Sonic & Shadow: El renacer de María

Capitulo 2 "El eco en la sangre"

En un pequeño y polvoriento pueblo a las afueras de la zona restringida de GUN, una cafetería llamada "The Mean Bean" servía de fachada para algo mucho más complejo. Detrás del mostrador, el Agente Roca preparaba un café con una precisión matemática, pero sus ojos no estaban en la espuma de la leche, sino en una serie de pantallas ocultas bajo la barra.

​Desde la desaparición del Doctor Robotnik tras el incidente del Cañón Eclipse, Roca no había descansado. Para el mundo, Eggman había muerto junto a Gerald en la explosión, pero Roca conocía mejor a su jefe. Si había una mínima posibilidad de que el Doctor hubiera sobrevivido, él la encontraría. Sin embargo, lo que sus satélites piratas acababan de captar en el Sector Omega de GUN lo dejó paralizado.

​—¿Qué es esto? —susurró Roca, ajustándose las gafas.

​En la pantalla se veía una figura amarilla moviéndose a una velocidad que desafiaba las leyes de la física. No era Sonic, ni tampoco Shadow. Era algo nuevo, una ráfaga de luz dorada que acababa de destrozar un batallón de robots de entrenamiento de GUN en menos de diez segundos. Roca hizo zoom en la imagen y su corazón dio un vuelco.

​—Esa silueta... —Roca recordó los archivos secretos que Eggman le mostró una vez sobre el Proyecto Shadow. Gerald no solo dejó un erizo negro; dejó un legado de ADN que GUN estaba usando ahora para crear a su propia guerrera.

​Roca supo de inmediato que si quería encontrar a su Doctor, necesitaba seguir el rastro de esa eriza amarilla. Ella era la clave de todo lo que Gerald Robotnik había dejado atrás.

​Mientras tanto, en la casa de los Wachowski, el ambiente era pesado. Shadow estaba sentado en el porche, con la mirada perdida en el horizonte. No había dormido en tres días. El reloj plateado de su muñeca seguía latiendo con esa luz dorada intermitente, como un faro que intentaba conectar con un barco perdido en la niebla.

​Sonic salió de la casa cargando un par de cajas de chili dogs, tratando de forzar una sonrisa.

—Oye, Shadow, los radares de Tails no han captado nada en las últimas horas. Quizás el reloj solo tiene un cortocircuito. Ya sabes, 50 años en una cápsula y luego una caída del espacio no son buenos para la maquinaria.

​Shadow no se inmutó. Sus ojos rojos se clavaron en Sonic con una intensidad que hizo que el erizo azul retrocediera un paso.

—Esto no es un fallo mecánico, Sonic. Tú no lo sientes, pero yo sí. Hay una frecuencia en el aire, una vibración que solo responde a mi ADN. Es como si una parte de mí que creía muerta estuviera gritando desde algún lugar oscuro.

​Knuckles bajó de la rama de un árbol cercano, aterrizando con un golpe seco.

—El guerrero tiene razón, Sonic. La tierra está inquieta. He sentido perturbaciones en el flujo de la energía vital de este planeta. GUN está moviendo algo grande, algo que brilla con la intensidad de un sol artificial.

​Tails salió corriendo del garaje con su tableta portátil. Tenía una expresión de preocupación extrema.

—Chicos, acabo de interceptar una transmisión encriptada de la Directora Rockwell. Ella ha tomado el control total de los fondos que antes manejaba el Comandante Wolters. Hay un despliegue masivo hacia una antigua planta de energía en el desierto. Dicen que van a realizar una "prueba de campo" de una nueva unidad táctica.

​Shadow se puso de pie, apretando los puños. La bufanda roja ondeó con el viento.

—No es una unidad táctica. Es ella.

​A cientos de kilómetros de allí, en una cámara de transporte blindada, María the Hedgehog estaba sentada frente a la Directora Rockwell. María vestía su armadura plateada, que brillaba bajo las luces fluorescentes. Sus ojos azules, antes llenos de paz, ahora estaban nublados por el condicionamiento mental.

​—¿Por qué me envías a una planta de energía abandonada? —preguntó María. Su voz era dulce, pero tenía un filo metálico de obediencia.

​—Porque ahí es donde Shadow guardó parte de la tecnología robada de tu abuelo, María —mintió Rockwell sin parpadear—. Shadow mató a Gerald para quedarse con su poder. Él te odia porque tú eres el recordatorio de su fracaso. Si lo dejas libre, volverá a intentar destruir el mundo como lo hizo en el Arca.

​María bajó la cabeza. Las mentiras de Rockwell se hundían en su mente como espinas. En su interior, una pequeña parte de su conciencia gritaba que algo estaba mal, que ella conocía ese nombre con amor y no con odio, pero los chips implantados en su corteza cerebral suprimían esos pensamientos, reemplazándolos con ráfagas de ira artificial.

​—Lo detendré —dijo María, levantando la vista—. Por mi abuelo. Por el mundo.

​—Esa es mi niña —sonrió Rockwell—. Ve. Demuéstrales que la luz es más fuerte que la sombra.

​María saltó desde la parte trasera del avión de transporte en pleno vuelo. No necesitó paracaídas. Generó una ráfaga de luz bajo sus pies que amortiguó su caída, permitiéndole aterrizar en medio del desierto como una estrella fugaz.

​Frente a ella estaba la vieja planta de energía de Eggman, un complejo de metal oxidado que parecía un cadáver mecánico. María entró en las instalaciones con una velocidad cegadora. No usaba patines; ella levitaba a pocos centímetros del suelo, fluyendo como el agua.

​De repente, se encontró con un grupo de robots de seguridad que el Agente Roca había reprogramado para vigilar el lugar. María no dudó. Levantó su mano derecha y creó un látigo de luz pura. Con un movimiento elegante, destrozó a los tres robots en un segundo. Pero al hacerlo, se detuvo frente a un monitor que mostraba una imagen estática de Gerald Robotnik.

​María se quedó inmóvil. Tocó la pantalla con sus dedos enguantados de blanco.

Abuelo... —susurró. Por un segundo, el condicionamiento de Rockwell falló. Una lágrima recorrió su mejilla, pero fue interrumpida por la voz de Rockwell en su oído: "¡Concéntrate, María! Detectamos una firma enemiga acercándose".




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