.
Traía el cabello más largo de lo normal, pero aún siendo diferente, casi negro como la noche, y tan lacio como único... Sus cejas, igual de oscuras y pobladas.
Tan alto como le recordaba, y con la misma proporción muscular.
Y cuando los ojos grises se detuvieron en ese pino repleto de nieve, sintió las lágrimas bajando por su piel, aún sin inmutarse.
Edmond...
¿Cómo era posible?
Quiso salir corriendo y abrazarle.
Pero no era el momento.
No aún.
Aún habían muchas cosas.
Inexplicablemente.
Así que viéndola a ella, no tan alta como él, pero sí esbelta y preciosa como un dulce cristal de los más finos.
Tenía el cabello dorado, y la piel blanca, no tan pálida como la de él, pero sí blanca...
Con un cuerpo envidiable, que a pesar de tantas ropas para el frío, se notaba.
Y algo quemó en su pecho, nuevamente.
— Cass...— Le escuchó decirle a ella.
Les vio caminar un poco más hasta que nuevamente ella lo tomó por sus mejillas y se alzó un poco para besarle.
Eran felices... Muy bien se veían...
Aunque dolía admitir muchas cosas...
Edmond nervioso, sentía que algo le quemaba en el cuello, como si alguien lo miraba.
Así que besando por última vez los labios de Cassandra y luego de dejarla disfrutar lo suficiente con las vistas, no se despegó de ella.
Y como si hiciera falta, disimuladamente observaba hacia todas partes.
Fue la señal para saber que debía continuar, porque ya habría tiempo para enfrentarle.
Así que mirándolos a lo lejos y felices, por una vez más, continuó sus pasos sigilosos en la nieve, hasta partir del alcance de sus vistas.
Pues la Nochebuena estaba muy cerca...
Y pasaría lo que tuviese que pasar.
(...)
Los nervios recorrían mi piel, no debía ocultarlo.
Quería que esta noche fuera realmente especial, por Edmond, y por mí.
Mi padre no había podido venir, pues los vuelos se suspendieron por una gran nevada, pero para año nuevo le vería.
Había llamado todos los días desde que esa carta llegó a sus manos para lamentarse el no poder estar aquí.
Entre otras cosas...
Edmond estaba algo nervioso últimamente, suponía que por celebrar un evento así nuevamente...
Habría mucha gente, pues todo el pueblo había accedido.
Y no solo eso, muchos de ellos vinieron hasta acá para ofrecer ayuda.
No necesité llamar a nadie, ya que cocineros, decoradores y ayudantes parecían sobrar.
Editado: 29.04.2023