Antes de que empezara a contarme la historia yo estaba temblando. Poco después de que Slippy —como se hizo llamar— se alejó de mí y dejó de cantar, me aturdió el silencio que se extendía por la habitación mientras su voz hacía eco y se desvanecía hasta desaparecer. Escuché que recogió algo del suelo, algo que terminó por lanzar, posiblemente con rabia, ya que oí un crujido ensordecedor y un golpe seco de algo muy duro rompiéndose contra algo sólido. Me estremecí, sin embargo mantuve la sonrisa en mi cara como me advirtió. La canción seguía escavando en mi memoria cual gusano que se entierra para esconderse de un depredador.
Luego volvió el silencio. Me quedé expectante a lo siguiente en ocurrir, pero nada pasó. De nuevo me vi en un laberinto de incertidumbre y nerviosismo, tanto que preferí preguntarle si seguía ahí, aunque era obvio que sí. Su aroma lo delataba. Respondió que sí, luego tuvimos una breve charla que no llevó a nada.
Su forma de hablar es abrumadora, algo difícil de entender. No tiene problemas de habla, pero suele describir cosas que no debería, como los comentarios que hago y su respuesta en segunda persona, como si yo no fuera capaz de comprender por mi propia cuenta lo que ocurre entre ambos o en el ambiente. No creo que lo haga de forma consciente, y seguramente es parte de la clara patología que padece. No lo sé. Pero debo admitir, necesito admitir al menos para mis adentros a modo de tranquilizarme aunque eso significa cuartear mi cordura, que extraño oír su voz, sus palabras. Este silencio está matándome.
Antes de terminar aquí, lo escuché seguir canturreando la melodía de los Kagamine.
¿Por qué tiembla así tu cuerpo y tu mirada se perdió otra vez?
Dime si tú te atreverías de mi leche tibia beber.
Ven aquí dentro que este cuarto está muy caliente, a más no poder.
Lo que guardan tus bolsillos para tu fianza bastará.
Dame la dicha de tenerte ahora mismo, sin poder huir.
No tienes otra alternativa es cosa de vivir o morir.
La empalagosa miel que emana, bebe y haz que corra por tu ser.
Dame el permiso de tenerte sin poder huir, dame el placer…
Empezó a hacer frío, un frío anormal que se metió bajo mi piel y me acarició los huesos hasta hacerlos doler. Luego vino la última vez que escuché su voz. Apareció con tono grave, profundo y gélido, pero golpeó mis tímpanos con tanta delicadeza que, cuando terminó de contar la historia me envolvió en esta muda pesadilla. Ahora no puedo borrar de mi cabeza ni esa anécdota ni ese último sonido.
Dios… por favor, necesito volver a oír su voz…
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Editado: 05.07.2019