—¡No permitiré que sea socia de este negocio! —blasmeó furioso Arthur por enésima vez.
Al ser el hijo mayor de uno de los mejores arquitectos del país tuvo que esforzarse el doble, no era como los demás especulaban; que todo se lo daban en bandeja de plata, no su padre no era así con casi ninguno de sus hijos y menos con él por eso la idea que una mujer entrará a trabajar en ese empresa nada menos que como una socia, le irritaba de sobremanera.
James vio a su amigo con gracia, siempre ha sido un egocéntrico que se preocupaba solo por él, no le gustaba que nadie lo mandará u ordenará. Y eso que a un no lo había revelado todo.
—Y aún hay más —dijo James con la sonrisa en sus labios. Parecía que la alegría y él habían hecho un pacto, siempre iban juntos de la mano muy rara vez se le veía infeliz.
Arthur cuando escuchó las palabras de su amigo y observó su gesto, supo que lo que le iba a decir no le haría nada de gracia.
—Sueltalo —ordenó a su mejor amigo, a su mano derecha en casi todo.
—Isabel Pérez será tu nueva jefa —soltó James, atento a la reacción de su amigo. Él era como un hermano para él, lo que le molestaba siempre de él era su falta de humildad por eso esa situación le causaba tanta gracia.
Él creyó haber oído mal, eso no podía estar pasando.
—¿Qué? —dijo en casi un chillido.
—Asi es amigo, tu padre ya lo ha decidido —hizo una pausa, su amigo no lucía nada bien— ¿Te encuentres bien, Arthur? —cuestionó.
Tardó unos segundos en responder la pregunta de su amigo. Su mente trabajaba en busca de una solución, su padre no le podía hacer eso a él. _«Si puede y ya lo ha hecho»_ dijo una voz burlona en su cabeza. Asintió en respuesta a su amigo.
—Tiene que haber algo —murmuró, James era otros pocos de los que conocían a la perfección a Jacob Wembley. Dos cabezas son mejores que una.
James negó con la mirada, no se podía hacer nada. Jacob lo había hecho muy bien, sin ninguna pieza que no encajara. Nadie entendía el porque del repentino interés de poner a esa mujer codo a codo con los accionistas mayoritarios. James a diferencia de su amigo se había tomado la molestia de averiguar el trabajo de Isabel Pérez y tenía que admitir que era impresionante pero de ahí a que Jacob la hiciera socia y jefa de su hijo.
Arthur al ver la negativa de su amigo, volvió a insistir.
—¡Vamos! Tiene que haber algo.
—Tu padre se ha encargado de hacer todo bien, no dejó ningún cabo suelto me temo —y él no lo ponía en duda, ser el hijo de Jacob Wembley te daba el daba el privilegio de ir poco a poco conociendo cada una de sus jugadas. Esta debía ser una nueva porque había logrado tomarlo por sorpresa y muy rara vez ocurría eso. Él conocido por ser un hombre implacable en sus negocios, serio con los desconocidos y coqueto con las mujeres. Odiaba que se metieran con lo suyo o que se entrometieran en su vida, y eso era lo que su padre ya se estaba acostumbrado a hacer.
—Ninguno se podrá salir con la suyo, primero tendrán que pasar por encima de mí —setenció enojado Arthur, prometiendo que algo se le tendría que ocurrir.
***
—¿Esta seguro de esto, señor Jacob? —avergonzada, no negaba que lo que le estaban ofreciendo era una oportunidad que no podía dejar pasar, estaría loca si así lo hiciese pero es que el señor Jacob la había ayudado desde que llegó a ese país sola e indefensa, estaría abusando.
Jacob la miró con puro cariño paternal. Hace dieciséis años se había topado con ella por mera casualidad y ahora graduada, con grandes reconocimientos en el mundo de la arquitectura, siendo una mujer integra, humilde, caritativa, siempre teniendo compasión por los demás no dejaba de sentirse orgulloso por ella. Claro que se merecía eso y mucho más.
—Ya está todo hecho muchacha, no puedes echarte para atrás —dijo con ternura, la conocía bien y sabía que sentía miedo, temor a no hacerlo bien— ¿Y que te he dicho con decirme señor? —preguntó ya perdiendo la cuenta de cuántas veces le había hecho la misma pregunta.
Isabel se sonrojó, avergonzada. Por más que los años pasase, ella aunque lo viera como el padre que nunca tuvo no podía dejar de decirle señor si no lo hacía sentía que le estaba faltando el respeto.
—Seño... —él la miró con advertencia— Jacob no me achare para atrás, no lo defraudaré —prometió, aunque se sentía insegura, expuesta y eso lo odiaba. No le permitía ser ella misma pero por él haría su mejor esfuerzo y trabajo.
Jacob le obsequió una sonrisa, colocó sus manos en sus hombros.
—Bien, ahora vayamos a escoger tu nueva ropa para mañana —Isabel le había preguntado que había de malo en la de ella y él solo se había limitado a decir que era una nueva etapa por ende necesitaba verse como una reina.
Entraron al centro comercial seguidos del guardaespaldas del señor Jacob. Fueron a una tienda dónde las hijas de él solían comprar todo su guardarropa. En todo momento él que habló fue Jacob, él trataba de integrarla pero cohibida solo se limitaba asentir. Isabel acostumbrada a comprar ropas con precios moderados, no tan exuberantes como esos y es que a ella le parecía una locura dar dos mil dólares por una camisa. El rubio ya canoso le dedicaba miradas tranquilizadoras a Isabel, él si estaba acostumbrado a ese estilo de vida y no hallaba problema en el. Isabel se midió toda la ropa que la dependiente le sugería y Jacob apoyaba.
Cuándo salieron de la tienda, Isabel poseía una enorme sonrisa en su rostro y es qué ¿A quién no le gustaba tener ropa nueva? El señor Jacob prácticamente le había comprado todo un guardarropa completo, vestidos, blusas, camisas, franelas, pantalones, jeans, tacones, accesorios. De todo.
Jacob viendo la enorme sonrisa de felicidad que estampada en su cara tenía Isabel. Se sintió dichoso, ella era como una hija para él y a diferencia de todos sus hijos esta si sabía valorar y agradecer las cosas que se le daban, por más mínimas que fueran. Su familia desconocía su relación con ella. A su pesar, ellos eran ambiciosos, caprichosos, egoístas, egocéntricos y lo peor es que no se daban cuenta de su error. Protegería a Isabel de las garras de su familia y esperaba que así como ella le había tocado su corazón de igual forma lo hiciera con sus hijos.