Sonata de Luna Llena

Capítulo 32

Alemania año 1926, estación de Berlín.

Las calles abarrotadas de gente se unían al unísono de una sola voz.

Reencuentros.

La guerra había acabado.

Los alemanes, aunque perdieron vidas, como en toda guerra, pero más allá de eso, salieron triunfantes.

Pues aunque la derrota fue notable, los que sobrevivieron a la gran masacre triunfaron.

Llevaron la paz a sus tierras.

Las familias recibían a sus padres y esposos, hijos e incluso nietos...

Muchos habían perdido partes de su cuerpo, pero a fin de cuentas, estaban vivos.

Decía la vida...

¿Se podría estar muerto por dentro y aún así seguir viviendo?

Esa era la sensación de todo aquel que volvió a casa después de tanta sangre.

Más allá de la estación, y del humo de los trenes, llegaba finalmente una hermosa dama a Berlín.

No era su destino.

Pero sí estaba muy cerca de serlo.

Con un hermoso estilo muy de la época que se definía como mujer flapper.

Su hermosa cabellera era dorada y brillaba con los escasos rayos del sol que atravesaban entre tantas personas.

Sabía cómo peinar su larga cabellera haciéndola ver tan corta como las demás y con preciosas ondas casi pintadas con exactitud.

Su cabello era recogido por una extensa cantidad de horquillas, y se cubría delicadamente con un precioso cloche color negro.

Su vestido era impecable para la época, y se mezclaba en flecos entre azul marino y negro.

Caminaba con seguridad, sin nada relacionado al equipaje, y salió de la estación soltando un suspiro.

Su piel era pálida y al maquillar escasamente sus mejillas con rubor y pintar sus labios con un poco de carmín se hacía ver hermosa.

Una belleza incomparable.

Sin mostrar su desconcierto por las lágrimas de la guerra, siguió caminando apresurando un poco el paso.

Divisaba las pintorescas calles que a pesar de la guerra se habían mantenido impecables.

El símbolo de los nazis estaba pintando inmensamente en una pared.

Siguió caminando.

Nada de eso importaba, pues los minutos eran contados.

— ¡Monsieur! — Detuvo con marcada elegancia un carruaje.

— A sus órdenes madame.

— Sería tan amable de llevarme a las afueras de Berlín...— Dejó caer las palabras con delicadeza y el hombre se quitó el sombrero para asentir.

— Después de tanta desdicha, a todo le digo que sí.

Sin dar mucha importancia, se subió en la carroza con los nervios de punta.

¿Estaba preparada?

No lo sabía.

Pero lo único que sabía, era que por años se había preparado para este momento.

Solo minutos.

Por años se habló de un lugar secreto, escondido a las afueras de Berlín.

Sólo podrían llegar las personas que estaban destinadas a él.

Si no era tu destino jamás le encontrarías...

Ghöstery.

Un misterio.

Las pocas personas que sabían de ese lugar eran escasas en el mundo.

Por esa razón, si llegabas a él, muy extrañamente podrías salir.

Los minutos corrían y el fresco viento se colaba por las ventanillas.

Al instante en el que el carruaje se detuvo en el medio de la nada el monsieur preguntó hacia dónde, pero...

La dama ya había salido de la carroza y se dirigía a paso rápido por un camino de piedras.

Llegaría antes del alba.

Encontraría el camino.

Escuchó a lo lejos el andar de la carroza y como su acelerada respiración se repetía constantemente al ritmo de su desbocado corazón.

Para cuando aquellos árboles comenzaron a alcanzarla y se dibujaba ante sus ojos el viejo letrero llamado Ghöstery, quiso seguir corriendo.

Al momento en el que atravesó las tierras, el olor a paz inundaba el lugar, acompañado de la incertidumbre, que muy escondida asomaba su cabeza.

Como de costumbre, Ghöstery tenía nada más que seis meses de un cálido ambiente casi parecido a la primavera, y el sol acariciaba la radiante piel de la dama.

Al llegar a la primera cafetería entró soltando un suspiro.

Una innovadora campanilla resonó y todos los presentes la observaron.

Curiosamente...

¿Qué hacía esa joven allí?

— Disculpe, podemos ayudarla señorita...— La voz rasposa de una mujer canosa la distrajo.

Sus manos de pronto comenzaron a temblar.

— Oh, sí, creo que sí...— Una sonrisa deslumbrante adornó sus labios.

Echó un rápido repaso para darse cuenta que sus ropas no eran nada útiles en aquel lugar.

— ¿Podríais decirme dónde puedo encontrar algo de vestimenta? — Su voz sonaba tan dulce y melodiosa como la mañana.

Y no tardó en ser ayudada.

En lo que menos se dio cuenta, su larga cabellera se agitaba con el viento, y con un largo vestido azul caminaba por las calurosas calles.

Siguió caminando hasta encontrarse rodeada de la naturaleza.

El olor a flores la atrajo rápidamente, y sin darse cuenta había atravesado una valla, una propiedad privada.

Y se adentraba a su destino.

Completo e inigualable.

Los campos la recibieron con tanta vida que sus brillantes ojos azules se alumbraron como luceros verdes.

La felicidad siempre estaba acompañada de un recuerdo.

Se dejó caer en el campo soltando un suspiro.

Casi podía tocar el sol con las manos.

Supo entonces que ese lugar iba a ser su hogar de por vida.

La extraña sensación de ser observada la envolvió, y ciertamente a lo lejos, un hombre había dejado su caballo, y caminaba meditativo.

Las circunstancias de la vida no le favorecían a todos.

Él era uno de ellos.

Abatido por el dolor y por la angustia caminó despacio.

Hasta que un aroma...

Aquel aroma...

Lo había sentido una vez hace mucho tiempo...

Ya ni recordaba con sus años.

Pero el olor...

Ese jamás lo olvidaría.

Los dulces arándanos...



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En el texto hay: pasion, amor, epoca

Editado: 29.04.2023

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