Sonata de Paccioli

Sonata de Paccioli.

El Castillo Elveszett Lelkek, lugar de encuentros y reuniones de las más grandes familias de la ciudad. La mas alta alcurnia llegaba a ese majestuoso lugar para llenar de gala y excelsa belleza cada rincón de su grandiosa estructura.

Eran incontables bodas bautizos, compromisos, reencuentros, exposiciones de arte que en ese peculiar lugar ocurrían. Pero esa noche, todo era diferente. No había comparsas, invitados, banquetes ni orquestas alegrando con dulces melodías a los presentes.

Todo estaba en un perpetuo silencio que hasta el sonido del viento se hacía sentir en los rincones más oscuros del recinto.

Sólo la luz tenue de la luna alumbraba el gran salón de baile, uno de sus grandes ventanales permitía aquella lúgubre intromisión. Un viejo fonógrafo se hacía escuchar pasando las escaleras, el sonido triste de un violín parecía llorar junto con las paredes sombrías de un lugar abandonado por los años.

─¡Estás quedando hermosa, amada mía! ─se oyó una voz. Gruesa y melancólica, sus pasos se oían llevando el ritmo triste del violín.

─¡Tu belleza siempre quedará plasmada en este lienzo!

Ahora eran sus manos, los que con cada tonada se movían dejando fluir el pincel, creando una figura femenina gloriosa y hermosa por demás. Cada trazo era una delicia, la perfección real de la belleza femenina, frágil y desnuda como una diosa naciendo del olimpo.

─Aquí nadie te hará daño, amada mía, yo, el gran Paccioli, he de hacerte un homenaje, digno de tu resplandor y radiante belleza.

El fonógrafo decidió no seguir cantando, dándole la bienvenida al silencio quien quería acompañar el resto de la noche al gran Paccioli para hacerle una inesperada visita.

¿Qué hiciste Philip?

─¿De dónde salió esa voz? ─sorprendido, el artista dejó el lienzo por un momento, caminó lentamente asomándose por la ventana, vio a su alrededor, el jardín continuaba como siempre, verde, radiante para sus incontables rosas de Alejandría. Contempló por un breve momento la triste luna, una lágrima se dejó caer por el vacío.

Se regresó al viejo fonógrafo, volviendo a despertar las cuerdas sombrías del violín. Esta vez cantaba con más fuerza, cada tonada, do-sol-re-la como un hermoso sonar de las olas en una madrugada fría y desolada, como las mareas tristes aguardando por un barco en penumbras. Pero de nuevo dejó de cantar, el silencio no quería irse y esto lo perturbaba por demás.

Ven conmigo Philip.

─¡De nuevo tu voz! ¿Dime quién eres? ─Paccioli miró de nuevo su ventada abierta, observó esta vez por un largo rato hasta que volvió a escuchar aquel sonido angelical como tenebroso.

Siempre estaremos juntos.

─Sea quien seas, ya le pertenezco a mi amada Elizabeth ─se expresó el hombre, mirando cada rincón de su habitación, el candelabro también quiso abandonar el lugar. Ahora todo era alumbrado por la dama plateada que afuera desde el cielo observaba todo el panorama.

La hermosa luna, la musa de incontables artistas de la época, que se inspiraban ante tal belleza sin igual. Ella penetraba las ventanas y se hacia notar en el castillo del gran Paccioli.

─No atormentes a este pobre hombre que yace solo en las penumbras y solitarias ruinas de Elveszett Lelkek ─Paccioli siguió hablando cada vez con voz más quebrantada─. Deja a este espíritu reposar y llorar a su amada ¿No ves mi dolor? ¿La tristeza que agobia a mi alma y desvanece mi espíritu? ¿Acaso nunca has sufrido la amargura de una perdida irremediable? ¡Oh! aléjate ser del mal y llena este vacío con ángeles de amor.

El artista atosigó a que el violín continuara su andar, insistía cada vez mas pero este se negaba a emitir ruido alguno. Parecía no querer acompañar en su dolor al artista mientras que el fonógrafo decidió hablar de nuevo:

Ven conmigo Phillip.

Pacciolí retrocedió con gran rapidez, dejando caer su cuerpo al piso de su habitación, el viento resopló fuerte anunciando la entrada de la angustia y la desesperación, unos acompañantes no deseados para aquel artista de ensueño.

─¡No puedes ser tu Elizabeth! Tú me abandonaste, te has ido muy lejos, donde yo no puedo ir a buscarte, solamente cuando Azrael decida que es hora de partir a tu encuentro, allí estaré, amada mía.

Una extraña figura hizo acto de presencia, junto al ruido estruendoso que se escuchaba desde el cielo, entró por la ventana, unas gotas de lluvia reposaba en su túnica negra cubriendo totalmente su rostro, una figura espectral y tenebrosa. El sonido del viento golpeaba aquella sombra que permanecía inerte en el ventanal.

─¡Mis ojos juegan a engañarme! ─Paccioli trató de incorporarse pero aquel ser lo retuvo en el acto.

Ven conmigo Phillip.

Otra vez el fonógrafo hablaba, esta vez su voz estaba mas cerca de los oídos temblorosos de Paccioli, quien el señor escalofrío tocaba con lentitud su espalda y le recorría todo el cuerpo.

─¿Por qué me atormentas Elizabeth? ─preguntó el artista─. ¿Es tu ausencia quien me reclama? ¿Eres tú, amada mía quien suplica por mi alma y quieres que me arrodille a pedirte perdón? Solo dime y seré tu eterno esclavo. Nunca más serás desdichada porque yo te cubriré las heridas con pétalos ¡si! con mucho amor y respeto, como siempre te lo has merecido.



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En el texto hay: romance, amor, noche

Editado: 04.09.2018

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