¿Alguna vez imaginaste cómo se sentiría el vacío?
O peor que eso...
Quemarte viva.
Tal vez todos hemos imaginado en algún momento cómo se separa el alma del cuerpo humano, o si esta siquiera existe.
Y en ese momento lo supe.
Sí existía el alma.
No podía explicar para entonces lo que mi cuerpo experimentaba.
No había frío...
No había calor...
Pero ardía enteramente.
Algo brotaba de mí ser, en cada latido, en cada suspiro, en cada lágrima y en cada pensamiento que lentamente se desarrollaba.
El alma, como algo que tenemos pero no alcanzamos a ver, habita en cada mínima partícula de nosotros.
Algo parecido al ADN plasmado en cada molécula de nuestro ser...
El alma va más allá.
Podría entregarse a través de un simple anhelo, a través de un sentimiento.
Descubrí entonces en ese preciso momento, que el alma se es habitada, y mediante el tiempo nos va formando, ella misma se entrega a los demás.
Con un pequeño latir de alegría, de tristeza, y de amor...
El alma era ese constante latido, ese constante pensamiento de salvación.
Lo que me llevaba a pensar...
Que no importaba cuánto tiempo me quedara.
Tampoco me importaba lo que mi cuerpo sufría mediante el ardor que se extendía por mi piel.
Lo único importante; realmente valioso, era saber que sin duda alguna lo había entregado todo de mí.
Sobre todo a quien más amé.
Y por el cual mi corazón lloraba en lágrimas de sangre, pero más allá de la sangre vivía el amor.
No entendí, ni estaba segura de llegar a entender el alma por completo.
Lo que sí sabía era que sin importar el mundo en el que exista, una y otra vez me reuniría con él.
Y que sin duda alguna, las almas estaban destinadas.
Existía vida después de la muerte, no porque así debía hacerse, sino porque el amor que en algún momento nos marcó de por vida, nos une ilimitadamente en el ciclo de vida y muerte.
Así que ninguna muerte sería eterna, por esa y muchas otras razones existía el amor...
Amar parecía ilógico.
Pero dentro de todo su significado realmente tenía miles de respuestas.
Cada mínimo respiro de nuestras vidas está dedicado al amor.
Y a medida que pasa el tiempo, el amor nos va llevando como la marea, a entrelazar almas hasta la eternidad.
Lo que en algún momento comenzó con una simple melodía en busca de un amor...
Terminó atando mi alma a la más vacía perdición.
Lo que un día parecía lejano, realmente era necesario.
Y mientras el fuego se agitaba contra el frío hielo en el que mi piel desnuda reposaba, no me arrepentí ni un solo segundo del haberme enamorado.
A simple vista creerían que estaba pagando una pena que no me correspondía.
Pero realmente era algo que me perteneció toda la vida.
Porque como anteriormente decía, el alma se expresa y entrega de maneras inentendibles.
Y estaba segura de que desde el primer suspiro mi corazón le perteneció a un solo ser, en este y en otros universos.
Edmond Baumgärtner lo era todo para mí.
Y aún si eso significaba morir...
Morir de amor me haría feliz.
Cada persona toma decisiones en su vida, y nadie podría juzgar la mía.
Porque en el instante en el que su mirada chocó con la mía, hubo algo que me hizo suya por el resto de mis días.
Y de sus días.
Aunque fueran eternos.
Siempre me pertenecería.
Sentía entonces el escozor ardiente del fuego en mi piel, de mis labios los gritos cesaron, y de mis ojos las lágrimas se derramaron.
Por un momento sentí alguna especie de espesor en mis manos, la soga que las ataba me había degollado.
Y aunque mis labios estuviesen congelados, y el agua dulce que de mis ojos brotaba quedasen casi al instante congeladas, ya nada de lo que hiciese importaba.
Sólo noté aquel caballo que a lo lejos abría el camino galopando.
Y la voz angustiada de mi amado me estremecía con cada grito desesperado.
Pero no valía de nada, no podía moverme, a duras penas mis ojos seguían abiertos, y no sabía cómo es que mi mente se encontraba tan despierta cuando quería que todo simplemente dejase de existir.
La figura de Edmond se dibujó en mis ojos corriendo y gritando palabras inentendibles.
Supe entonces que me encontraba completa, y que hiciese lo que hiciese estaría conmigo eternamente.
Edmond...
Lo observé correr hasta mí sin importarle el hielo, sin importarle el fuego.
Pero como grandes barrotes de hierro el fuego selló su paso elevándose a lo más alto.
— ¡Te salvaré! — Su voz sonaba lejana, pero aún así a mis oídos llegaba.
Quise llorar con más fuerza al escuchar el sonido cálido de su voz...
Siempre Edmond...
Una sonrisa se dibujó en mis congelados labios, si eso servía de algo, para él siempre significaría esperanza.
El ardiente tintineo estremeció mi piel.
Y de pronto un sonido ensordecedor me hizo gemir sonoramente.
Mis ojos se cerraban y mis dientes se apretaban, y el instinto propio de taparme los oídos hizo sangrar mis manos nuevamente.
— ¡Cassandra! — Mi corazón latió lentamente con su voz.
No podía articular palabra alguna.
Pero el sonido cesó al mismo tiempo que el fuego a mí alrededor.
Algo estaba pasando.
Mi visión se aclaró y mis dientes dejaron de temblar, fue entonces cuando toda la niebla se reunió alrededor de nosotros.
Edmond estaba a metros de mí, notaba su desespero.
Y a lo lejano la mujer misteriosa se acercó atrayendo la niebla en cada paso.
Observé a Edmond, parecía no tener palabras.
Y a lo lejos el hombre de cabellera larga bajó de su caballo, observó de pronto todo horrorizado y al momento en el que nuestros ojos se encontraron lo comprendí.
Ese hombre era su hermano.
La poca saliva que habitaba en mis labios se secó, y el escozor en mi garganta comenzó.
Editado: 29.04.2023