Frío... Tenía mucho frío...
Sentía que de pronto deliraba en sueños.
El sudor bañaba mi piel, aún así, tenía frío. El cabello se pegaba a mí rostro con molestia, pero mis manos...
¡No podía moverlas!
Mis ojos estaban vendados.
Y extrañas imágenes se repetían una y otra vez en mi aturdida cabeza.
¿Qué estaba mal?
¿Qué me había pasado?
Mi cabeza dolía, y caía sin rumbo alguno a una extraña pared parecida a la piedra.
Tenía sed.
Mis ojos ardían con la misma intensidad que mi garganta seca.
Pero sentía mi cuerpo tan pesado que apenas y podía formular simples pensamientos.
Sólo recordaba la figura de dos hombres, se abrazaban, luego todo se oscureció.
Me sentía tan mareada y consumida por el vacío, que tenía náuseas.
¿Qué podía hacer?
El tiempo corría cada vez más lento y estaba segura de que habían pasado las horas.
Cuando mi cabeza comenzó a despertarse el dolor aumentó.
Cada mínima extremidad de mi cuerpo ardía.
Fue entonces cuando pensé en Edmond.
En aquel hombre...
En la sorpresa que reflejaba su rostro antes de marcharse a mitad de la noche...
No serían pasadas las horas, no creía tener mucho tiempo en este lugar, pero sí el suficiente para haber estado inconsciente.
Apreté mis manos y el material de la cuerda ardió en mis muñecas por el movimiento.
Estoy amarrada.
Mis manos reposaban a los costados de la extraña pared de piedra.
Atada y desdichada.
Intenté gritar.
Pero no ocurrió nada.
Mi garganta ardió con tanto fervor que solo logré articular un sollozo.
De pronto el desespero entraba a mis pulmones con mayor lucidez.
No sabía dónde estaba, ni con quién me encontraba, ni el porqué...
Sólo tuve miedo.
— Aah...— La tos inundó mi garganta al momento de formular palabras.
Me sentía tan rota.
Ultrajada. Olvidada.
Pero si yo estaba en peligro... Edmond también.
Cuando logré dejar de toser tragué la poca saliva que pude.
— ¡Ayu...! — Me volví a ahogar con las palabras y las lágrimas comenzaron a picar.
¡Qué me había pasado!
¡No lograba comprender nada!
— ¡Ayuda! — Esta vez mi voz se rompió, y el sollozar de mis lágrimas aumentó.
Debía bloquear mis pensamientos.
Debía ser inteligente.
Respiré hondo y el olor a humedad me hizo toser nuevamente.
A lo lejos se escuchaba el leve repiqueteo del agua al golpear el suelo.
Al palpar las paredes confirmé que era piedra, eran rústicas y su material era inconfundible.
¿En dónde podría estar?
Se escuchó entonces a lo lejos unos pasos, resonaban como si bajaba escalones como si me encontrase en...
Imposible.
¿En Ghöstery habrían mazmorras?
La ansiedad volvió a mí con el pánico.
De pronto unas manos frías erizaron toda mi piel al tocarme el rostro, las palabras se congelaron en mi boca y no fui capaz de moverme, para ver entonces como mi visión comenzaba a aclararse.
No había tanta luz, solo tres velas, pero mis ojos lloraban y me era difícil enfocar por el incesante dolor que se centraba en mi cabeza.
— Así que tú eres la elegida...
La voz irónica de una mujer me hizo enfocar la vista finalmente.
Mis manos se cerraron al instante.
Jamás había visto algo así.
Tenía el cabello plateado, ¡Demasiado! Y su piel era aún más pálida que la mía, sus labios estaban pintados de un color negro, dándole un aspecto oscuro y sus ojos eran dos pozos de nieve.
Abrí mis ojos con inquietud.
Y ella lo notó, alejándose de mí.
Qué...
Una exclamación se ahogó en mis labios.
Su mirada vacía me inspeccionaba de pies a cabeza.
Mis pensamientos dolían.
Estaba segura de que aquel golpe al cual me azotaron había tocado alguna terminación nerviosa que quedó sensible en mi ser.
Pero más allá del dolor, la sorpresa y la incertidumbre me rodeaban.
Sí antes no comprendía nada...
Ahora...
Mucho menos.
— La Luna casi se ha puesto...
Tragué saliva sin poder evitarlo.
Y su tono de voz puso mis nervios de punta.
— Los Baumgärtner se han reunido para siempre y el último deseo se ha de entregar...
Se acercó a mí con tanta lentitud que mi piel se erizó, nuevamente.
Su mano se detuvo en mi vientre y dejó exclamar un jadeo abriendo sus ojos grandemente en un solo par.
— El pacto está hecho, por generaciones querida florecita, los Baumgärtner han sido malditos.— Me analizó con benevolencia.— Eso está a punto de cambiar.
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
— Jamás cuestiones a una hechicera.— Y con un chasquido de dedos las velas se apagaron dejándome con el corazón en la garganta.
Algo muy malo estaba a punto de pasar.
(...)
La luna se había oscurecido...
Estaba llena, pero extrañamente se tiñó de plata.
Cuando Edmond se separó de aquel fraternal abrazo el sonido de una piedra logró hacer eco.
Su cuerpo se puso alerta.
Y los ojos brillosos de su hermano se perdieron a su alrededor, buscando de dónde provenía.
Aún era casi imposible que estuviesen allí.
Habían pasado horas hablando.
Cómo...
No habían respuestas.
Simplemente era lo que era.
Y eso era lo que importaba.
Markus Baumgärtner había cobrado vida de nuevo, y para su corazón quebrantando existía la completa salvación.
Caminó hacia el río y observó el agua correr.
— Edmond...
La voz de Markus resonó pausadamente, logró erizar su cuerpo con un mal presentimiento.
— Creo que alguien más nos ha estado acompañando...
Al girarse hacia su hermano, observó el candelabro que tenía en sus manos, y se lo arrebató casi con angustia.
Editado: 29.04.2023