“Con suaves besos recorrió el anhelo,
Recorrió la vida; en mis sueños...
Desvistió mi mente, mis pensamientos,
Me leyó entera, como un libro abierto...
Tomó mis sueños y los convirtió en silencio,
Rasgó mis ojos con sus anhelos...
Y ya tendidos, bajo el lecho ardiente de las estrellas,
Tomó mi mano, consumió mi fuego...
Nos iluminamos mutuamente...
Nos encontramos para siempre.
Escuchó mis ojos, observó mis labios,
Calló el silencio, habló en anhelos...
Fueron palabras de vida,
Fueron palabras de fuego.
Sin haber buscado respuestas
El universo nos unió con ello,
Escuchó nuestras plegarias
A un Dios que creía muerto.
Lo encontré de nuevo, siendo vida, siendo sueños...
Y ahora por siempre me transformaría en anhelos.
Más allá de un beso...
Más allá de un gesto...
Me abrazó con su vida,
Se aferró a mi consuelo.
Y sin haber buscado el cielo,
Lo alcancé con anhelos...
Un cielo en su mirada,
Un cielo en sus palabras...
Un universo que de sus labios,
Me hacía perder la esperanza...
Ya en sus manos estaba,
Ya perdida me encontraba...
Encontré lo que necesitaba
Para así completar todo lo que me faltaba...”
Una caricia en mi cuello hizo que me sobresaltara y la pluma cayera de mis manos.
Edmond me observó con la misma malicia que un niño pequeño.
— ¡No te salvas! — Dije en un susurro.
Su carcajada resonó en toda la biblioteca.
Pues llevaba gran parte de la tarde escribiendo, y con alguien como él sobraba la inspiración...
— ¿Me dejará mi lady leer lo que escribe? — Giré para sacarle la lengua de forma infantil.
Y negué rotundamente.
— ¡No! Y si antes había considerado hacerlo, ahora menos.— Dije enfadada.
Aunque solo yo sabía realmente que no era enfado, no verdadero...
Su sonrisa se suavizó y se acercó hasta mí para apartar el cabello de mi mejilla y dejar un cálido beso.
Y sin despegarse tomó la pluma que se me había caído y la colocó entre mis dedos, como antes se encontraba.
— Podrás no leerme lo que escribes, pero no tengo que leerlo para saber sobre qué trata.— Y dejándome paralizada y con las mejillas más sonrojadas que nunca se alejó.
— ¡Edmond Baumgärtner! — Grité sabiendo que se habría devuelto en sus pasos.— ¡Te arrepentirás de intentar avergonzarme! — Y soltando un suspiro dejé mis anteojos de lectura sobre la hoja, donde la tinta de había secado y ya no había nada más qué decir.
Desde la Nochebuena todo había cambiado.
El pueblo era mucho más amable y feliz, y en general, refiriéndose a Edmond y yo todo era magia.
Esa noche había dormido con él, y me abrazó con fuerza hasta que caí rendida por completo, y nunca antes había dormido tan a gusto...
Estaba segura de que Edmond era el hombre de mi vida.
Y sino lo era me cortaría un dedo.
Pues así de violenta era.
Sonreí de solo pensarlo, y levantándome ya, sabiendo que él habría ganado y no tendría más ganas de escribir, dejé todo sobre aquella mesa y salí de la biblioteca cerrando las puertas detrás de mí.
Caminé hacia el gran salón donde Edmond observaba pensativo hacia el horizonte.
Hermoso.
No había dejado crecer cualquier mínimo vello en su piel, y sus mejillas siempre pálidas y marcadas sensualmente relucían perfectas a juego con sus labios.
Me acerqué sigilosamente hasta rodearle por detrás con mis brazos.
Dejé un delicado beso en su espalda a pesar del traje que cargaba y sentí cómo se tensaba para luego estremecerse.
Se relajó y tomó mis manos que le rodeaban el torso para acariciarlas con cariño.
Recosté mi cabeza en su espalda observando con él la nieve.
Caía por montones, llenándolo todo, cubriéndolo de blanco a su paso...
El sol se estaba escondiendo y los colores del arrebol se pintaban lentamente.
Efímeros también...
Y sin decir palabra alguna nos encontramos allí, así entrelazados, entendiéndolo todo en el silencio.
Cuando los colores fueron desapareciendo él tomó mi mano y la besó.
Yo removí mi cabeza en su espalda con dulzura.
— Mi padre llegará en dos días...— Dije pensativa.
Él se giró entonces para masajear mi cien y mi cabello, incluyendo mi cuello y mis mejillas, haciendo que mis ojos se cerraran de manera inmediata.
— ¿Estás nerviosa? — Preguntó mientras sus manos seguían haciendo magia en mí.
Yo sonreí levemente.
Y al abrir mis ojos me encontré con los suyos recorriendo todo mi rostro.
Tan adictivos y grises...
— Creo que un poco...— Murmuré riéndome.
Él cambió su caricia por cosquillas y mis manos aún en su torso se retorcieron.
— ¡Edmond ya! — Las carcajadas apenas me dejaban hablar.
Y cuando iba directamente al suelo por no resistirme a las cosquillas en mi cuello, él bajó sus manos a mí cintura hasta pegarme a él, para no dejarme ir.
Nuestras miradas cayeron en un universo infinito y sentí las tantas ganas de observarle por el resto de mi vida.
— Edmond...
— Cassandra...
Susurramos al mismo tiempo, acariciando nuestros nombres.
Mi piel se erizó, y muy segura de que la suya también.
— Estaré feliz de conocer a tu padre y demostrar que el amor que siento por tí es tan puro y sincero como tus ojos.— Mordí mi labio para ahogar una sonrisa.
— Yo estaré feliz de decirle que sí encontré el amor.— Y ahora él me sonreía cómplice.
Unimos nuestros labios en una lenta caricia cargada de sentimientos.
Nuestros labios se movían de una manera tan lenta y pausada que incluso parecía algo erótico.
Editado: 29.04.2023