Ghöstery, Alemania
7 años después...
Las bellas colinas se alumbraban con el paso del invierno, más allá de Berlín, se escondía en las afueras, en lo más profundo y olvidado del bosque...
Allí donde los caballos no andaban, ni las carrozas resonaban...
El camino sin nombre.
Existió por muchos años el mito de un viejo pueblo.
Geográficamente, decía estar ubicado mucho antes de Polonia, pero después de Berlín.
Un pequeño lugar lleno de muchas maravillas...
Donde la Luna siempre brillaba, y jamás oscurecía...
Donde la Luna siempre estaba llena y resplandecía.
Decían que para encontralo, había que estar perdido, y si deseabas encontrarlo debías ser invitado.
Más allá de fantasías, alejado de la luz de las golondrinas, donde los búhos siempre cantaban y las dulces aves hacían nidos...
Se abría paso el verano, con suaves rosas y campos coloridos.
Aquel lugar donde los arándanos abrazaban con su aroma el cálido ambiente...
Una nueva casa construida.
Se levantaba con suaves tonos, siendo casi tan parecida a la otra.
Tierras benditas, mejor conocidas como las tierras Baümgartner...
La brisa agitaba las hojas que caían desplazándose por todo el campo.
Pequeñas risas resonaban con gracia, y una hermosa madre que buscaba a sus traviesos y risueños hijos.
— ¡Emma, Vlad! — Se desplazaba con estrés por todo el lugar, recorriendo cada pasillo sin encontrarlos.— ¡¿Dónde están?! — La angustia comenzaba a inundar su voz.
La cabellera rubia se agitaba con cada paso, y el esbelto cuerpo resplandecía, el cual estaba adornado de hermosas telas que conformaban un vestido perfecto.
Bajó las escaleras con rapidez encontrando la puerta de la entrada entreabierta.
Si algo le angustiaba era que sus hijos saliesen solos.
Y un día como hoy...
Vislumbró entonces los pequeños cuerpos corriendo.
Sus carcajadas la llenaban con ternura, pero aún así no podía evitar angustiarse.
Al salir a su encuentro aquellos ojos brillosos la recibieron opacando todo reclamo.
— Les he dicho que debía vestirlos y que si saldrán de casa deben estar acompañados, no pueden hacerlo más así...
La mirada grisácea de su hija le sacudió su mundo, era tan blanca como ella, y con unos ojos incluso más hermosos que los de su padre...
Tenía el cabello lacio con suaves risos, como el suyo, y de un color dorado como el oro, rasgos finos y dulzura en abundancia.
A su lado el pequeño Vlad sabía derretir su corazón de mil maneras...
Era un roba corazones como su padre, y sus ojos eran la mezcla exacta del azul vivo y el gris profundo.
Su cabello era tan oscuro como el de su padre, y tenía una viveza e inteligencia muy especial.
— Madre pero es que no hemos salido solos...— El tono de voz de su pequeña Emma la hizo encogerse.
Aquellos pequeños tenían su corazón hecho un nudo.
— ¿Si no habéis salido solos entonces con quién están?
— Padre dijo que...— Vlad quiso explicarse cuando su madre lo observó con determinación.
— Su padre no está desde hace días y...
Unas manos la interrumpieron rodeando lentamente su cintura.
— Su padre...— El susurro erizó toda su piel haciéndola abrir sus ojos con sorpresa.— ¿Qué ibas a decir Liebling?
Una sonrisa se formó en sus labios para así girarse y envolverlo en sus brazos.
Y sin poder medir su amor unió sus labios una y otra vez hasta que se fundieron en un beso con sabor a estrellas.
— ¡Mamá está besando a papá! — Canturreó Vlad con gracia, saltando sin parar.
Las manos que tanto la hechizaban apartaron el cabello de su hermoso rostro.
Si algo amaba Edmond Baümgartner en este mundo, era la mirada de su amada.
— Has vuelto...
Murmuró Cassandra entre besos sin ocultar su emoción.
— Jamás podría perderme un día como este, amada mía...
Las pequeñas risas los hicieron bajar sus miradas hasta las pequeñas cabezas que se habían escondido entre sus piernas obligándolos a separarse.
— Creo que algunas personas están celosas...— Dijo Cassandra con una sonrisa cómplice.
— ¿Ninguno extrañó a su padre? — Los dos pequeños dieron un respingo ante las palabras.
Y con sus pequeños brazos rodearon las piernas de su padre.
— Madre se pone triste cuando tú no estás...— Dijo el pequeño Vlad con un puchero.
Cassandra se tapó su rostro sonrojado con las manos.
Y Edmond ahogó una carcajada al verla sonrojar como en el primer día.
Tomó su mano y la besó.
— ¿Y creen que está feliz ahora? — Se agachó con un gesto gracioso hasta cargar a cada uno de sus hijos en cada brazo.
Y con un sonido de esfuerzo se levantó con los dos pequeños sonrientes.
— Ahora estoy muy feliz.
Y sin poder evitarlo besó la mano de Edmond, la cual sostenía a su pequeña princesa.
— Padre creo que madre estaba muy molesta con nosotros...
Edmond alzó sus cejas con curiosidad.
— ¿Y eso por qué?
Cassandra entrecerró sus ojos al pequeño travieso que sonreía con ternura.
— Porque hemos salido de casa sin su permiso...
— ¡Pero tú estabas aquí con nosotros!
Cassandra negó sonriendo.
— Ya ninguno me quiere más que a tí, creo que me iré una semana a ver si me extrañan...
Y haciéndoles creer a sus hijos que estaba triste caminó hacia la casa, pero antes de que pudiese entrar unas manitos estaban abrazándola.
— No te vayas madre que yo te amo.
Y con tanta ternura se derritió ante la mirada de su pequeño parlanchín...
Vlad Baümgartner tenía todo lo que podría dominar a un mundo entero.
Cassandra lo levantó en brazos sonriendo y dándole muchos besos en sus mejillas.
— Yo también te amo, pero creo que llegaremos tarde y es el día especial de ustedes...
Cuando su mirada se entrelazó a la de Edmond un sentimiento de adrenalina recorrió su sangre hirviendo dentro de su ser.
Editado: 29.04.2023