Sonríe

8

Ya ni siquiera sé hace cuánto que Slippy terminó de contarme esa macabra historia y provocó este horror, solo sé que me arde la garganta de tanto gritar, me quemé las muñecas intentando liberarme de las ataduras y las lágrimas que derramé se secaron en mis mejillas, lo que me hace sentir la piel acartonada. Me duelen los labios por la resequedad, se partieron e incluso comenzaron a sangrar. Dios… quiero morirme, ya no puedo con esto.

Slippy no me responde y las cosas que dijo siguen taladrando mi memoria con claridad abismal. Esa historia, ese sonido infernal después y luego el silencio que solo se interrumpe por el sonido del maldito goteo. Me abruma hasta lo más profundo, siento que me tritura célula a célula.

Cierro los ojos mientras se humedecen una vez más y el líquido que brota de ellos me recorre las mejillas a la par que se mezcla con mi sudor seco. Separo un poco los párpados y miro hacia el techo; veo un hilo de luz asomarse por encima de la venda que me recubre los ojos. Sé que está algo floja y si me sacudo con la fuerza suficiente podré quitármela, mas me asusta ver lo que hay del otro lado.

Ver el lugar donde estoy y lo que me rodea atemoriza… pero verlo a él sentado frente a mí y que mis ojos contemplen la realidad de lo que los sentidos describieron, paraliza. Es posible que no sea tan grave como la proyección de mi imaginación, pero muchas veces la realidad supera la ficción. ¿Qué haré si este es el caso?

Muerdo mis labios hasta hacerlos sangrar al mismo tiempo que las lágrimas humedecen la venda y me empañan la enceguecida mirada. Los recuerdos de esa historia me agreden. Si hay alguien ahí afuera, si alguien sabe que estoy aquí, por piedad… ayúdame.

●●●

—¿Tú quién eres? —preguntó ella a Mateo.

Mateo la miró con una sonrisa leve en sus labios antes de arrodillarse para estar a su altura y hablarle a la cara.

—Me llamó Mateo y estoy aquí para ayudarte a ser feliz de nuevo.

—¿Por qué harías eso? No me conoces.

—Tus papis están preocupados por ti, porque te sientes triste últimamente y me pidieron ayuda. Y yo solo para eso nací —respondió Mateo sonriendo aún más.

El padre supo más tarde, al leer la carta que ella traía metida en el bolsillo de su jumper de mezclilla cuando todo terminó, que él y su forma exagerada de sonreír la asustaban. Pero su padre la había llevado porque estaba preocupado por ella, así que no dijo nada y aceptó una ayuda que mató la última fibra de su ser. Mateo se hizo pasar por un experto en la materia, quizá incluso él mismo llegó a creerlo, pero jamás lo fue. Solo fue un estúpido que perseguía un anhelo que estaba lejos de su alcance.

—Utilizaremos el condicionamiento operante —le explicó Mateo al padre de la pequeña.

Oh, te estremeciste, mi bien. ¿Qué ocurre? ¡Déjame adivinar! Recuerdas la explicación de Mateo, ¿no es así? La recuerdas como si la hubieras escuchado, como si te la hubieran susurrado al oído. Con mis otros espectadores ocurrió lo mismo, pero contigo me alegro especialmente porque se supone que no tienes memoria, pero solo te estás auto protegiendo, ¿no es así? Anda, ayúdame a contar la historia. Dime la explicación de Mateo tal cuál salga de tu cabeza.

Hazlo y no olvides sonreír.  

—Le aplicaremos varios estímulos hasta encontrar uno que provoque en ella la mejor respuesta emocional. —Fueron las palabras de Mateo—. Una vez que tengamos el estímulo correcto reforzaremos su comportamiento con dulces. Cuando su cerebro asocie el estímulo con una respuesta positiva, procederemos a someterla a breves estímulos que la hagan sentir incómoda, por ejemplo: a la oscuridad. Poco después aplicaremos el estímulo que provoca la respuesta de alegría y su refuerzo positivo, logrando así que sus emociones se aclimaten. Será como ponerlas en una balanza. Aprenderá lentamente que no tiene por qué temer ni estar triste. Será algo largo, pero eficaz.

Justo esas fueron sus palabras, mi bien. «Será largo, pero eficaz». Por desgracia Mateo llegó una mañana antes de la cuarta sesión semanal alegando que no había tiempo suficiente y necesitaba acelerar el procedimiento. Le aseguró al padre que todo iba a estar bien, que encontró una forma de obtener los mismos resultados en menos tiempo. El padre preguntó cómo haría para lograrlo, Mateo solo respondió: «confía en mí».




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