Sonata de Luna Llena

Capítulo Final

Ghöstery, Alemania, año 1826.

Las calles eran decoradas con preciosas flores gracias al sol que la naturaleza brindaba.
 

El invierno estaba lejos, seis meses de luz y color verde le daban vida al alejado pueblo.
 

El dulce olor de la mermelada se sentía en todo el lugar, haciendo que los segundos corrieran en cámara lenta...
 

Parecía despertar de pronto de una pesadilla, una larga y extensa pesadilla con un final feliz.
 

Siempre amó los finales felices, la vida se veía mucho más bonita con amor.
 

El cantar de los pájaros recorrían sus oídos, y el reflejo del brillante sol se colaba por las ventanas victorianas.
 

El estilo georgiano se empezaba a mezclar con el victoriano, los trajes cambiaban, siendo más modernos y por todas partes se corría el rumor de la nueva moda.
 

Nunca le interesó la moda con afán, pero su madre sí la amaba, así que gracias a la sastrería que sus padres dirigían siempre iba un paso más adelante en el conocimiento de la industria.
 

Abrió entonces sus ojos sin poder creerlo.
 

Algo había cambiado, sentía de pronto la necesidad de la vida...
 

De algo que no lograba entender.
 

Su mente iba más allá...
 

Sus impulsos y sus sueños.
 

Sin duda alguna, algo había cambiado.
 

Se puso de pie vistiendo tan solo su dormilona blanca, caminó entonces hasta el gran espejo donde su reflejo la hizo sonreír.
 

Era como si de pronto sus ojos habían cobrado mucha más vida, como si su cabello estuviese recién peinado y sus cuerpo lo hubiese tallado el mismísimo Leonardo da Vinci.
 

Así que sonrió, viendo su reflejo incluso más vivo.
 

Su piel brillaba como siempre, y sus labios tan rosados como el color de una rosa.
 

Suspiró sonoramente moviendo su cuerpo al compás de una melodía imaginaria, girando sobre sus pies.
 

Observó la pluma que yacía vacía, y la extensa cantidad de hojas que había escrito durante...
 

Había perdido la noción del tiempo.
 

Esa noche todo cambiaría, para la eternidad de su vida.
 

Así que cubrió su esbelto cuerpo con ropas más decentes y bajó las cortas escaleras de madera tarareando una canción.
 

Se detuvo de pronto al observar a su madre, cocinaba con tanta concentración que era inevitable adorarla.
 

Su hermosa cabellera era tan dorada como la de ella, tenía la piel blanca, no tan pálida como la suya, pero suave y delicada como una reina, era muy alta, y su figura era tan fina que con cada curva solo se veía como la escultura más valiosa del mundo.
 

Sus pestañas eran inmensas, y sus cejas pobladas pero delgadas, al igual que sus rasgos, sus labios eran regordetes y rosa pálido como los suyos, y en sus mejillas se esparcía un color rojo parecido al tomate cuando algo la hacía sonreír.
 

Se parecía a su madre, de eso no había dudas...
 

Pero según su padre, ella era más bella que ellos dos.
 

Sí algo las hacía llamativas, eran sus ojos azules, casi tan celestes como el cielo y tan profundos como el océano.

Cada sábado por la mañana su madre preparaba algún platillo polaco, enamorando a sus estómagos de su país natal.

Su hija la amaba.

Su esposo también.

Y ella los amaba con todo su corazón.

La joven dama observó sonriente a su madre sin poder creerlo aún.

Había una esperanza en cada corazón, de ver felices a sus padres y de nunca perderlos...

Así que sin mediar sus sentimientos se acercó silenciosa y la abrazó fuertemente.

— ¡Oh! Mi dulce niña...— Con sus manos llenas de harina rodeó a su hija con todo el amor que le entregaba.

— Eres hermosa, madre...— Sus brazos la apretaban con anhelo.— Gracias por siempre acompañarme, tan cerca como lejos...

Los ojos azules de su madre se llenaron de lágrimas, así que apartó a su hija un poco tan solo para sonreírle con toda la dulzura del mundo.

— ¿A qué se debe tanto amor? — Preguntó aún enternecida por sus palabras.

Así que su hija negó sonriente y limpiándose una lágrima traicionera la volvió a abrazar.

— Solo a veces... No valoramos con el amor suficiente a quien tanto nos ha dado, yo quería agradecer con este abrazo la dicha de tenerte en mi vida, de que seas tan amable, radiante y especial, que nunca me has abandonado y que hoy aquí estás.

El amor era una barrera sin límites en esta vida.

Y el corazón de aquella dulce chica se estremeció en lágrimas de alegría, y el de su madre se llenó de tanto amor que simplemente pudo abrazarla.

— Eres mi regalo más bonito, y siempre espero estar junto a tí...— Las palabras de su madre salieron con una sonrisa del alma.

Y justo en ese instante su padre atravesó la puerta observando la escena con una sonrisa llena de amor.

— ¿Interrumpo algo o puedo unirme a tanto amor? — Las risas resonaron con gracia y madre e hija juntas rodearon al hombre que tanto las amaba.

— Son todo lo bonito de mi vida...

Y justo así el amor renació en sus almas, haciéndolos observar con añoranza como aquella pequeña niña había crecido y subía corriendo las escaleras ajena a los sentimientos encontrados de sus padres.

Así que éstos entrelazaron sus manos y sonrieron cómplices.

— Pequeña mía, esta noche no podemos llegar tarde...— Dijo su madre con melodiosa voz.

Y segundos más tardes observó la prisa con la que salió corriendo.

— ¡No tardaré, lo prometo, debo buscar algo!

Y con gran prisa recorrió las calles hasta aquel floreado campo de arándanos...

Tomó unos cuantos en aquella cesta que su madre le había obsequiado, y de vuelta a la realidad se encontró extrañada, se sentía diferente, sin saber por qué...

Así que simplemente negó y caminando con más calma observó a las personas que iban por las calles, las carrozas y los hermosos caballos.



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En el texto hay: pasion, amor, epoca

Editado: 29.04.2023

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