Parte I
Ghöstery, Alemania, año 1827
El año había comenzado con cierta inquietud.
El cielo se oscurecía mucho más rápido, los días eran más grises de lo normal, todavía estaba el invierno recorriendo las calles, pero esto se trataba de algo diferente.
Muy diferente.
Y al parecer el único que lo notaba era Edmond.
Su piel se erizaba cada cierto tiempo.
Luego de la Nochebuena algo había cambiado para él, no sabía qué, no sabía cómo, pero desde ese instante en el que todo se detuvo para él, pasaba los días en la biblioteca, intentando leer para cambiar sus pensamientos.
No funcionaba.
Pero ya no podría ser el mismo de antes, no desde ese día.
Hiemrick últimamente no estaba en casa, había sido llamado por muchas razones.
Habían encontrado caminos hacia Berlín, y Ghöstery era algo más allá de lo habitable, un lugar secreto.
Ninguno de sus hijos entendería las razones por las cuales jamás visitarían la capital.
Pero Hiemrick y Adeline estaban muy seguros de que no querían peligro alguno para sus vidas.
En los últimos treinta años habían logrado mucho más de lo que alguna vez imaginaron.
Colonizaron, trabajaron, construyeron y fueron bendecidos con cinco hermosos hijos que jamás en el mundo cambiarían.
Aunque habían hecho ciertas cosas no muy bien vistas...
A ellos lo único que les importaba era el amor, sus hijos y estar a salvo de cualquier peligro.
Pero eso es casi imposible.
Cada uno de sus hijos vivía ajeno de lo que realmente ocurría.
Adeline jamás volvió a ver a su familia, pero los recordaba cada día con lágrimas en su rostro de melancolía.
Pero eso era parte de ella y del pasado que la formaban, ahora vivía del presente.
Hiemrick Baumgärtner vivía alerta de cada centímetro de su hogar y del pueblo en el cual habitaba.
Habían ciertas cosas que jamás lo dejarían en paz.
Cómo su pasado tormentoso lleno de guerras y sangres.
Sabía que en algún momento pagaría por toda la sangre que se derramó en sus manos.
Pero intentaría estar lo más lejos posible de toda su familia para cuando eso ocurriera.
Y algo muy importante se estaba escapando de sus manos.
Jamás podremos controlar lo que la vida tiene preparado para nosotros.
Sea bueno o sea malo.
Sí debe pasar, pasará.
Nadie será tan sabio, tan inteligente, tan precavido para ir un paso por delante de la vida.
Si es así; por favor, díganme cuál es el secreto.
Que fácil sería tenerlo todo controlado...
Que fácil se escuchaba.
La vida era más complicada siempre.
Siempre había algo más, algo mucho más allá que no estaba o estaría nunca al alcance de nuestras manos.
Algo siempre se iba a escapar...
Algo siempre sería indescifrable...
Había más... Más... Mucho más...
Hiemrick Baumgärtner quería controlarlo todo.
Después de su primer hijo, la vida de Adeline y Hiemrick se volvió aún más cerrada, sobreprotegiendo al pequeño de cualquier peligro.
Porque a fin de cuentas habían huido.
Ya no existía familia alguna que velara por ellos.
Ya no existía motivo alguno por el cual depender de alguien más allá.
Sólo se tenían entre ellos.
El uno para el otro y para sus hijos...
Que con el paso de los años fueron llenando los vacíos interminables de aquellas tierras.
Como todo ser humano, que resurge de las cenizas de lo que un día fue...
Los Baumgärtner lucharon más que nadie.
Y en el trabajo silencioso de la noche lo encontraron todo.
Por esa razón el pueblo los adoraba como si fuesen reyes.
Las personas confiaban en ellos su vida.
Había un viejo mito de que aquellas tierras desconocidas en la faz de la tierra tenían un lema.
Y sus tierras fueron selladas con eso...
"Para el que busca y no encuentra
Para el que vive y no ve
Para el que ama pero no se entrega
Para el que cree y piensa en la fe"
Ghöstery era tanto misterio...
Pero más allá de eso, era un lugar bendecido donde todos los que algún día huyeron de una realidad angustiante encontraron la paz.
Ghöstery... Ghöstery...
¿Lugar Bendito?
Así lo creían.
Sólo al comienzo.
En la noche del 7 de junio Hiemrick Baumgärtner llegó cabalgando a toda la velocidad que el pobre caballo aguantó desde la frontera con Polonia.
La lluvia hacia que cada pisada se volviese eterna.
El cielo se estremecía y el extraño verano ya casi terminaba.
Seis meses de luz...
Seis meses de oscuridad...
A tan sólo ocho días el invierno llegaría.
El desespero habitaba en cada molécula de su ser.
Todos estaban cenando cuando la gran puerta se abrió y cerró con la misma fuerza que logró transformar toda la energía de aquel lugar.
Edmond se puso de pie entonces sintiendo un nudo en su garganta.
Markus quién al otro extremo de la mesa se encontraba lo observó tan tenso como él.
Algo estaba mal.
Agatha tomó a Greta en brazos y el pequeño Dedrik se escondió detrás del vestido de su madre.
En el momento en el que Hiemrick entró al comedor un silencio sepulcral reinó.
Todo su cuerpo chorreaba agua, sus labios estaban casi morados, sus manos maltratadas y su rostro con incontable rajuños.
Adeline fue la única que notó lo que ocurría, así que corrió a sus brazos y se echó a llorar.
Y por primera vez, la tristeza reinaba en aquel lugar.
Markus se puso de pie sin decir nada y tomó a Dedrik en brazos mientras Agatha se llevaba a Greta del lugar.
Edmond apretaba con tanta fuerza el tenedor que tenía en la mano que no notó el momento en el que este se dobló.
Hiemrick no sentía nada más que un vacío.
Y Adeline lo cubría con sus lágrimas.
Editado: 29.04.2023