Sonata de Luna Llena

Capítulo 34

Alemania, año 1790.

En la época del neoclasicismo, las mujeres de alcurnia debían ser desposadas.

Claramente; por hombres de alcurnia, o por lo mínimo de un rango conocido dentro de la sociedad.

Eran casi imposibles los romances entre mujeres de la alta sociedad y hombres insignificantes.

Y en ese entonces, sí una mujer no tenía rango o conocimiento alguno, era una cualquiera, no era llamada mujer, sino mujerzuela.

Sí un hombre llegase a desposar a una mujerzuela, era mal vista la mujer.

Siempre fue así.

En aquel entonces toda cabeza debía tener un precio, un rango, un apellido.

Los Baumgärtner en aquel entonces colonizaban las tierras polacas, como siempre lo habían hecho.

Eran hombres de batalla.

Y habían servido a los reyes por generaciones.

Hiemrick Baumgärtner era un joven ejemplar e imponente en la alta sociedad.

Conocido como la leyenda de la muerte.

Toda guerra dirigida bajo su mano había salido victoriosa.

El orgullo de Heinrich Baumgärtner.

Para una sociedad altamente vacía, su nombre iba por encima de cualquiera.

Pero un hombre que lo ha conocido todo por sobre lo superficial, conoce lo que el alma realmente anhela.

Los Baumgärtner siempre han tenido un gran intelecto para el conocimiento.

Si de sentimientos se tratara, aman con el corazón, y anhelan el todo por el todo.

Aunque era imposible decir que jamás serían atraídos por un físico, buscaban algo más allá que la belleza.

El conocimiento es la verdadera belleza de la vida.

Para ese entonces, las mujeres que de cierto modo eran estudiadas no eran del todo enseñadas a leer.

Pues siempre se ha sentido, que la mujer puede igualar al hombre en conocimiento, y para esa época estaba mal visto.

Las mujeres debían ser perfectas.

No pueden expresarse abiertamente porque parecerán mujerzuelas.

No pueden reírse en voz alta porque perderán la clase.

No pueden observar fijamente porque parecerán irreverentes.

No pueden dar su opinión porque claramente no es importante.

No pueden...

No pueden...

No pueden...

No pueden.

Muy en el fondo, Hiemrick Baumgärtner estaba en contra de cada una de esos pensamientos errados, a su parecer.

Pues su mente siempre iba mucho más allá de las creencias inculcadas en el desarrollo de la humanidad.

Diferente...

Todo era diferente para él.

Sus ideales no estaban estipulados para ser considerados.

No en esa sociedad.

Seguramente sí fuese escuchado, creerían que había perdido la cabeza en la batalla.

Por esa razón, era tan callado, reservado tanto a sus opiniones como a sus diferencias y gustos.

Más allá del centro resplandeciente de Múnich, estaba la emblemática Capital de Berlín.

En sus extravagantes calles vivían numerosas familias de alcurnia.

Adeline Bach era una joven hermosa y soñadora.

De una familia amante del arte y que constantemente se reunía para dar espectáculos inigualables en sus bailes...

Como el piano y el violín.

Adeline amaba la lectura, y por su crianza algo diferente que las demás doncellas, aprendió a leer todo lo que estuviese a su alcance.

Recibía clases de baile desde pequeña y de pianoforte.

También hablaba latín, polaco, francés y por supuesto, alemán.

Toda su vida se había basado en aprender hasta que su mente explotara.

Y al ser cuatro hermanas, su padre no era tan estricto.

Mientras aprendieran su lugar en la sociedad dentro de las paredes de su hogar y mientras nadie las observase podían ser libres.

Sus ideales no estaban en un matrimonio común, y al momento en el que fue presentada a la sociedad con diecisiete años, quiso desaparecer, aún así les hizo secretamente la vida imposible a todo el que la quería cortejar.

Al ser la penúltima hermana aún no estaba en obligación de casarse, tendría dos años, porque no sería aceptada después de que su última y más pequeña hermana fuese casada.

Domar a Adeline era más difícil que posible.

Para su padre era la niña de sus ojos, pues con su personalidad algo arisca, lograba colarse en lo más profundo de sus corazones.

Las otras madres la veían con cierto recelo por su belleza, y por el rechazo que siempre aplicaba a las mejores opciones de matrimonio.

Y por más que su madre Alda hablase con ella...

Era imposible.

Las palabras que Bach se repetía era que esperara un poco a que llegara el indicado y se enamorara.

Y tarde o temprano pasaría.

La belleza de Adeline era intacta.

Piel perlada e impecable, labios rosados y brillantes, cabello lacio dorado y ojos verdes como el agua esmeralda.

Era alta y esbelta.

Y tan delgada como el tallo de una pequeña flor.

Por esa razón se acercaban a cortejarla, y por esa razón los rechazaba a todos.

Lo que jamás esperó fue que en el año 1797 Hiemrick Baumgärtner fuese enviado a la corte de Berlín.

Donde la Capital lo honraría como fiel soldado.

Pero los ingleses estaban atentos a cada paso que los alemanes daban.

Así que por órdenes del Rey, querían al mejor de sus guerreros desaparecido.

Más allá de eso...

Cuando recibieron con las calles abarrotadas al joven Baumgärtner que tan solo tenía veintiocho años, todas las débiles damas querían ser su señora.

Pues por esa razón también había sido enviado a la Capital.

Debía contraer matrimonio.

Adeline cumplía sus veintitrés años cuando sus padres la obligaron a acudir al recibimiento del caballero.

Siquiera lo vio.

Estaba disgustada porque la habían obligado a dejar su lectura.

Y por lo visto, su hermana Anke estaba a punto de ser comprometida, por esa razón sus padres estaban obligándola a buscar un buen hombre que la amara.



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En el texto hay: pasion, amor, epoca

Editado: 29.04.2023

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