Habían pasado las horas, los minutos, y seguía temblando.
En mi mente habitaba el tiempo, resonando al compás del viejo reloj.
Mis ojos no se podían cerrar, y mis manos no dejaban de estar apretadas, y sabía que habían pasado las horas y no salía palabra alguna de mi boca.
Edmond hablaba y no le escuchaba, mis oídos se habían cerrado a la realidad.
Qué era... Quién era...
Eso era lo único en lo que podía pensar.
Y en el incesante miedo que me recorrió.
Sentí las manos de Edmond masajear mi espalda, mi cuello, y entonces lo escuché realmente.
— Esperaré a que me cuentes, sea lo que sea y durante el tiempo que deba esperar, pero debes descansar amada mía, y no te dejaré sola, siempre te protegeré.— Sus labios se unieron a mí frente y por primera separé los labios para exhalar.
Me giré y sus preocupados ojos grises me envolvieron.
— Había alguien, alguien más en la casa.
Observé cómo los huesos de su mandíbula se apretaban, y su caricia se conlegaba en mi cuello.
Él sabía algo.
Y lo supe por su reacción.
Inmediatamente solté la manta, y lo enfrenté con el corazón acelerado.
— ¿Desde cuándo? — Mis palabras sonaban heridas, como si de pronto me hubiese sentido engañada.
Pero sus ojos expresaban el mismo sentimiento que me rodeaba.
— El día en el que tu padre...
Y de pronto todo tuvo sentido.
Su repentina desaparición...
Todo...
— ¿Por qué no me habías dicho nada? — Lo inspeccioné para notarlo tan tenso y preocupado como yo.
— No tenía prueba alguna, no sabía lo qué ocurría Cassandra, ni siquiera lo sé ahora mismo, solo son escasas posibilidades de...— Cuando sus palabras murieron en el aire mi corazón se detuvo.
No podría ser una posibilidad.
¿Ahora mismo?
— No entiendo...
— Tampoco debes entenderlo, siquiera yo lo hago...
— ¿Por cuánto tiempo?
— No tengo idea Cass...
— ¿Quiere decir que el final está cerca, el final de nosotros?
Un nudo apareció en mi garganta como cuchillos afilados.
— No sé de tales cosas, no entiendo qué podría significar esto, pero ése algo me está buscando, y le debo enfrentar.
Acaricié sus mejillas con dulzura.
— Estoy aquí, ¿Lo sabes?
Tomó mi mano sobre su mejilla para besarla y enlazar nuestras miradas.
— Sea lo que sea me busca a mí, y a mí se ha de enfrentar.
Solté un suspiro.
— Tengo miedo.
— Lo sé.
Y sin despegar nuestras miradas me uní a él en un profundo abrazo.
— Dices que... ¿La mujer que ayudó a tus padres está muerta ya? — Murmuré de pronto.
— Así es.
— Entonces no existen más personas con esas capacidades...
Atrajo mi rostro al suyo con curiosidad.
— ¿Qué quieres decir?
Sus cejas se arrugaron graciosamente.
Y no pude evitar sonreír.
— Sí existe la posibilidad de esto, pudo existir la posibilidad de que otra persona especial lo sepa, sepa sobre tí.
Su mirada se cerró de pronto interrumpiendo todo sentimiento.
Y supe lo que sentía, porque realmente jamás lo habíamos pensado.
— Ahora no quiero hablarlo.
Se puso de pie dejándome vacía, y un nudo se cerró en la boca de mi estómago.
Caminó tajante hasta las escaleras y se detuvo de pronto.
Mi mirada lo siguió pero jamás hablé.
Lo escuché resoplar y se devolvió hasta encontrarme en sus brazos nuevamente y elevarme en aire como nada.
Sus labios me reclamaron y yo lo dejé llevarme.
— Perdóname, no mereces esto.
Y sin querer insistirle más me hundí en el hueco de su cuello para allí inhalar.
— Eres todo lo que quiero, Edmond.
Sus hombros se relajaron y su respiración cesó.
Caminó hasta mi habitación y abrió la puerta aún manteniéndome en sus brazos.
Cuando tuvo el ademán de abandonarme en la cama me aferré con fuerza a él.
— No, mírame.— Tomé su rostro con ambas manos y su mirada chocó con la mía.
Sus ojos estaban perdidos, pero aún así encontré un mínimo ápice de conexión.
— Jamás; Edmond, jamás vuelvas a decir o incluso pensar que no merezco esto, que no merezco amarte, y que no merezco cada mínima cosa junto a tí, porque tal vez no soy todo lo que tú mereces, pero estoy segura de que tú eres todo lo que quiero, quise y querré.
Lo observé derrumbar cada capa hasta mostrar su alma a través de una mirada.
— Te amo, y eso jamás cambiará, te amo Edmond.
Sus ojos se cristalizaron junto a los míos, entonces me atrajo a un abrazo que jamás imaginé experimentar.
Frente a frente, alma con alma, completamente enlazados con el corazón.
— Bésame.— Susurré apenas.
Y sus ojos se oscurecieron tanto como mi corazón se nubló con el sentimiento.
Al instante en el que sus labios se separaron y rozaron junto a los míos, un breve escalofrío me recorrió, y entonces, como esa primera noche, nuestro cuerpo se conectó.
Y al compás imaginario de su sonata el amor nos impulsó, recorrió con besos mis labios, los inundó de magia y de pasión, me hizo perderme en un trance, un eterno trance de atracción...
Nuestros corazones se alinearon, nuestra respiración bailó, al compás del sentimiento que nuestra mente desbocó.
Sus manos en mi cabello, sus manos en mi cuello, en mi espalda y corazón... Las mías en su rostro, en su pecho y corazón.
No hacía falta de mucho, para fundirnos en el mar de la pasión.
El deseo era incesante, pero el amor era nuestro lenguaje, nuestra expresión.
Para él siempre estaría lista, pero sabíamos que aún no, era muy pronto para muchas cosas.
Era muy pronto para decir adiós.
Y mientras nuestros labios se encontraban con el fuego de nuestras almas, algo en mí se rompió.
Jamás podría vivir sin Edmond.
¿Cómo vivir sin su amor?
¿Cómo imaginarlo como un sueño?
¿Cómo perder la razón?
Editado: 29.04.2023